El jardín del edén de Israel se llama Neguev

El empleo de alta tecnología y el reciclaje de aguas residuales permiten el aprovechamiento agrícola del desierto que ocupa el 60% del territorio israelí.

Un hotel de la localidad de Mitzpe Ramon, al borde del cráter Ramon, en el desierto del Neguev.
Un hotel de la localidad de Mitzpe Ramon, al borde del cráter Ramon, en el desierto del Neguev.
Alejandro Martín

06 de abril 2015 - 05:03

"Si quieres ser rico, ve al norte. Si quieres ser sabio, ve al sur", afirma Saar Badash. Este joven de 28 años sonríe al explicar por qué abandonó su empleo como profesor de educación especial en la próspera y tecnologizada Tel Aviv para vivir con su pareja en Mitzpe Ramon, un pueblo de 5.000 habitantes en el corazón del desierto del Neguev, y que alberga una de sus mayores joyas naturales: el cráter Ramon, de 45 kilómetros de profundidad y 400 metros de profundidad. "Es una opción personal. Queríamos alejarnos de la sociedad de consumo y encontrar una sociedad en equilibrio con la naturaleza y sostenible. No somos ni misioneros ni colonos", afirma Badash, que forma parte de un movimiento llamado Regreso al Desierto que ha llevado a otras treinta familias de jóvenes universitarios a trasladarse al Neguev.

"Los jóvenes se tenían que marchar de aquí para ir a la universidad o buscar trabajo. Nosotros queremos cambiar esa situación", señala Badash. Un ejemplo de ello es la apertura de su negocio, un restaurante especializado en comida ecológica que da empleo a diez personas.

Con una extensión algo menor a la provincia de Sevilla, el desierto del Neguev ocupa el 60% del territorio de Israel pero alberga sólo el 12% de la población. Aunque las ruinas de Masada y de ciudades nabateas como Mamshit o Haluza demuestran que estuvo habitado desde antiguo, la urbanización del Neguev se debe en gran medida a David Ben Gurion, el primer jefe del Estado israelí. Su política se resumía en "primero, la gente; luego todo lo demás". Más de 600.000 emigrantes judíos, procedentes principalmente de la Europa arrasada de la posguerra y de Sudamérica, fueron distribuidos por el Neguev en granjas colectivas conocidas como kibutz. Los primeros años, marcados por las guerras y la penuria material, fueron muy duros, lo que generó un espíritu de solidaridad comunitaria, magnificado por el idealismo de los revolucionarios de mayo del 68.

"Hay una gran diferencia entre la vida de aquellos kibutz y la de ahora. Fue una época muy difícil. No teníamos nada pero lo compartíamos todo. Los jóvenes piensan ahora de otra forma ", señala Zabu Levieim, uno de los primeros colonos del kibutz Ein Gedi, conocido por su espectacular jardín botánico. Situado en las faldas de la depresión del Mar Muerto, Ein Gedi cuenta con 650 residentes, de los que sólo unos 240 son miembros del kibutz con derecho a voto en la asamblea comunitaria. Otro signo del paso del tiempo es que la explotación de un hotel y de un spa en la orilla del Mar Muerto han desplazado a la agricultura como su principal fuente de ingresos.

Sin embargo, el sector primario es aún estratégico en el Neguev, no sólo por su aportación económica, sino por la autosuficiencia alimentaria que proporciona a Israel. Gracias al reciclaje de aguas residuales, la excavación de pozos, la desalación, y el Acueducto Nacional -un sistema de tuberías que trasvasa el agua del norte al árido Neguev- es posible encontrar explotaciones como la plantación de cactus Orly, de 212 hectáreas. "Mi padre buscaba una planta que se pudiera comer completamente, y tardó 17 años en patentar esta especie sin espinas", señala su gerente, Shajar Bloom. Orly emplea hasta 150 personas y procesa unas 10.000 toneladas anuales de fruto, de las que el 75% se comercializa en Israel y el resto se exporta a la UE. La tecnología es básica. "Cada planta recibe entre 50 y 70 mililitros de agua y el riego está totalmente controlado por ordenador", agrega.

La eficiencia hídrica también permite encontrar olivares en el Neguev. El kibutz Revivim cuenta con unas 350 hectáreas regadas con agua salina extraída de un pozo de 700 metros de profundidad. Esta circunstancia marca el rendimiento de los olivos, de la variedad picual, cuya base se cubre de plásticos para evitar que el agua de las escasas lluvias se mezcle con la del riego. "En España producen aceite de oliva, pero nuestras olivas son tan pequeñas que valen como aceituna de mesa", afirma Uri Yoguev, que ha visitado Sevilla para sondear las posibilidades de plantar olivo de la variedad manzanilla. La producción de aceituna de mesa, "mucho más rentable", asciende a unas 1.000 toneladas, mientras que la del aceite disminuye hasta las 400 toneladas, y sólo se vende en Israel. "Sin una marca fuerte, es imposible competir con España o Italia", señala.

Los objetivos de Erez Rota son muy diferentes. Descendiente de una familia de judíos etíopes asentados en Tierra Santa desde el siglo XIX, Rota fue un artista bohemio que recorrió el mundo hasta que regresó definitivamente a Israel hace diez años para encontrar su vocación: producir vino kosher en el desierto. Su viñedo -uno de los 26 del Neguev- abarca sólo dos hectáreas, donde cultiva uvas syrah, merlot, cabernet sauvignon y moscatel de Alejandría. Produce unas 10.000 botellas de vino, cuya maduración está supervisada por un rabino que certifica que sigue los preceptos de la religión judía. Erez Rota guarda su cosecha en dos contenedores donde la climatización la mantiene a una temperatura constante de 18 grados y una humedad del 70%. "Éste es mi lugar en el mundo. Pero no es fácil vivir aquí", confiesa mientras escancia una copa de vino.

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