La otra artífice de una victoria histórica

Elogiada por su inteligencia y donaire, Michelle, la mujer del presidente electo, ha sido un pilar en la campaña de su esposo

Michelle Obama y Jill Biden saludan a los seguidores demócratas en el Parque Grant.
Michelle Obama y Jill Biden saludan a los seguidores demócratas en el Parque Grant.
Alain Jean-Robert / Washington

06 de noviembre 2008 - 05:03

"Soy una anomalía estadística. Una chica negra, criada en el sur de Chicago. (...) No se suponía que llegara hasta aquí", dice Michelle Obama, que en enero se instalará en la Casa Blanca como primera dama de la mano de su marido, Barack Obama.

Sus simpatizantes la presentan como una nueva Jackie Kennedy, considerada por los estadounidenses como una de las primeras damas más refinadas de la historia independiente del país. Y es que la futura primera dama rezuma juventud y elegancia, como la esposa del asesinado presidente John F. Kennedy (1961-1963) a su llegada a la Casa Blanca.

Michelle Obama tiene un hablar franco y su cáustico sentido del humorcáustico sentido del humor la llevó a ser acusada por sus adversarios de antipatriota, arrogante y hasta de racista.

Los cuestionamientos a su sentimiento patriótico derivaron de un acto en febrero en el que afirmó: "Por primera vez en mi vida adulta estoy verdaderamente orgullosa de mi país". "Evidentemente amo mi país (...) En ningún otro lugar salvo en EEUU mi historia hubiera sido posible", se defendió más adelante.

Elogiada por su inteligencia y donaire, ha sido calificada de la parte ácida del político demócrata y Señora reproches por los medios conservadores estadounidenses.

Michelle, de 44 años, admite haber visto con desconfianza la decisión de su esposo de lanzarse a la carrera por Presidencia: quería preservar su vida familiar. Pero aceptó bajo dos condiciones: que Malia, de 10 años, y Sasha, de 7, vieran a su padre al menos una vez a la semana, y él dejara de fumar.

Barack cumplió... a medias, ya que confiesa que de tanto en tanto se rinde al prohibido placer del tabaco y se fuma un cigarrillo.

Nacida en el seno de una modesta familia del sur de Chicago, Michelle Obama creció en South Side, el barrio más pobre de la ciudad, en una casa de dos ambientes para sus cuatro habitantes. Su padre, Frazer Robinson, empleado de la alcaldía, trabajó toda su vida pese a su esclerosis. Marian, su madre, se ocupaba del hogar.

En ese contexto, Michelle logró ingresar en la prestigiosa Universidad de Princeton en 1981. Su tesis de Sociología se enfocó en la separación de razas y en cómo los estudiantes negros adoptan una "estructura social y cultural (de la raza) blanca" y se identifican cada vez menos con su comunidad.

Con sus 1,82 metros de altura, reniega de los deportes justamente porque es "alta, negra y atlética", cuenta uno de sus profesores.

Después de Princeton, estudió Derecho en Harvard antes de convertirse en abogada de una gestoría de Chicago. Allí conoció al hombre con quien se casaría. No sin dificultades, pues supo resistir los embates de Barack Obama durante un buen tiempo, pero claudicó ante una invitación a ver una película de Spike Lee, controvertido cineasta negro caracterizado por la crítica social en sus filmes.

Tras su boda en 1992, Michelle dejó el sector privado para trabajar en la alcaldía de Chicago y, después, en el hospital universitario, del que actualmente es vicepresidenta a cargo de asuntos externos.

La futura primera dama fue un pilar en la campaña de su esposo. Dio cientos de entrevistas y no dudó en dirigirse a las multitudes con su profunda voz un poco ronca. "Mi esposo será un presidente extraordinario", asegura.

De todos modos, Michelle no se ve ocupando un lugar eminente en la Casa Blanca. Y enfatiza: "Con Barack hablo de todo, pero no soy su asesora política. Soy su esposa".

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