En Grecia, la crisis es un clásico
La crisis económica del estado griego Una visión alejada de la ciencia
Los habitantes del país cuna de la civilización occidental están acostumbrados a una vida dura desde hace siglos y la remontarán como han hecho siempre, al margen del Gobierno y con la economía sumergida
Desde los tiempos en que Constantinopla cayó ruidosamente en manos del turco y se acabó para siempre con el Imperio Romano de Oriente, Grecia no era noticia tan destacada en el resto del mundo. Y, para colmo, ahora que siglos después vuelve a estar en los noticiarios, se aparece como el caos que no es, por más que la palabra sea, como tantas, de origen griego. Y Europa ha acudido en su ayuda, más por su necesidad de salvar el euro que por devolver el inmenso favor al país que creó la civilización occidental.
Es posible desde aquí saber cómo afecta a los griegos ser noticia mundial por su bancarrota, acostumbrados como están a la mala suerte y a la vida dura. Incluso en los siglos de Pericles, Alejandro y los Ptolomeos, Grecia siempre ha sido pobre, con un suelo en su mayor parte poco productivo y sin riquezas minerales significativas, si hacemos salvedad del magnífico mármol de Paros o del Monte Pentelis, materia prima de la Venus de Milo y el Partenón. Por lo demás, un estado de necesidad que despobló a partir de los años 60 islas enteras. Algunas tienen todavía a la mayor parte de sus naturales viviendo en Australia o Estados Unidos.
Ahora estaba siendo diferente. La democracia, el turismo, el ingreso en la Unión Europea han hecho de Grecia un país moderno en la apariencia, más rico en las tiendas de Atenas, pero aún venturosamente unido a sus tradiciones, también en la capital. Entre esas tradiciones está la indisciplina fiscal y la economía sumergida. Los griegos inventaron la democracia y por eso mismo se pasan el día hablando de política y sociedad, en esas interminables tertulias en la mesa de los kafenion. Al calor del anisado ouzo acompañado de tapas y raciones, los griegos hace mucho que descubrieron que los gobiernos son corruptos y que la mejor forma de prosperar es buscarse la vida cada uno por su cuenta.
Europa está asustada porque ese país tan desconocido, que enseña el tópico sirtaki a los turistas y guarda para ellos su profundo e individual baile de las noches interminables, está en la ruina y puede arrastrar al negocio del euro. Pero los griegos no tienen miedo aunque, como siempre, estén enfadados con sus gobernantes. Su manera de pasar la crisis es la misma desde hace años: el trabajo, sea o no oficial. Y se resume en miles de historias personales.
El tendero a cargo de su emporio junto al Mercado Nuevo de Rodas, o entre la multitud de tiendas y bazares que llenan los bajos de las calles en Heraklion, está dispuesto a regatear como en ningún país de Europa y por eso te abre cientos de cajones hasta convencerte de que te lleves el komboloi más bonito. Junto al mostrador de la recepción de un hotel repleto en Lesbos hay un hombre esperando al viajero que se ha quedado sin habitación, para ofrecerle una en su casa de huéspedes; el recepcionista es tolerante y el hombre te lleva a su negocio, modestísimo pero que incluye cerveza invitada y tertulia hasta las tantas. Uno de los que atienden el negocio es marinero cuando acaba la temporada turística y conoce muy bien Cádiz.
El camarero que te atiende en la taberna junto a la playa de Makrigialos, en el sur de Creta, te reconoce del año anterior y cuenta que una vez acabe septiembre trabajará en un hotel de Atenas, y en invierno volverá a la isla para recoger aceitunas. Manolis y Sofía regentan la luminosa y próspera pensión que lleva el nombre de la mujer durante los meses cálidos en Paros, pero en invierno Manolis, imposible ser más amable, es hidravliko, es decir fontanero. En la misma isla, en el puertecito de Naoussa ya no cuelgan los pulpos en los cordeles como hace diez años, sino que su orilla marítima se ha llenado de yates, pero la misma mujer que vende recuerdos en su tienda y ha ganado mucho dinero, echa de menos cuando su pueblo era sólo un cerrado muelle pesquero con los cantiles de mármol y casas blancas remontando la colina.
En Mikonos y Santorini están algunos de los hoteles más increíbles del mundo. Y también otros protagonistas de la economía griega. La familia Vallas tiene unos sencillos pero limpios apartamentos en la caldera de Santorini. El trabajo de los dos hermanos consiste en ser recepcionistas, botones y camareros. La madre, que sólo habla griego, se limita ya a revisar el negocio y a poner su mejor sonrisa a los turistas: "Tí kanete?" (¿qué tal está?). A base de trabajo, buena atención y obsequiar a los buenos clientes con vino de sus propias uvas, las maravillosas uvas volcánicas de Santorini, a sus clientes, ya tienen otro edificio de apartamentos, villas de alquiler y hasta una casa de lujo, todo con las mejores vistas del planeta. En Mikonos, Eleni, propietaria del hotel Damianos, en lo alto del pueblo, ya hace un par de años que ha dejado de ir a captar clientes al puerto entre los viajeros que bajan de los ferris y los catamaranes superrápidos. Durante más de 25 lo hizo decenas de veces todos los días. El fruto: este último 2009 tuvo el hotel lleno todos los días de la temporada, más de seis meses al año. Su hijo Thanasis metió el hotel en internet y ahora sólo acude al puerto a recoger a sus huéspedes que ya vienen con la reserva, ha renovado las habitaciones y ha construido una piscina. Toda la familia trabaja allí, pero su marido tiene un oficio diferente todo el año. Son encantadora y auténticamente griegos. Como ellos, muchos sobrevivirán a esta bancarrota trabajando. Pero no es eso lo que preocupa a Europa.
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