Un libio que añora la Expo

Naser Mohamed, un hombre que vivió tres meses en Sevilla como voluntario en la Exposición Universal, combate ahora contra Gadafi desde las filas de la insurgencia

Un joven enarbola una bandera española durante una concentración en la plaza central de Bengasi el pasado viernes.
Francisco Carrión/ Bengasi

13 de marzo 2011 - 05:03

"Bienvenido a Libia, ¿español?", pregunta Naser Mohamed. El periodista asiente y este libio de 40 años hace una mueca de alegría y esboza una sonrisa. "Identifico bien a los españoles. Estuve en tu país…", relata y deja la frase en suspenso. Luego, toma aire y dispara: "Viví tres meses en Sevilla como voluntario de la Expo del 92". Aquella efeméride, guardada con nostalgia en la capital hispalense, está tan lejos en el tiempo como la distancia que separa la isla de la Cartuja de Aydabia, un pueblo del este de Libia rodeado por kilómetros de árido desierto.

Los vecinos de este humilde poblado libran batalla contra Muamar Gadafi y lloran por los mártires que llegan del frente. Naser, casado y con tres hijos, vive en Brega, una importante ciudad petrolera situada a unos 70 kilómetros de Aydabia y escenario de los enfrentamientos entre acólitos del sátrapa y los rebeldes. Hace dos días huyó de la ciudad en dirección opuesta al silbido asesino de las balas y las bombas que descargan los aviones procedentes de Trípoli.

"Los niños están asustados. Llevan días escuchando explosiones y disparos", cuenta a este diario Naser, que durante el verano de 1992 trabajó como voluntario en el Pabellón de la Cruz Roja y la Media Luna Roja. "Tengo recuerdos maravillosos de aquella experiencia", explica mientras evoca sus días en Sevilla y sus viajes a la costa de Huelva. Su mirada cobra un brillo especial cuando habla de su trabajo en un pabellón emplazado en la avenida número 5 de la zona 6 del recinto de la Expo.

Naser describe un interior ocupado por las imágenes de las crisis humanitarias auxiliadas por esta organización internacional y el metal de su voz registra una apacible emoción. Extrañamente distante del ánimo de su alrededor, donde una multitud enfurecida asiste al funeral por seis mártires del municipio, fallecidos en combate la víspera, el voluntario de la Exposición Universal narra su vivencia sevillana mientras se deja llevar por el cortejo fúnebre hacia el cementerio local.

Allí, las zanjas horadadas en su tierra baldía acogen uno a uno a los cuerpos de los caídos, entre ellos un bebé. La arena los sepulta ceremoniosamente y una capa fina de cemento sirve de lápida. A modo de réquiem, la comitiva dispara con rabia al aire cientos de cartuchos y reza por el alma de los muertos en el campo de batalla.

Naser ignora la suerte del pabellón en el que pasó un estío remoto. Como algunas de las instalaciones, como el monorraíl o el telecabina, envejeció mal. Perdió el brillo durante años de abandono y fue finalmente demolido en 2002. Pero la conversación cambia de tercio y muestra las preocupaciones de los habitantes de esta zona del país, liberada del yugo del dictador y epicentro de unas revueltas que se iniciaron el 15 de febrero y se tornaron virulentas dos días más tarde.

"Hemos dejado de trabajar y la situación sigue empeorando", asegura alguien que nació cuando el tirano ya gobernaba y ha vivido siempre bajo sus cadenas. "Claro que siento miedo. Pero con este baño de sangre ha quedado claro que hay algo que va mal en este país", agrega. Y la determinación revolucionaria de Naser es impermeable al cansancio. Relata con optimismo la formación de un Consejo Nacional, que reivindica la representación legítima de Libia y quiere certificar la defunción del régimen de Gadafi. Y ya sueña con el regreso desde el extranjero de los restos de una oposición calcinada por décadas de represión. "Tienen una visión muy clara sobre el país democrático que queremos", dice.

El mensaje de este libio con recuerdos andaluces se conjuga rápido: "Espero que llegue el día en que mis hijos puedan respirar el viento de la libertad". Pero este deseo, en una tierra donde sus moradores preparan la ofensiva mientras se acostumbran al zumbido de los fusiles y los estertores de un loco, posee aún el contorno incierto de una utopía.

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