Siria, ¿qué viene ahora?
Rusia vuelve al escenario
El régimen de Putin utiliza su control sobre el gas y el petróleo para marcar su papel como gran potencia.
JOSÉ ANTONIO CARRIZOSADirector de Publicaciones
del Grupo Joly
Rusia juega a gran potencia y está dispuesta a utilizar todos los mecanismos de presión a su alcance para que ese papel sea reconocido en la escena mundial. Cueste lo que cueste. La intervención militar en Georgia, para apoyar la independencia de la provincia de Osetia del Sur, y la interrupción del suministro de gas natural a Europa a través de Ucrania, son sólo los dos últimos episodios de una estrategia encaminada a marcar el papel de Rusia en el nuevo orden mundial, definido por la recesión económica y por la llegada de aire fresco a la Casa Blanca de la mano de Barack Obama. Esta reasunción de Rusia como una potencia decisiva en el escenario internacional tiene un indudable protagonista: el ex presidente y ahora primer ministro Vladimir Vladímirovich Putin, un ex espía del KGB soviético, que llegó a la presidencia en 1999 para sustituir al en todos los sentidos nefasto Boris Yelstin. Putin, que desde mayo de 2008 cambió su cargo por el de primer ministro, pero que ha conservado todos los resortes del poder, ha ejercido a lo largo de todo este tiempo un fuerte liderazgo en su país, al que ha vuelto a poner en órbita tras recogerlo sumido en el marasmo económico y la inestabilidad social que produjo la descomposición del sistema comunista.
Sería absurdo negar que muchos de los problemas que Putin se encontró al llegar al poder siguen marcando la vida de los rusos y que otros nuevos han aparecido en el panorama. Las desigualdades sociales han crecido de forma mucho más evidente que en ninguna otra parte del mundo y el poder de las mafias sigue siendo influyente en casi cualquier aspecto de la vida económica o política del país. Rusia ha desarrollado, en torno a todo esto, un sistema político que no se puede homologar con una democracia occidental. El término "democracia dirigida" –con lo mal que le sientan los adjetivos a la democracia– ha sido empleado por numerosos analistas para definir el peculiar modelo ruso, que pasa por una absoluta centralización en la toma de decisiones y por un desprecio casi absoluto a los derechos humanos. Todo el sistema está encaminado a perpetuar en el poder a los representantes de esta nueva oligarquía, agrupada en torno al partido Rusia Unida, y a colocar otra vez al país en el restringido club de las principales potencias del mundo. Aunque para ello sea necesario resucitar algunos mecanismos de la guerra fría en un momento en que, ni de lejos, el país puede competir con Estados Unidos en ninguno de los campos en los que estas cuestiones se dilucidan. Si hubiera alguna duda de que la vuelta a un escenario de guerra fría no es posible, bastaría con comparar el gasto en armamento. Según las estimaciones más fiables, el gasto militar ruso es considerablemente inferior no sólo al de Estados Unido, sino también al de Francia, Alemania o el Reino Unido, por no hablar del debilísimo entramado de aliados que le quedan a la no hace tanto superpotencia mundial.
Pero Rusia maneja con habilidad su principal arma estratégica: el control sobre materias primas, petróleo y gas principalmente, de las que Europa occidental es absolutamente dependiente. En un reciente estudio sobre el nuevo poder de Rusia, el profesor Marshall Goldman, uno de los mayores especialistas en la economía rusa, sostiene que la recuperación del país bajo el mando de Putin se debe básicamente al manejo del poder que le han otorgado los hidrocarburos. No hubiese sido posible pasar de un país en quiebra en 1998 a uno con un fondo de estabilización acumulado de 225,1 miles de millones de dólares en 2008, sin el alza de los precios del petróleo. Pero tampoco hubiese sido posible sin un diseño y un estilo de liderazgo impuesto por Putin.
Incluso antes de alcanzar puestos de responsabilidad política, Putin apostaba ya por utilizar la riqueza en hidrocarburos como centro de la política internacional. En 1997 publicó una tesis en la que ya se preguntaba "qué debe hacer Rusia para recuperar su condición de superpotencia" y su respuesta era simple y contundente: "Nuestra ventaja comparativa son nuestras materias primas". El ahora primer ministro definía la estrategia luego utilizada para reafirmar la posición de Rusia frente a occidente, señalando que se debería renacionalizar las empresas de commodities, sobre todo las vinculadas a los hidrocarburos y aunarlas en "campeones nacionales" que lleguen a ser como una fuerza casi imperialista al servicio de Rusia.
Planteamientos en esta dirección habían sido ya anticipados por otros autores e incluso formaban parte del debate político desde la desaparición de la Unión Soviética. Pero Putin le dio un sesgo y una relevancia que no tenían y lo convierte en el motor de su pensamiento político. Toda su carrera, afirma Goldman, es la historia de concretar esa idea. Para ello no ha dudado en utilizar cuantas maniobras, ventas, compras, presiones de grupos o involucración de ha creído necesario. Sirva como el ejemplo más cercano para nosotros el intento de adquisición de Gas Natural por la rusa Lukoil. La política de Putin ha convertido a Gazprom, el gigante ruso del gas, en la segunda sociedad anónima más grande del mundo considerando su valor capitalizado y la base del actual poder de Rusia.
Toda la estrategia rusa de los últimos años ha estado encaminada a romper el unilateralismo que surge de la derrota del comunismo en la guerra fría. Cómo se articulen a partir de ahora las relaciones entre Estados Unidos y Rusia va a ser uno de los elementos clave en la política internacional de Obama. En un mundo sumido en una profunda crisis económica, el escenario no va a estar exento de tensiones. Rusia no está dispuesta a perder ni poder ni influencia. Y eso irremediablemente va a dar más de un dolor de cabeza a Washington y a Europa.
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