Noruega, un país de luto tras la masacre
Oslo trata de volver a la normalidad tras los ataques que costaron la vida a casi un centenar de personas.
Oslo parece una ciudad fantasma. La gente está horrorizada y consternada, aún más por el hecho de que los atentados terroristas del viernes se perpetraran "desde el corazón de la sociedad", al parecer desde las filas de la derecha radical, hasta ahora en un segundo plano de las preocupaciones del país. Tras el doble atentado terrorista del viernes, Oslo está paralizada. Donde todo era actividad apenas se veía este sábado a nadie. Fuera de la zona cercada en el barrio del gobierno se veían algunos grupos de personas cuyos rostros reflejaban la consternación. Bajo un cielo plomizo, la bandera noruega ondeaba a media asta.
"Es incomprensible lo que es capaz de hacer el hombre", comentaba Bernard Böhmer, dueño del café Eger, situado muy cerca del lugar del atentado en el barrio gubernamental. Böhmer estaba el viernes por la tarde en la calle, donde se encuentra también el Ministerio de Finanzas, para recoger su automóvil. "Entonces escuché un estruendo y sentí en el pecho la onda expansiva, que me empujó hacia atrás. Y de inmediato supe que no era una explosión de gas, sino una bomba". Böhmer conoce bien las explosiones de granadas y otros artefactos del tiempo en que fue soldado de los Cascos Azules de la ONU en Líbano. "Es una tragedia para todo el país", afirma Harald Jakhelln, de 17 años, que trabaja en el puerto. "Estaba en casa durante la explosión y todo el piso tembló".
Mientras, en la televisión aparece un portavoz de la policía hablando y debajo, el titular: "Minst 85 döde", al menos 85 muertos entre los participantes de un campamento de las juventudes socialdemócratas en un ataque al parecer obra de extremistas de derecha.
La calle Akersgata, bloqueada por los soldados, está llena de cascotes e incluso puede verse sangre en la piedra cercana a un árbol. Al lado, un par de zapatos tirados en el pavimento. El restaurante Deli de Luca está totalmente destruido: las puertas de la entrada arrancadas por completo y de la fachada de cristal no queda nada. En la calle perpendicular, la fachada de cristal del edificio del diario VG está destruida en cuatro de las cinco plantas. Una escultura corona la montaña de escombros.
Ante el ayuntamiento de Oslo, el alcalde Fabian Stang mira a una ciudad que con un solo golpe se ha convertido en otra. ¿Cambiará esto a una sociedad noruega conocida por su amor a la paz y por su tolerancia? "Creo que no", responde Stang. Ahora el respeto a los muertos pide "que esta ciudad sea aún más segura y abierta, y que la relación con los otros sea aún más respetuosa". Noruega utilizará esta horrible situación "para desarrollar una sociedad mejor", afirma.
"La sociedad en Noruega es muy tolerante", afirma el conductor de taxis Mohammad, que no quiere dar su apellido. "Pero nos preocupan los extremistas de derecha". Mohammad llegó de Pakistán a Noruega hace 19 años y está aliviado de que no se confirmaran las primeras sospechas de un trasfondo extremista islamista. También el hostelero Böhmer siente cierto alivio por ese dato. Pero por otro lado, no comprende que un acto de ese tipo pueda haberse perpetrado desde el corazón de la sociedad noruega. La convivencia con inmigrantes transcurre sin problemas, afirma. "Tengo muchos amigos musulmanes y en este pequeño café trabajamos gente de siete países diferentes. Para mí esto supone un enriquecimiento. El sector xenófobo es pequeño y no está asentado en la población", considera.
Mientras, Oslo llora a sus muertos. En la catedral se congrega la gente que busca apoyo de la comunidad. Ante la iglesia se han depositado flores, entre ellas muchas rosas rojas, velas y pequeñas banderas noruegas. El tiempo es de silencio y Oslo aguanta la respiración.
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