Irán escucha ecos de Jomeini

La ira se extiende por el mundo árabe Las repercusiones de la crisis

Teherán observa con entusiasmo los acontecimientos en países como Túnez y Egipto, a los que considera fruto de 30 años de siembra 'jomeinista'

Decenas de iraníes se manifestaban el viernes tras el rezo de las mezquitas en apoyo a los detractores de Mubarak.
Decenas de iraníes se manifestaban el viernes tras el rezo de las mezquitas en apoyo a los detractores de Mubarak.
Javier Martín (Efe) / Teherán

06 de febrero 2011 - 05:03

Irán se encuentra en plena celebración del triunfo del alzamiento popular que en 1979 destronó al último sha de Persia, y que muchos analistas comparan con los sucesos actuales en Egipto y Túnez. Teherán quiere ver en las protestas un eco tardío de aquella algarada que dejó a Estados Unidos sin su principal aliado en la zona.

El régimen, a través del Parlamento, ha apoyado de forma oficial ambas revueltas y ha instado al presidente egipcio, Hosni Mubarak, a que acepte las demandas del pueblo.

"Para Irán, los alzamientos en Túnez y Egipto se leen a través de dos claves: por un lado, lo entiende como un triunfo de los valores islámicos", explica un analista iraní que prefiere no ser identificado. "Por otro, lo observa como un debilitamiento de la influencia de Estados Unidos en la región y, por ello, el inicio de una nueva era en Oriente Próximo, más afín a las estrategias de la República Islámica", agrega.

Algunos expertos han comenzado en los últimos días a trazar paralelismos entre el actual seísmo político en el norte de África y la caída del Sha, que se vio obligado a abandonar el país el 16 de diciembre de 1978 en medio de un clamor popular que pedía libertad y exigía el final de la dictadura.

Al igual que en Egipto y Túnez, en ellas participaba todo el espectro de la sociedad iraní, tanto los movimientos políticos laicos como los islamistas, aunque al final serían estos últimos los que se hicieran con las riendas .

Todo se precipitó el 1 de febrero de 1979, fecha en la que el gran ayatolá Rujolá Jomeini, que había instigado las protestas desde el exterior, regresó a Teherán desde París en olor de multitudes tras 14 años en el exilio.

En su primer discurso, pronunciado en el cementerio de los mártires, ya demostró que tenía una hoja de ruta muy clara para un cambio que también habían espoleado con esperanza las fuerzas laicas. Durante los diez días siguientes, conocidos como "la decena de Fajr", Jomeini condujo la revolución y acabó con los intentos de perpetuar el régimen del entonces primer ministro del sha, Shapour Bajtiar.

Designó a su propio jefe de Gobierno, el laico Mehdi Bazargan, y se preparó para dirigir la transición. Cuatro días después, estallaron cruentos enfrentamientos entre las facciones jomeinistas y los batallones del Ejército que todavía eran fieles al sha huido, que concluyeron el 11 de febrero con la rendición militar.

Bazargan renunció apenas siete meses después y el poder pasó a manos de un comité revolucionario, encargado de instaurar la Velayat-e Fiqh, teoría política desarrollada por Jomeini que cede el poder a los clérigos y a los juriconsultos. Desde entonces, el Irán chií se ha esforzado económica e intelectualmente por exportar a otros estados musulmanes esta peculiar forma de democracia islámica, sin hasta la fecha aparentes resultados.

Un paralelismo histórico que clérigos, militares y políticos iraníes también trazan como fruto maduro a esas tres décadas de resistencia y desvelos.

"La Revolución Islámica de Irán se ha convertido en un modelo para la nación egipcia, y sin duda alguna el dictador egipcio compartirá el mismo destino que el dictador iraní", asegura uno de los militares de más alto rango en el Ejército persa.

"Sin duda, la Revolución iraní liderada por el fundador de la República Islámica, el Imán Jomeini, es la revolución más popular del siglo XX, y ha sido fuente de cambios en la historia política mundial", agregó el general Rahim-Safavi.

No obstante, aunque las similitudes son aparentes, existen grandes diferencias culturales, históricas, coyunturales y sociales entre el Irán chií de 1979 y el Egipto suní de 2011, enmarcadas en dos escenarios internacionales también divergentes.

En Egipto, en un principio, los islamistas cedieron la voz al pueblo, expectantes ante los acontecimientos, pero ahora, seguros ya de que la protesta es imparable, se han subido al carro protegidos tras la figura menos sospechosa de Mohamed el Baradai.

Sin embargo, nadie niega que su papel en el futuro de Egipto va a ser decisivo: falta saber si optarán por el fundamentalismo o si se inclinarán por una vía moderada similar al partido de la Justicia y el Desarrollo en Turquía.

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