La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
la 'primavera árabe' Los tunecinos acuden hoy a las urnas por primera vez desde el triunfo de la revolución
La muerte esta semana a manos de los rebeldes libios del coronel Muamar el Gadafi en Sirte marca un paso más en el calendario de la llamada primavera árabe, cuyo espíritu sigue librando del miedo a millones de personas en toda la región. Con la desaparición física del viejo coronel, también pasa a la historia uno de los últimos representantes del panarabismo, un movimiento ideológico de inspiración laica y anticolonial que trató de modernizar las sociedades de la región. Sadam Husein, muerto en la horca por los representantes del nuevo Estado iraquí surgido de la ocupación norteamericana, era el penúltimo eslabón. Y corrió la misma suerte.
Con el estrafalario líder libio ya van tres jefes de Estado que desaparecen del mapa en lo que va de 2011 como consecuencia de la ola de descontento: el primero fue Ben Ali en Túnez y le siguió al poco Hosni Mubarak, el viejo faraón egipcio. Los regímenes de Siria, sustentado en el Partido Baaz -originariamente laico y panarabista-, y Yemen, aliado de EEUU en su lucha contra el terrorismo yihadista en la Península Arábiga, tratan de sobrevivir al hartazgo de la sociedad.
La fuerza motriz de la primavera ha sido el descontento colectivo ante el despotismo, la corrupción y el injusto reparto de las riqueza. Las reclamaciones políticas de sus activistas han girado en torno a la construcción de regímenes representativos y susceptibles de ser sometidos al escrutinio y el control de la sociedad. Desde Marruecos a Yemen, las alusiones a la creación de estados islámicos o la aplicación de la sharia han sido anecdóticas.
Durante largas décadas los regímenes caídos tuvieron a raya a una oposición variopinta sostenidos por las élites militares y haciendo gala de una ideología laica. Occidente se sintió cómodo con ellos. Hoy están siendo derrocados. Ahora comienza lo más difícil. Después de desarticular durante tanto tiempo a la sociedad civil, el reto es construir la democracia más allá del multipartidismo y celebrar elecciones cada cinco años.
El vacío de poder es inmenso en estos momentos. Túnez -hoy-, Egipto y Marruecos -a finales del mes próximo-, celebran elecciones generales. Todo apunta a que los islamistas serán los partidos más votados. El mundo aguarda a la constitución de las nuevas mayorías parlamentarias preocupado por la reordenación estratégica. ¿Hay motivos para la preocupación?
"El islamismo no querrá resultar dominador en las próximas elecciones, pero sí jugar un papel importante en los nuevos gobiernos. Sabe que las expectativas están muy altas y la decepción si no se consiguen las aspiraciones de la sociedad será equivalente", asegura Eugene Rogan, director del Centro para Oriente Próximo de la Universidad de Oxford. Lo cierto es que el islamismo se presenta a las próximas elecciones en formas y sensibilidades muy distintas, que oscilan entre las corrientes más moderadas y liberales de los Hermanos Musulmanes hasta el salafismo, la variante musulmana más rigorista y totalmente reaccionaria.
En Túnez, el partido Ennahda (Renacimiento) parte hoy como favorito y podría obtener hasta el 30% de las papeletas, según los sondeos. Su histórico líder, Rachid Ghanuchi, después de sufrir la persecución y el exilio durante 22 años por parte del régimen de Ben Ali, se presenta con un talante moderado ante sus compatriotas. "Nuestro partido apoya sin dobleces la democracia".
Sin embargo, el curso del proceso de transición ha comenzado a provocar el escepticismo de una sociedad que no muestra especial simpatía hacia ninguna formación. La mitad de la población en edad de votar no lo hará. La percepción de que la revolución no ha iniciado la solución de los verdaderos problemas del país es creciente.
La corriente central del islamismo es consciente de que los tiempos han cambiado y de que la sociedad no demanda estados basados en los principios del Corán, sino la solución a sus problemas más perentorios. Buen ejemplo del debate lo representa la disputa entre diferentes sectores de los Hermanos Musulmanes, el partido-movimiento mejor organizado de la oposición a Mubarak. Disfrutan de un considerable prestigio social, derivado de su labor en pro de los sectores más desfavorecidos de Egipto. A pesar de la oposición de un sector del movimiento reacio a concurrir a las elecciones, los Hermanos estarán representados por el partido Libertad y Justicia, que concurre con una generación de nuevos líderes. Dicen defender la libertad de culto, el multipartidismo y, en general, la democracia. No pocos observadores aseguran que es una jugada estratégica y que el alma del partido arrastrará finalmente a sus nuevos representantes hacia la defensa de la sharia y el Estado islámico.
En Marruecos, donde a pesar de no registrarse un clamoroso malestar popular contra el régimen de Mohamed VI se vio obligado, la pasada primavera, a reformar la Constitución y ceder atribuciones, el panorama es mucho más difícil de predecir. El islamismo moderado -y amoldado al majzén- de Justicia y Caridad, principal formación de la oposición gubernamental, podría ser el mayor beneficiado del desmoronamiento del Ejecutivo presidido por los nacionalistas del Istiqlal. El salafismo, tal vez la única fuerza abiertamente opositora a la monarquía, parece haber perdido el miedo a la calle y se ha venido manifestando contra el régimen durante todo este año. Eso sí: con precauciones, los salafistas reclamaron estrictamente el fin de la corrupción y un sistema democrático. Ni rastro de soflamas fundamentalistas.
Estrategia o sincera evolución, el islamismo parece haber tomado nota de los nuevos tiempos. La persecución sufrida durante décadas por las caídas autocracias puede darles una última oportunidad de hacerse con una posición parlamentaria hegemónica. La sociedad árabe tiene claro que su prioridad pasa por hallar más espacios de libertad y mejorar su precaria situación económica. El reto para el islamismo -y para el resto de partidos- es colosal.
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