Marco Socías | Crítica
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Artes escénicas
Sevilla/Hay artistas introspectivos, que necesitan crear en soledad, y artistas que han hecho del diálogo, del encuentro, uno de los motores más poderosos y gratificantes de su nunca fácil trabajo de creación.
Es el caso de Fahmi Alqhai, virtuoso violagambista, compositor y líder de la Accademia del Piacere, y de Antonio Ruz, bailarín y coreógrafo, Premio Nacional de Danza en 2018. Inquietos y llenos de talento, el primero recrea toda partitura que encuentra, desde la Edad Media hasta nuestros días, y se divierte compartiendo ritmos con bailarines y con músicos de otros campos, especialmente del flamenco. Su premiado espectáculo (y disco) Las idas y las vueltas, es solo un ejemplo de ello.
El cordobés Ruz por su parte, tras bailar en numerosas compañías, tanto públicas, como la Compañía Nacional de Danza, como privadas (Sasha Waltz, Estévez y Paños…), ha olvidado ya los confines entre el flamenco, la danza española y la danza contemporánea y disfruta colaborando con músicos y bailarines de todos los géneros. Era esperable, pues, esta nueva entrega de dos artistas que ya en 2015 ofrecieron juntos la hermosísima obra A l'espagnole. Fantasía escénica.
Continuación de aquel encuentro es este Gugurumbé, las raíces negras, que este miércoles verá la luz en los Jardines del Generalife granadino. Y si A l'espagnole profundizaba en la contaminación artística entre Francia y España durante el Barroco, Gugurumbé, nombre de un villancico de negros de Mateo Flecha, fantasea, con rigor pero sin ningún prurito arqueológico, con las músicas y las danzas de origen africano que llegaron a los puertos andaluces, directamente desde el África subsahariana o bien a través del tráfico incesante con las américas. Un tráfico en el que el comercio de esclavos daría lugar a un mestizaje musical y dancístico cuyas huellas se ven hoy en el flamenco.
Desde el siglo XVI hasta la pérdida de las últimas colonias a finales del XIX, no pararon de llegar ritmos nuevos, desde el guineo, la zarabanda, la chacona, el zarambeque, el dengue, el manguindoy… hasta el tango y la rumba, hoy completamente asimilados. Bailes que, según cuenta José Luis Navarro en su libro Semillas de Ébano, "eran siempre alegres, vivos y, sobre todo, voluptuosos". Esos bailes festivos fueron pronto asumidos e interpretados por toda Andalucía, tanto en la calle como en las academias y en el teatro barroco -bailados por negros o por actores pintados de negro- además de en los espectáculos de zarzuela o de tonadillas de los siglos XVIII y XIX.
Y tal vez por aquello que decía Manuel Molina de que uno de los mejores modos con que se puede combatir la pena es con la alegría, Gugurumbé, forjado en medio de este tiempo incierto, es brillante y optimista, aunque no carezca de momentos líricos, como explica el director de escena Antonio Ruz: "Nos ha salido una pieza muy festiva porque el repertorio que encontramos es así. No ha sido intención nuestra, es más, a mí me gusta mucho el drama, lo conceptual… Por ello he introducido algunos contrapuntos algo más trascendentes, como una milonga intimista y profunda que canta maravillosamente Rocío Márquez, o la Canción de cuna para dormir a un negrito, de Montsalvatge, en la voz de Nuria Rial".
Y es que en este diálogo entre la música y la danza de tres continentes orquestado por Alqhai y Ruz tienen un peso fundamental otros dos binomios de primerísimas figuras: el de las voces, con la cantaora Rocío Márquez, otra amante de la investigación y los encuentros, y la soprano Nuria Rial, especialista en música del Renacimiento y Barroco; y el de la danza, con la bailaora Mónica Iglesias (Premio Desplante de La Unión 2018) y la venezolana afincada en Sevilla Ellavled Alcano.
"El elenco es un auténtico lujo. Rocío lo canta todo con un gusto exquisito y qué decir de Nuria. Yo la conocía por sus discos así que cuando Fahmi me dijo que podíamos contar con ella me dio una auténtica alegría. A las bailarinas las he elegido yo, por sintonía personal y porque son muy diferentes entre sí, además de por su valía, claro está. Con Mónica había compartido escenario y teníamos muchas ganas de hacer algo juntos y Ellavled tiene una forma intuitiva de bailar que me encanta, además de ser mulata, hecho que aquí casaba perfectamente con el mestizaje que perseguíamos. Porque esta pieza solo pretende ser un diálogo de disciplinas, de letras -algunas sacadas de tonadillas del siglo XIX-; un mestizaje, en suma. Más que un estudio riguroso, su origen se encuentra en nuestras propias trayectorias. Yo en los últimos años he tenido ocasión de visitar Mozambique, Senegal y Etiopía, de ver sus danzas, de admirar cómo se mueven sus gentes… Y también he trabajado en Colombia, donde la danza está muy presente. Todo eso me ha inspirado para volar en libertad y hacer esta pieza actual, con la música como una guía sobre la que se ha ido construyendo la dramaturgia", insiste Ruz.
El entramado musical de Gugurumbé, creado y dirigido por Fahmi Alqhai, se mueve libremente por un arco de casi seis siglos, desde las composiciones de Flecha de finales del XV hasta la pieza de Montsalvatge del XX, sacando lo mejor de cada instrumentista, los de su Accademia del Piacere (Rami Alqhai, Johanna Rose, Carles Blanch y Javier Núñez) y los flamencos: el percusionista Agustín Diassera y el virtuoso guitarrista Dani de Morón. Un trabajo de equipo al que se unen la iluminadora Olga García, y la diseñadora del vestuario, Gloria Nantú. Tras su estreno en el Generalife, la pieza viajará en otoño al Baluarte de Pamplona y el 19 de enero de 2021 podrá verse en el Maestranza de Sevilla, ciudad que acogerá esta temporada otro hermoso diálogo, de menor formato, entre Antonio Ruz y la joven violista Isabel Villanueva.
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