Obama, ¿un presidente de la paz?
Barack Obama llegó a la Casa Blanca con un mensaje de "esperanza" y "cambio" que logró entusiasmar no sólo a los estadounidenses, sino también a un mundo que ahora lo ha coronado con uno de los más reputados galardones del mundo: el Premio Nobel de la Paz.
Para el Comité Nobel, no cabe duda: pese al escasísimo tiempo que lleva al frente de la principal potencia mundial, Obama se merece el preciado galardón por sus "extraordinarios esfuerzos por reforzar la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos".
Y, en sí mismo, el mandatario estadounidense es en cierto modo una metáfora de la multiculturalidad e internacionalismo que representa una esperanza pacificadora en el mundo: Barack Hussein Obama nació hace 48 años en una de las regiones más exóticas de Estados Unidos, Hawaii, fruto de una -en los años 60- exótica relación, entre un estudiante de intercambio negro procedente de Kenia y una estadounidense blanca oriunda de Kansas.
Tras la separación de sus padres, Barack Obama y Ann Dunham, su madre se casó con un indonesio, lo que llevó al pequeño Obama a vivir cuatro años en Indonesia, el país con la principal mayoría musulmana del mundo que aún hoy el primer mandatario afroamericano de la historia de Estados Unidos recuerda con especial cariño.
Su regreso a Estados Unidos para continuar sus estudios becados de derecho lo llevaron a Nueva York, la prestigiosa Harvard y, finalmente, Chicago, que se convertiría en su ciudad adoptiva no sólo porque allí encontró al amor de su vida, su esposa Michelle, con quien tuvo a sus dos hijas, Malia y Sasha, sino también en plataforma para una de las carreras políticas más meteóricas del siglo.
En Chicago, Obama rechazó suculentas ofertas de bufetes de abogados y prefirió dedicarse al trabajo comunitario, aunque no pasó mucho tiempo hasta que se le abrieron las puertas de la política, que finalmente lo llevaron, en enero de este año, a entrar por la puerta grande en la Casa Blanca.
En 1996, entró al Parlamento de Illinois. Ocho años más tarde daba el salto y llegaba al Senado en Washington, donde pronto empezó a llamar la atención de muchos por su alabada retórica, su principal arma también desde la Casa Blanca. Siendo aún un senador novato con apenas tres años en el cargo, un hasta entonces todavía desconocido Obama hacía su apuesta más arriesgada: en 2007 anunciaba que se presentaba a la carrera presidencial.
Muchos sonrieron con condescendencia ante aquel desconocido que osaba retar a la entonces considerada indiscutible candidata demócrata, la ex primera dama Hillary Clinton. Pero pese a los constantes ataques a su inexperiencia, Obama sorprendió a propios y ajenos y consiguió que su lema "Yes we can", "sí, podemos", se convirtiera un mantra para millones de estadounidenses que buscaban un giro de 180 grados tras ocho años de política neoconservadora republicana de George W. Bush.
Y de buena parte del mundo, que asistió con una inusitada expectación a una carrera presidencial que muchos analistas consideraron clave para definir el futuro de todo el planeta. Su mensaje de "cambio" dentro y fuera de las fronteras estadounidenses lo llevaron el 4 de noviembre de 2008 a ingresar en los libros de historia como el primer presidente afroamericano del país.
Una recesión todavía rampante con tasas de desempleo no vistas en décadas y las acaloradas discusiones por sus planes para reformar el sistema de salud han apagado bastante los ánimos de los estadounidenses en sus apenas nueve primeros meses de Presidencia.
En el frente externo, a muchos estadounidenses se les agota la paciencia ante la incertidumbre en las guerras heredadas de Iraq y Afganistán, que tantas vidas y dinero norteamericano han costado, mientras ven con inquietud los oídos sordos que tanto Irán como Corea del Norte parecen hacer a las llamadas al diálogo de su presidente. Y tampoco su aplaudido anuncio de cerrar la cárcel militar de Guantánamo a finales de año parece ahora que vaya a cumplirse con puntualidad.
Pero, como demuestra el inesperado Nobel de la Paz, el mundo todavía parece creer en su mensaje de esperanza de una una "nueva era" con un mundo mejor o, cuanto menos, más pacífico.
Está por ver si este premio le da el empujón necesario para convertirse definitivamente en el presidente de la paz, como dijo esperar el presidente del Comité Nobel, Thorbjörn Jagland, o si se convierte en un regalo envenenado que ponga más presión aún a un mandatario que tiene, ahora más que nunca, todos los ojos del mundo puestos en él.
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