El coronel reniega de Gadafi

Un desertor del Ejército libio volvió a Brega, en una ofensiva rebelde, con el objetivo de desactivar las minas antipersona y antitanque que él mismo había colocado

Rebeldes libios buscan minas antitanque al oeste del desierto de Gualish.
Rebeldes libios buscan minas antitanque al oeste del desierto de Gualish.
M. J. Hallawa (Efe) / Brega

24 de julio 2011 - 05:03

Hace poco más de un mes todavía servía en las fuerzas fieles al coronel Muamar al Gadafi, bajo cuyas órdenes, asegura, ayudó a plantar 10.000 minas antipersona y antitanque en el enclave petrolero de Brega. Ahora, después de una deserción y una huida, volvió para ayudar a los rebeldes a desactivarlas. "Me ordenaron colocar minas antitanque y antipersona de fragmentación. Ahora he vuelto para quitarlas. Veinte hombres han venido conmigo, el resto está luchando por Brega, por su país", aseguró este coronel de 44 años, experto en minas y explosivos y que, "por seguridad", prefirió mantener su nombre en el anonimato.

Participa desde el pasado jueves en la ofensiva lanzada por las fuerzas rebeldes contra esta localidad situada a 80 kilómetros al oeste de Ajdabiya, cuyo avance se vio detenido, según los propios rebeldes, por la cantidad de explosivos enterrados en las arenas del desierto que rodea Brega, ciudad estratégica por sus yacimientos de petróleo.

Vestido de civil y con dos hombres de escolta, este oficial que servía en la Brigada de élite Saadi, dirigida por Saadi al Gadafi, uno de los hijos del líder libio y encargada de la seguridad de Trípoli y del frente oriental de Brega, cuenta en la habitación de un hotel de Bengasi sus planes de deserción y huida.

Primero, su mujer y sus tres hijas abandonaron el país como refugiadas, en dirección a Túnez. Después, sin nadie más en quien preocuparse, excepto en sí mismo, llegó su turno.

El día elegido fue el 20 de junio durante un descanso para comer. Tal y como había acordado con un contacto, se desplazó hasta una zona de la costa de Trípoli donde le esperaba una barca de pescadores.

"Llegué a la costa y me encontré con mi contacto, pero el motor estaba roto y tuve que regresar a la unidad como si nada hubiera pasado", dijo el coronel, que no dejó de fumar en toda la entrevista.

Sin embargo, sus ansias por desertar le llevaron a intentarlo dos días más tarde, esta vez a la desesperada. "Sabía que mis opciones eran escasas, pero necesitaba irme. No podía seguir obedeciendo sus órdenes", aseguró con los ojos humedecidos por la emoción. "Una cosa es matar a un soldado enemigo, y otra a tu propia gente. No podía", agregó.

Así que el 22 de junio, a las 20.30 de la noche abandonó las barracas con la disculpa de ir a pasar revista a sus hombres. En lugar de eso condujo su coche hasta su ciudad natal, Al Obari, a 70 kilómetros de la frontera tunecina, cruzando los controles gracias a su pase militar.

El último tramo del camino lo hizo a pie, aprovechando la oscuridad de la noche y temiendo ser alcanzado por los disparos en cualquier momento, según relató con una voz grave y profunda, una voz de mando.

La tensión se disparó cuando sorteaba el último puesto fronterizo libio y no desapareció hasta que un oficial tunecino de frontera le dio una cálida y afectiva bienvenida.

Explica que durante 48 horas respondió a los interrogatorios de los servicios de inteligencia tunecinos, y que, pasado este tiempo, pidió llamar a los soldados que hasta hacía pocos días habían estado bajo su mando.

Se había dado cuenta de que la situación en Libia no era la misma que reflejaba el único canal que los militares no tenían prohibido ver, el canal estatal de la República.

"Llamé a mi comandante de campo y le dije: tienes que saber lo que realmente está pasando. Ellos (los rebeldes) no son Al Qaeda. Gadafi nos ha estado engañando todo este tiempo. Tienes que unirte a mí en Túnez", dijo el coronel.

Cuenta que durante varios segundos estuvo esperando una respuesta y después, como si no hubiera atravesado una frontera, desertado de un Ejército ni abandonado a sus hombres, al otro lado del teléfono se escuchó una voz temblorosa: "Sí señor, estamos contigo hasta la muerte".

En los días siguientes, hasta 85 de sus hombres, militares de élite, fueron llegando a Túnez para unirse a otros desertores y anunciar su fidelidad al Consejo Nacional de Transición.

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