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El 'efecto mariposa' de la guerra en Siria

Miles de refugiados se convierten en las víctimas del peor revés militar que ha recibido Turquía en suelo sirio.

Migrantes que quieren llegar a la UE descansan en la ciudad turca de Edirne, en la frontera con Grecia. / Erden Sahin (Efe)
Efe

05 de marzo 2020 - 17:29

Estambul/La muerte de una treintena de soldados turcos en el norte de Siria la semana pasada ha provocado en Grecia, a 1.300 kilómetros de distancia, una nueva crisis migratoria, en una especie de "efecto mariposa geopolítico", en el que decenas de miles de refugiados, de Oriente Próximo y África, son las víctimas del desacuerdo y la falta de previsión de la UE, el expansionismo de Irán y Turquía, así como la agresividad de Rusia.

De Idlib a Edirne

Al menos 34 soldados turcos murieron el pasado 28 de febrero en un bombardeo del Ejército sirio en la zona de Idlib, fronteriza con Turquía, donde Ankara apoya a las milicias yihadistas y otros grupos insurrectos que representan la ultima resistencia contra Bashar Al Asad y sus aliados Irán y Rusia.

La onda sísmica del peor revés militar de Turquía desde que comenzó a intervenir militarmente en Siria en 2016 llegó pocas horas más tarde a Edirne, a 1.300 kilómetros de Idlib, en la frontera terrestre con Grecia, en forma de miles de migrantes que quieren entrar en la UE, impulsados por las autoridades turcas.

Puertas abiertas

El presidente turco, el islamista conservador Recep Tayyip Erdogan, reaccionó ante el inesperado golpe cumpliendo lo que ha amenazado hacer muchas veces en los últimos cuatro años: dejar que los cientos de miles de sirios, muchos de ellos refugiados en Turquía desde hace años, y miles de migrantes de otros países, avancen hacia las fronteras con la UE.

Erdogan se ha quejado muchas veces de que la UE no cumple el acuerdo de marzo de 2016 por el que Turquía aceptaba controlar el flujo de refugiados a cambio de 6.000 millones de euros para atenderlos. "Ya había dicho antes que abriríamos la puerta si ellos no compartían la carga de los refugiados", declaró el lunes.

¿Por qué ahora?

Turquía, que acoge a más de 3,5 millones de refugiados de la guerra siria, cerró hace tiempo su frontera con el país vecino, dejando atrapado en Idlib a quien trata de huir de la última arremetida del régimen y que ha provocado uno de los mayores desplazamientos de refugiados desde que empezara la guerra civil siria en 2011.

Erdogan es consciente de que su país no puede acoger más refugiados. Pese a que, en general, la recepción e integración de "los hermanos" sirios fue buena en un principio, el número de refugiados no ha dejado de aumentar y la economía turca se ha deteriorado. Muchos votantes no quieren más inmigración.

El mismo Erdogan que durante años habló de compartir el pan como buenos musulmanes, no deja de recordar ahora a la UE los 40.000 millones de euros que asegura su país se ha gastado en mantener a los "hermanos" sirios.

Las recientes bajas militares son vistas por muchos en Turquía como una excusa para desviar la atención y usar a los refugiados como arma de presión para que la UE le dé, no sólo fondos para atender a quienes huyen de la guerra, sino apoyo en un conflicto bélico en el que Turquía está en el bando perdedor.

Acuerdo migratorio

En marzo de 2016, después de que cientos de miles de refugiados cruzaran los Balcanes hacia los países más ricos de Europa, la UE cerró un acuerdo migratorio con Turquía. Antes, países como Austria y Hungría forzaron el corte del flujo de migrantes cerrando sus fronteras, lo que tuvo un "efecto dominó" en toda la región.

Alemania, que en apenas seis meses acogió a un millón de refugiados, impulsó el acuerdo por el que se prometió a Turquía el pago de 6.000 millones de euros en cuatro años. Ankara dice que no ha recibido ni la mitad. La UE argumenta que el dinero no era para las arcas públicas turcas, sino para proyectos concretos de ayuda a los refugiados, también de organizaciones civiles.

Pasividad europea

Desde el impacto de la crisis de refugiados de 2015, los países de la UE no han sido capaces de consensuar una política de asilo, con posturas diametralmente opuestas entre países como Alemania, que abogó durante años a favor de acoger a los refugiados, y Hungría o Austria, que se oponen a dejar entrar a más personas que en su mayoría consideran inmigrantes económico y no refugiados que buscan protección.

El discurso de cierre de fronteras se ha impuesto al de la bienvenida y Europa se ha quedado a la espera hasta que los refugiados han vuelto a llamar a la puerta.

El dique creado por el acuerdo turco contribuyó a que las peticiones de asilo en la UE fueran cayendo desde las 1,3 millones en 2015 a la mitad en 2018. El año pasado, por primera vez desde la crisis, subieron hasta 714.000, un 13% más que en los 12 meses anteriores.

Guerra en Siria

Turquía ha justificado varias veces su intervención militar en Siria en evitar que el presidente Bashar Al Asad masacre a su propio pueblo. Tras nueve años de guerra, Al Asad ha logrado no sólo resistir un conflicto que parecía que perdería, sino que con el apoyo ruso e iraní ha logrado acabar con casi toda la resistencia, democrática e extremista islamistas.

Erdogan, que hace 13 años inauguraba estadios de fútbol con su aliado Al Asad, se marcó desde el principio de la revuelta contra el dictador sirio el objetivo de derrocarlo.

Por un lado, Siria era parte de una nueva estrategia expansionista en la política exterior turca, para aumentar su influencia en los antiguos dominios del Imperio Otomano. Por otro, a Erdogan le preocupaba que Siria acabara dividido en zonas bajo control de otras potencias, con el riesgo de la aparición de un Estado kurdo, aliado de la guerrilla kurda PKK, que lucha contra el Estado turco desde 1984.

Tras varias ofensivas militares, contra los kurdos, contra los yihadistas y ahora contra Al Asad, tanto dinero invertido y tantos soldados muertos, una retirada podría interpretarse como una derrota que podría costarle a Erdogan el apoyo y, por ende, el voto en las urnas de los círculos más nacionalistas y conservadores del país eurasiático.

El factor ruso

Mientras que la enemistad con Al Asad es evidente, mucho más ambigua es la relación de Erdogan con el presidente ruso, Vladimir Putin, con el que se reunirá este jueves en un nuevo intento de calmar las cosas en Idlib.

Tras derribar la aviación turca un avión militar ruso justo en la frontera entre Siria y Turquía en 2015, las relaciones entre ambas potencias se congelaron, incluyendo un embargo comercial y turístico impuesto por Moscú contra intereses turcos. Medio año más tarde y al confirmarse los efectos económicos negativos para ambas partes, Putin y Erdogan iniciaron en junio de 2016 la reconciliación y a comienzos de 2017 los dos líderes acordaron lanzar las conversaciones de paz de Astaná (Kazajistán) para poner fin a la guerra de Siria.

Ese mismo año, Turquía -miembro de la OTAN- anunció, en medio de fuertes críticas estadounidenses y europeas, la compra en Rusia de misiles del tipo S-400, que en otoño pasado empezaron a llegar a territorio turco.

Ankara estableció puestos de control militar en la "zona de distensión" de Idlib para verificar el cumplimiento de los denominados acuerdos de Sochi entre Turquía -que apoya a milicias rebeldes- y Rusia e Irán, que respaldan a Damasco.

En los más recientes combates en Idlib, tropas turcas aseguran haber matado no sólo a cientos de soldados sirios sino también a combatientes iraníes o de milicias aliadas. Mientras tanto, Turquía quiere evitar un enfrentamiento con la aviación rusa que sigue activa en la zona, siempre en apoyo de Al Asad.

Ante este confuso panorama Erdogan y Putin se reúnen este jueves en Moscú, siempre con el objetivo de silenciar las armas y no causar otro éxodo migratorio hacia Turquía, que podría desestabilizar el país eurasiático.

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