La excepción marroquí
Las protestas contra los regímenes autocráticos no han llegado al país vecino, que cuenta con una sociedad políticamente desarticulada y socialmente imposibilitada
Un grupo de jóvenes licenciados universitarios en paro cantan cansinamente, con un soniquete monocorde, a la puerta del Parlamento marroquí en Rabat que quieren un trabajo digno y que continuarán la protesta hasta que no lo logren. Van vestidos con petos verdes y butanos y sus lemas están escritos en árabe y en francés. Blanden retratos de Mohamed VI, emir de los creyentes y jefe del Estado. La protesta no va con él, sino con el sistema, los corruptos políticos que no plasman los bienintencionados deseos del monarca alauí.
Al cabo de algo más de una hora y ante la atenta mirada de la Policía, los titulados rabatíes se retiran silenciosamente del lugar hasta la semana que viene. Rara vez se enfrentan a los agentes de seguridad. En el poniente del Magreb, los aires de libertad de la Revolución del Jazmines tunecino, que derrocó al dictador Ben Ali tras 23 años en el poder, y del empuje egipcio contra Mubarak llegan aún en forma de suave brisa.
Con cifras y problemas similares a los que padecen los vecinos argelinos, tunecinos o egipcios, lo cierto es que Marruecos no ha experimentado el mismo nivel de protesta popular. La falta de movilización de una sociedad políticamente desarticulada -el rey Mohamed VI disfruta el trabajo minucioso de su padre, que desmanteló la oposición al régimen- y socialmente imposibilitada -en torno al 50% de la población marroquí es analfabeta- la movilización social no encuentra un terreno abonado.
Con el nacimiento y abrupta irrupción en el panorama electoral marroquí en 2008 del Partido de la Autenticidad y Modernidad (PAM), que lidera un amigo personal del monarca Mohamed VI, el régimen consiguió zafarse del crecimiento del islamismo político, representado por el Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD). "En el sistema marroquí de pluralismo manipulado, la monarquía sigue mandando a través de un consenso entre la élite y la sociedad ejerciendo su permanente rol espiritual y terrenal", afirma el politólogo Mohamed Daadaoui, del Middle East Institute.
No obstante, los ecos de los sucesos de Túnez han tenido cierta resonancia en Marruecos. Pequeñas concentraciones de protesta se han reproducido por localidades del interior del país.La alegría por la caída de Ben Ali se sintió en las grandes ciudades marroquíes, donde los cláxones sonaron en las principales avenidas de Casablanca y Rabat. La Embajada de Túnez en la capital marroquí fue escenario durante varios días de concentraciones de solidaridad.
El inédito y decisivo catalizador de las revueltas en Túnez y Egipto, las nuevas redes sociales -Facebook y Twitter principalmente- cuentan en Marruecos con el lastre de la débil penetración de internet. También la persecución del régimen contra la prensa extranjera y crítica juegan en contra de la movilización popular.
Con todo, el contagio de la revolución tunecina a otros países árabes -como Egipto, donde el régimen de Mubarak se resiste a abandonar- preocupa en Rabat. El viernes, el Gobierno marroquí decidió aumentar el llamado contingente de compensación, un fondo destinado a subvencionar los productos de primera necesidad. El Ejecutivo de Rabat incrementará las ayudas sobre los hidrocarburos y varios alimentos básicos como trigo, aceite, harina y azúcar.
"A pesar de las crisis estructurales que vive Marruecos y la falta de respuestas adecuadas y suficientes a las demandas sociales, la sociedad no puede llegar a la explosión porque se oxigena a través de una apertura controlada", sentencia el sociólogo marroquí Mohamed Munshih.
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