Ucranianos en España: "Fue un infierno, me decían desde Kiev"
A miles de kilómetros de distancia, la comunidad ucraniana en España vive con preocupación y temor por sus familiares.
A miles de kilómetros de distancia, la comunidad ucraniana en España vive con preocupación y temor por sus familiares la violencia que azota Kiev y otras ciudades del país, aunque mantienen la esperanza de que cesen los enfrentamientos para que su pueblo vuelva pronto a acariciar la paz. Los pies de Yuriy Chopyk caminan por la Gran Vía de Madrid, pero su corazón y su boca siguen en la plaza de Maidán, donde se desplazó la semana pasada con dos de sus compañeros para ser testigo de los enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas de seguridad que sacuden Kiev desde hace tres meses.
"Esta noche fue un infierno, me decían desde Kiev cuando les llamaba por teléfono", cuenta Chopyk, presidente de la Comunidad Ucraniana en España, al recordar los momentos previos a su viaje a Kiev, donde fue testigo de la hostilidad de los manifestantes contra el régimen de Yanukóvich que, asegura "es un modelo de dictadura, como Rusia". Orysya es empleada del hogar, y su hermano partió también rumbo a Kiev con la misma intención que Chopyk, la de unirse al resto de manifestantes en la Plaza Maidán y "luchar" para que se vaya el Gobierno; su hermana queda en españa, "muy preocupada" porque "ha muerto mucha gente".
Orysya, que acudió a la manifestación frente al ministerio de Exteriores, espera que la Unión Europea intervenga y ayude a Ucrania para que llegue la paz y puedan vivir mejor en su país de origen. En la ciudad de Lviv, cercana a Polonia y muy pro-europea, reside parte de la familia de Orysya, quienes le han contado que es "el pueblo" quien está al mando de la localidad, que permanece vigilada por sus ciudadanos desde que quitaron de sus funciones a la policía.
El caos no solo espanta sino que también infunde inseguridad a los ucranianos en España, uno de ellos es Galyna Mykhaylyvk, que respira con fuerza al otro lado del teléfono tratando de buscar las palabras adecuadas para expresar su miedo y preocupación por su hijo de 23 años que está en Ucrania y a quien ha pedido que deje el país. "Para mí es duro, muy duro", asegura esta mujer de 50 años al salir de su jornada laboral en Madrid, una capital lejana a los disparos y al fuego que reinan en Kiev: "hoy he leído en la prensa que una pistola se dispara en Ucrania cada 10 minutos", cuenta con estupor. De capital también cambió Andry, ucraniano residente en Madrid desde hace casi 9 años y que afirma estar preocupado por su familia, que vive en una región más tranquila que Kiev. Su mujer, en Ucrania desde la semana pasada por el fallecimiento de su padre, sí que ha sido testigo de la violencia en el país balcánico tras ver morir al hermano pequeño de una vecina.
"Ucrania está partida", sentencia Ivanna Vatamayuk, presidenta de la Asociación de los padres ucranianos "Nashi dity", por ese motivo desde su asociación en Madrid, apoyan las últimas manifestaciones convocadas en España y envían dinero a Ucrania para comprar medicamentos y comida. Nadya, que pertenece a la asociación de ucranianos de Santander, hace unos días que no habla por teléfono con su país desde que una amiga le dijo que tenía miedo de hablar de política porque "todo se oye" y puede correr peligro: "allí no hay democracia, las elecciones de verdad no existen".
A pesar de ello, hace poco más de dos semanas Nadya envió unos 100 euros a su hermana y a esta amiga, quienes está convencida que utilizarán esa cantidad para apoyar a los manifestantes de Lviv, una ciudad que se ha convertido en bastión de la oposición. La costa levantina cuenta con relevante presencia de asociaciones de ciudadanos de Ucrania que viven con especial frustración la violencia y los enfrentamientos en Kiev, por eso algunas han decidido movilizarse por toda España. Después de estar presentes en la concentración de ayer en Madrid, hoy viajarán a Barcelona para continuar unas protestas que ya son habituales cada fin de semana desde que comenzaron los disturbios en Kiev, como lo son los envíos de ropa o comida que, según sus compatriotas, son un estímulo que mantiene viva la esperanza.
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