¿Se ha esfumado la magia de Obama?

El presidente de EEUU cumple su primer año en la Casa Blanca con una fuerte caída de su popularidad y lastrado por las expectativas que el mundo entero puso en él.

Las imágenes de la investidura de Obama
Las imágenes de la investidura de Obama
Peer Meinert (Dpa)

19 de enero 2010 - 17:51

El encanto se ha desvanecido, la magia se ha esfumado. A un año de asumir la Presidencia de Estados Unidos, la realidad ha alcanzado a Barack Obama y el quehacer diario lo ha maniatado. Hasta los rasgos faciales del presidente han cambiado: su radiante sonrisa ha desaparecido, los labios están más delgados, la expresión es más seria.

"Yes, we can". Brillantes y a la vez vagas, enérgicas y aparentemente ilimitadas: así eran las promesas que llevaron al joven político a la Casa Blanca. El primer presidente negro, un segundo Kennedy, un hombre carismático, alguien con don de gentes; medio Estados Unidos estaba a sus pies, y en Europa el entusiasmo era aún más desbordante.

Son estas enormes expectativas, que él mismo se encargó de atizar, las que ahora están ejerciendo presión sobre Obama y las que están erosionando su popularidad. Todo ello a pesar de que también puede reivindicar algunos éxitos, cómo no. Con la reforma del sistema de salud incluso consiguió una victoria, pero lo más importante es que Obama no cometió ningún error grande, no hubo ninguna monumental metadura de pata, lo que ya es un balance bastante aceptable para el siempre aciago primer año en el cargo de un presidente estadounidense.

Sin embargo, Estados Unidos es hoy una sociedad muy dividida. El índice de aceptación de Obama ha sufrido una brusca caída. Según las encuestas, casi el 70 por ciento de los estadounidenses lo apoyaban cuando levantó la mano para jurar el cargo, aquel gélido 20 de enero de 2009. De acuerdo con algunos sondeos recientes, ahora no cuenta siquiera con el respaldo de uno de cada dos estadounidenses. Muchos sostienen que esta caída es la más fuerte que jamás haya sufrido ningún otro presidente estadounidense. En Estados Unidos, los antagonismos se han vuelto más amargos y duros, notablemente más que en Europa. También se escuchan voces racistas. A los comentarios conservadores les gusta plantear la interrogante de si Obama, en realidad, es un estadounidense auténtico, por el hecho de haber nacido en Hawai.

Y el segundo año de su mandato amenaza con ser aún más duro que el primero: todavía está pendiente la verdadera prueba de fuerza en el conflicto con Irán; en Afganistán, todavía le espera el gran enfrentamiento con los talibanes. El desempleo sigue en niveles altos y el endeudamiento está desenfrenado. Por añadidura, en noviembre habrá elecciones legislativas en las que Obama podría perder su clara mayoría en el Senado. Los republicanos ya sienten que las cosas están cambiando a su favor.

Ha sido un primer año loco: cuando Obama prestó juramento en la escalinata del Capitolio, Estados Unidos y el resto del mundo estaban luchando contra la peor crisis económica desde la Gran Depresión; no obstante, la ola de entusiasmo y optimismo que se había apoderado del país parecía ser más fuerte que el miedo a la crisis. Todo parecía ser posible, y de forma inmediata: el cierre del campo de detención de Guantánamo, el fin de la guerra de Iraq, la reconciliación con Irán, Corea del Norte y Cuba, la detención del cambio climático y, desde luego, la gran reforma del sistema de salud, la mejora de la enseñanza y la creación de más empleos. "We will change America and we will change the world¡" ("¡Vamos a cambiar Estados Unidos y vamos a cambiar el mundo!"). La modestia no iba con Obama.

Sin embargo, las cosas se volvieron aún más locas: apenas con 11 meses en el cargo, a Obama le fue entregado el premio Nobel de la Paz, "por sus extraordinarios esfuerzos para fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos", aunque unos días antes había ordenado una escalada masiva de la guerra en Afganistán. Por ello, en su discurso de aceptación del galardón, en Oslo, Obama ya no habló tanto de la paz, sino de una "guerra justa". Aun así, el público estaba entusiasmado.

Fue el alivio por el fin de la era de Bush el que hizo crecer la esperanza cuando Obama asumió su mandato, tanto en Estados Unidos como en Europa. El fin de la política del garrote, del unilateralismo militar, de una anquilosada visión en blanco y negro de la situación en el mundo: en las sedes de los gobiernos de la vieja Europa, el alivio fue palpable. "Muy acertadamente, Obama siente que mucha gente en el mundo quiere otro estilo de liderazgo estadounidense", opinó el editorialista liberal Charles Lane.

Un tono nuevo, un estilo nuevo, un vocabulario nuevo: algunas palabras simplemente ya no salen de la boca de Obama, como "guerra contra el terrorismo", "eje del mal" o "Estado canalla". Los tiempos de la agresividad retórica de Bush han quedado atrás. Obama incluso llegó a hablar, mansamente, de la "República Islámica de Irán". Los republicanos reaccionaron furiosos. En términos generales, el primer año de Obama en la Casa Blanca se ha caracterizado por los grandes gestos, los grandes discursos, las grandes actuaciones. Obama ofrece, sin condiciones previas, reunirse con los líderes de Irán y Cuba, viaja especialmente a El Cairo para pronunciar un discurso dirigido al mundo islámico y tiende la mano para un gran acuerdo de paz. Muchos en el mundo aplauden, menos los iraníes. En casa, los republicanos manifiestan su desprecio.

Para muchos estadounidenses, la política de Obama no es lo suficientemente dura y no se corresponde con la posición del país como superpotencia. Cuando Obama se inclinó ante el emperador de Japón, los críticos comentaron que la flexión había sido demasiado profunda. Durante días, el debate en Estados Unidos giró en torno a esta nimiedad, con extrema rudeza y de forma implacable. También se le reprocha a Obama su postura supuestamente demasiado blanda ante China. "En vez de tratar de consolidar la supremacía estadounidense, ellos intentan manejar ante otras superpotencias el declive de Estados Unidos, que en su opinión es inevitable", bramó el escritor neoconservador Robert Kagan al referirse a Obama y su gente.

Sin embargo, la estrategia obamista es diferente. El presidente es consciente de que su mandato cae dentro de una época de transición. La correlación de fuerzas mundiales está cambiando radicalmente, debido, sobre todo, al ascenso de China y la India. Algunos fervorosos defensores de los derechos humanos criticaron a Obama por haberse negado recientemente a recibir al Dalai Lama, sólo para no incordiar a Pekín. Sin embargo, Obama sabe que necesita socios.

Aún tiene que hacer frente a los mayores desafíos. Hasta el momento, los líderes iraníes han ninguneado al presidente norteamericano. Sin la ayuda de Moscú, Pekín y Europa, incluso el hombre más poderoso del mundo no puede hacer nada. El unilateralismo ya no es posible. También en cuestiones económicas hoy es necesaria la cooperación entre todos. El mundo ha cambiado: el G7, el otrora club exclusivo de los europeos y norteamericanos, más Japón, se ha convertido en el G20. Al lado de los viejos están sentadas ahora las principales economías emergentes: China, la India, Brasil y Sudáfrica. Todavía es válido el lema de "Yes we can", pero ahora con una dimensión global, ya que Estados Unidos ya no puede pretender resolver en solitario los problemas del mundo.

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