Análisis: Populismos
AUNQUE renovados en cada ocasión, los perfiles de los sistemas populistas latinoamericanos no tienen en realidad grandes originalidades. Liderazgos reforzados y carismáticos, montados sobre el organigrama de modelos presidencialistas desequilibrados donde el papel del congreso resulta inevitablemente debilitado, contando a veces con el soporte tácito de las fuerzas armadas, y dotados de suficiente capacidad para forjar un apoyo entre sectores populares que permiten ofrecer una legitimación plebiscitaria de apariencia democrática. Normalmente con un punto final de ruptura constitucional que suele afectar a la limitación de los mandatos presidenciales.
A partir de aquí, las novedades pueden tener un sentido circunstancial: en el caso de petroestados como Venezuela, el flujo del gasto social tiene un origen bien definido debido a la disponibilidad de recursos financieros permitiendo suscitar ciertos niveles de bienestar entre los sectores más necesitados. Igualmente hay una constante renovación en el uso retórico de los mecanismos mediáticos, exprimidos como circuitos de comunicación directa e instantánea con el "pueblo", hasta el punto de suscitar un auténtico liderazgo globalizado que ha permitido a Hugo Chávez ocupar un espacio en la agenda mundial que antes parecía reservado a su viejo maestro Fidel Castro. Y todo ello ha acabado finalmente en la orquestación de una estrategia internacional beligerante, en teórica respuesta a las crisis de deuda de finales de siglo y sus recetas neoliberales, desde donde se han puesto en marcha extrañas alianzas en contra del ogro imperialista norteamericano o a favor de la hermana Cuba.
La historia se configura igualmente como un precario elemento más al servicio de la legitimación carismática del poder, en este caso mediante la resurrección de una ambigua ideología "bolivariana" que operaría nuevamente como instrumento motor de los ideales de liberación de los pueblos latinoamericanos, aunque en la práctica sin conseguir avanzar en proyectos efectivos de integración regional.
Y como sucede finalmente con todos los populismos carismáticos, hay una notable dificultad para asegurar procesos normalizados de alternancia en el poder, contando con la relativa debilidad del sistema de partidos y las tendencias a la fragmentación que suelen afectar a las fuerzas de oposición.
Por supuesto, ello no quiere decir que antes o después del apogeo populista los modelos constitucionales respectivos constituyeran en rigor democracias ejemplares, pues el universo latinoamericano no suele ofrecer un bagaje de experiencias ideales en este campo, y Venezuela no resulta ser una excepción. Pero, en todo caso, los liderazgos populistas no suponen una aportación histórica constructiva para el desarrollo de la democracia en el continente latinoamericano.
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