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Editorial: Libia, lecciones

22 de agosto 2011 - 01:00

TODO indica que el régimen de Gadafi se enfrenta a sus horas finales en las calles de Trípoli, donde aún se pueden vivir días sangrientos mientras los fieles al dictador resisten a la entrada de las fuerzas del Consejo Nacional de Transición (CNT). Libia ha sido el único país donde la revolución de primavera de los países árabes ha sido apoyada con una intervención militar de la comunidad internacional, de ahí que su final deje algunas consideraciones importantes. La primera es que cualquier intervención no se puede llevar a cabo sin el paraguas de Naciones Unidas ni sin el apoyo de, al menos, una importante parte de la población afectada, que sería, en cualquier caso, quien debe asumir el liderazgo de las acciones. Esto es lo que ha ocurrido con el CNT. La OTAN, que ha actuado en este caso como brazo ejecutor del mandato de Naciones Unidas, sólo tenía la autorización para impedir la reacción del régimen contra la población una vez que se produjeron los primeros levantamientos. De no ser por la OTAN, Gadafi hubiera tomado Bengasi. No obstante, muchos pueden entender que la OTAN se ha excedido en sus atribuciones, y de hecho todavía ayer el responsable militar de la operación mantenía que sus ataques en Trípoli no estaban coordinados con los rebeldes, sino que coincidían en el tiempo, puesto que su objetivo era destruir la capacidad del régimen para actuar contra la población. Un puro formalismo, si bien es cierto que la resolución de Naciones Unidas permitía llegar hasta donde fuese necesario para proteger al pueblo libio. Y ese hasta donde sea necesario no puede concluir en otro final que no sea la caída de Gadafi. Por otra parte, tan importante como las acciones militares está siendo el diseño del futuro libio sin el dictador. En torno al CNT hay aún muchas dudas, pero éste debe llevar al país a un régimen democrático que no se construya sobre la venganza de los que fueron leales a Gadafi y a las tribus que le apoyaron. También se debe considerar cada país como un todo. Un fracaso en Libia hubiera cerrado el paso a otras actuaciones similares en otros países, pero el éxito tampoco debe llevar a tomar la intervención extranjera como la mejor opción en todos los casos.

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