La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
La historia de Guillermo-Alejandro de Holanda es la de un príncipe que prefería no serlo, pero que con empeño y la madurez de los años ha asumido su destino. Desde hoy y junto a su esposa, la argentina Máxima Zorreguieta, tiene ante sí el reto de mantener la credibilidad que su madre dio a la corona en sus 33 años de reinado. Nacido el 27 de abril de 1967 como primogénito del matrimonio de Beatriz de Holanda y el aristócrata y diplomático alemán Claus von Amsberg, Guillermo-Alejandro Claus George Ferdinad es el primer monarca varón tras una dinastía de regias mujeres que se ha prolongado más de cien años. Es a sus 46 años el primer príncipe europeo que toma el relevo de la corona en el siglo XXI.
"Guillermo-Alejandro hereda de su madre la profesionalidad pero será más cercano a la gente, un rey accesible, al que se puede tocar", dijo a Efe el historiador Coos Huijsen, especialista en la dinastía de los Orange. De niño era espontáneo y travieso. Algunos analistas recuerdan que entonces imitaba el acento "pijo" que según él tenía su madre y que propiciaba adjetivos descalificativos contra la prensa, la misma con la que ya de adulto ha firmado un pacto para que se respete su privacidad y la de su familia.
Su anhelo de anonimato le llevó a pedir a sus padres que le dejaran estudiar la secundaria en un colegio en Gales y así escapar de las cámaras, que en los años ochenta se hacían eco de la depresión padecida por su padre tras convertirse en príncipe consorte. En su juventud tuvo que lidiar con la fragilidad de su padre, al que se sentía muy cercano, y con la férrea disciplina impuesta por su madre, y buscar el equilibrio entre la necesidad de libertad y las exigencias de su rango, que se hicieron más patentes cuando su madre asumió la corona en 1980 y la familia se mudó a La Haya.
Del equilibrio entre eso dos polos dependerá en parte su buen hacer en una monarquía constitucional, que seguro llevará con humor: "Guillermo IV, suena a Berta 38 en el prado", dijo en su última entrevista como príncipe para explicar que prefería mantener su nombre completo. Aunque no le gusten los números, el príncipe heredero holandés pasará a la historia como Guillermo-Alejandro I.
Por lo pronto ha suavizado la concepción de monarquía, de la cual ha dicho que aceptaría un carácter puramente simbólico si el Parlamento así lo decidiera en un futuro. "Guillermo-Alejandro ha aprendido mucho en el pasado y es consciente de que en una democracia no hay espacio para las influencias políticas", declaró a Ronald van Raak, diputado de los socialistas de izquierda (SP) y que representa la postura cada vez más crítica del Parlamento holandés hacia la monarquía.
Sin destacar durante sus estudios de Historia en la Universidad de Leiden (sus profesores decían que era inteligente pero no intelectual), reconoció que en su época universitaria empezó a disipar las dudas sobre su futuro. Más trabajo le costó despojarse de la imagen de príncipe Pils (una marca de cerveza) que se ganó en esos años, pero que dejó atrás con aficiones como la aviación y el deporte, pero sobre todo tras su compromiso con Máxima, la mujer con la que se casó el 2 de febrero de 2002 y con la que ha tenido tres hijas: Catalina-Amalia, Alexia y Ariane.
Su gusto por el deporte lo culminó con su pertenencia al Comité Olímpico Internacional (COI) en 1998 y lo llevó a participar con tan solo 19 años en la carrera de las Once Ciudades, una ruta sobre hielo de 200 kilómetros en la que el príncipe, cuya identidad no se descubrió hasta que llegó a la meta, demostró tener más fuerza de voluntad de la que le suponían. Su compromiso con Máxima Zorreguieta en 2001 transformó al heredero, quien con la argentina (de quien Beatriz dijo anoche que había sido una "bendición" para la familia real) ha ganado popularidad y juntos han superado momentos delicados.
La renuncia a una villa de vacaciones en Mozambique, comprada en plena crisis económica y que les costó el apodo temporal de "príncipes de la 'jet set'", fue uno de esos episodios.
Su enamoramiento también le impidió tener olfato político cuando salió en defensa de su suegro, Jorge Zorreguieta, cuya implicación en el régimen de Videla sembró polémica. De "un poco tonto", calificó la misma Máxima el desliz de su entonces prometido.
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