Sueños y paisajes
Rodrigo por Cañizares | Crítica
El guitarrista catalán Juan Manuel Cañizares publica la décima entrega de la serie dedicada a trascribir a los grandes compositores nacionalistas
La ficha
Cañizares. 'Rodrigo por Cañizares'. Producido por Cañizares. JMC Music
El maestro de Sabadell llega a su décima entrega de la serie "por Cañizares" con un disco dedicado al maestro Joaquín Rodrigo, en el vigésimo aniversario de la muerte del compositor. La serie, como saben, está dedicada a trascribir para guitarra flamenca solista algunas de las grandes obras de la música nacionalista española de finales del siglo XIX y del siglo XX. Por las manos de Cañizares han pasado en estos años Albéniz, Falla, Granados ... No podía faltar a esta cita con Cañizares el maestro Rodrigo que le ha regalado una pieza al guitarrista, su Preludio al atardecer una obra que se ha grabado por vez primera en este disco. La pieza, compuesta en 1926, fue rescatada del olvido por Javier Suárez Pajares y Cecilia Rodrigo, la hija del maestro, dio su visto bueno al deseo del guitarrista de Sabadell por llevar a cabo esta primicia mundial.
La pieza, escrita originalmente para guitarra, y que dura algo menos de cinco minutos en esta versión, presenta abundantes "reminiscencias andaluzas y marcada impronta flamenca" según su intérprete, elementos estos subrayados sin duda en la presente versión. Es una obra sorprendentemente madura, presidida por el espíritu impresionista de la época en la que se compuso. Los rasgueados, por otra parte, son plenamente jondos. Intimismo y ferocidad, esto es, la quintaesencia del flamenco, dominan este preludio. La más famosa composición de Rodrigo, y sin duda la pieza más difundida del repertorio hispano, con permiso de Macarena, está aquí representada por Aranjuez ma pensée, la trascripción para piano que hizo el maestro en 1968 del famoso Adagio de su concierto. Cañizares ha añadido, en su trascripción, "unos acompañamientos en forma de trémolo, con el fin de crear un ambiente más cercano a su versión orquestal", con un resultado sin duda magnífico.
El resto de obras que incluye el disco son trascripciones de suites compuestas originalmente para piano en los años 30 y 40, la etapa más brillante, sin duda, de Rodrigo como compositor. Y la Danza de la amapola una vibrante y luminosa composición de 1972 llena de energía y lírica cercanía que Cañizares presenta con un ritmo cercano a la bulería flamenca. Las Cuatro estampas andaluzas (1946/52) son visiones, música programática inspirada en los pregones populares (El vendedor de chanquetes), en el paisaje (Crepúsculo sobre el Guadalquivir, Barquitos de Cádiz), o el propio género jondo (Seguidillas del diablo). Las Cuatro piezas (1938) se inspiran directamente en danzas populares: la Calesera, que es una seguidilla, familiar y amable, el Fandango del ventorrillo, retumbante, cantable y feliz y la Danza valenciana. De similar inspiración, aunque dialogando con los grandes compositores del Renacimiento hispano, las Cuatro piezas del siglo XVI (1938) que son versiones de Luis de Milán (Dos pavanas), Valderrábano (Pavana), Cabezón (Diferencias sobre el Canto del Caballero) y Alonso Mudarra (Fantasía). El Renacimiento de Rodrigo es una edad monacal, cerrada, ensoñada y contemplativa y tiene poco que ver con la viveza del ritmo ternario que dio vida el género musical español en esos años. Son hombres de cuellos tiesos que danzan en sueños con ángeles sin sexo, de contrapunto maravilloso.
Es, sin duda, lo mejor del disco y creo que por ello el maestro Cañizares lo ha situado estratégicamente, con excelente criterio, al final de su entrega. La danza decorosa, binaria, procedente de Italia, aquí presente, tiene poco que ver con las danzas indecentes que en ese momento se bailan, a ritmo ternario, en las calles de España: la frenética seguidilla, los canarios impetuosos con su potente técnica de zapateado, que tan importantes serían para el flamenco futuro, la jácara trasgresora, los eróticos guineos y cumbés, etc.
La música de Rodrigo ha encontrado en Cañizares un vehículo adecuado ya que hay una afinidad entre los dos músicos: pulcritud formal, afán de perfeccionismo y variedad de estados emocionales. Eso sí, en Rodrigo la emoción siempre esta filtrada desde el intelecto y la forma.
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