España vista desde un clave
Clásica
Al frente de su conjunto La Tempestad, la clavecinista aragonesa Silvia Márquez registra para IBS conciertos casi desconocidos de dos compositores españoles del siglo XVIII
La ficha
'Iberian Harpsichord Concertos'. Silvia Márquez, Alfonso Sebastián. La Tempestad. IBS Classical.
Unas castañuelas dieciochescas, conservadas en el Museo de las Artes Escénicas de Barcelona, ilustran la portada de un álbum de enorme interés para la música española, pues documenta una práctica que está muy mal representada en el registro histórico: el del concierto para tecla en el siglo XVIII. "Esas castañuelas reflejan muy bien el momento en que se componen los conciertos de Manuel Narro y de José Palomino, el momento en que se configura el majismo, con su tipismo y su escuela de danza bolera. Era una manera de reflejar visualmente el contenido del disco", comenta Silvia Márquez, clavecinista y organista zaragozana afincada desde hace mucho en Murcia, fundadora y líder del conjunto La Tempestad, uno de los más relevantes de la música barroca española.
-Más allá de algunos grandes nombres como los de Scarlatti, Soler o Blasco de Nebra, la escuela española de clavecinistas en el siglo XVIII es de una gran riqueza. Sin embargo, no ha quedado apenas música de cámara o de conciertos. ¿A qué cree que se debe?
-Muchos de estos compositores de tecla se ganaban la vida como organistas y maestros de capilla, componiendo música litúrgica. La música de divertimento o de virtuosismo no les daba de comer, y no se editaba. Pese a todo, pienso que es extraño que no se conserven más obras, porque se sabe que hubo conciertos públicos, conciertos de cámara en residencias nobiliarias...
-¿Se ha buscado poco todavía?
-El problema es que no hay ediciones; lo que se ha conservado está en los archivos, pero muchos de esos archivos se destruyeron. Era una música de carácter mucho más efímero, no se conservó con el celo que se ponía en las catedrales, porque el uso litúrgico era cotidiano y los maestros de capilla solían poner buen cuidado en tener siempre repertorio disponible.
-¿Quiénes eran Manuel Narro y José Palomino?
-Narro era un sacerdote valenciano que trabajó como organista en la Colegiata de Játiva y en las Descalzas Reales de Madrid. Tuvo un gran reconocimiento en vida. Se conservan de él más de 60 obras religiosas, pero de música instrumental sólo han quedado tres piezas para clave y este concierto. El caso de Palomino es diferente: era un violinista aragonés que trabajó en las Reales Capillas de las dos cortes ibéricas, en Madrid y, desde 1773, en Lisboa, donde ocupó un puesto muy destacado. Cuando, tras la invasión napoleónica, Juan VI tuvo que exiliarse en Brasil, se convirtió en maestro de capilla de la Catedral de Las Palmas de Gran Canarias, donde murió en 1810.
-¿Dónde se han conservado estas obras?
-El Concierto de Narro está en la Colegiata de Roncesvalles. No sabemos qué pinta allí. No se ha descubierto ninguna relación de Narro con Roncesvalles. No sé qué tipo de prácticas podría haber en ese templo. Existía ya una edición de la obra a cargo de María Gembero. El de Palomino está en la Biblioteca de Lisboa, como otro que tiene para violín. Están sin editar. Debió de ser música escrita para el divertimento de la corte y no tuvo mucho más recorrido. Pero es una música de extraordinaria calidad.
-Ofrecen como complemento un concierto para dos claves (con Alfonso Sebastián en el otro teclado) atribuido a Pergolesi. ¿Por qué colocarlo al lado de estas obras españolas?
-Cuando hablamos de conciertos para clave, todo el mundo piensa en Bach, pero este concierto de Pergolesi ya estaba ahí, es estricto contemporáneo de los conciertos bachianos. Merecía la pena darlo a conocer junto a los españoles, porque Pergolesi trabajó en el medio napolitano, el caldo de cultivo de donde nos llegaría Scarlatti, cuya influencia es tan decisiva en el desarrollo del clave español.
-Estilísticamente, ¿dónde se sitúa esta música?
-El Concierto de Narro, datado en 1767, presenta la típica escritura del clave español del XVIII, la de Scarlatti, la de Albero, pero hecha concierto. ¿Es barroco? Sí, pero un barroco tan singular como el scarlattiano. El de Palomino, que es de 1785, es como un concierto clásico vienés, puede recordar a Haydn o a Mozart, tanto en la forma, con un rondó como tercer movimiento, como en el lenguaje. Es como una obra de cámara de las que se hacían en Europa Central. Mantenemos aún el complejo de pensar que la música española estaba muy anclada en la tradición, pero eso no es cierto. Puede que haya algo de eso en la práctica litúrgica, pero en la música instrumental estas obras nos muestran que los compositores estaban a la última.
-El Concierto de Palomino figura de hecho escrito para clave o fortepiano. ¿Por qué deciden hacerlo al clave y en versión de voz por parte?
-Hay una decisión de carácter práctico: es más difícil encontrar fortepianos adecuados de la época de Palomino. También existe ya una grabación con ese instrumento. Por eso optamos por el clave. La decisión interpretativa más delicada fue en cualquier caso la del bajo continuo. Decidimos hacerlo con un segundo clave en el caso del de Narro, que presenta una escritura barroca muy rítmica, muy orquestal. Pero no lo hicimos con el de Palomino, que presenta una escritura ligera, basada en el diálogo entre las partes. Sobraba el continuo.
-¿Cómo ve la situación para grupos como el suyo?
-Hay mucha gente muy formada con deseos de hacer cosas profesionalmente. Y se está dando una situación paradójica: no existe programación pública para todos, pero hay cada vez más y mejor enseñanza especializada en música antigua. Este equilibrio de oferta y demanda es un poco raro. A eso se suma que el público tiene mucha oferta de ocio. Quiero creer que ofrecer a la gente experiencias muy cercanas son las que nos pueden ayudar. Pero los grupos tienen que trabajar mucho en ello. Ningún grupo de música antigua puede esperar salir adelante con las programaciones públicas. Hay además en España un gran problema: no se puede programar a más de un año vista, y así es muy difícil fidelizar público o buscar vías de financiación privada, que por otro lado tenemos tan difícil, porque no hay incentivos fiscales y porque las mismas instituciones públicas compiten por ese capital. Obviamente, los interesados se van a las grandes instituciones, prefieren esponsorizar una institución de alto nivel a una pequeña empresa privada, salvo que tengan una sensibilidad cultural muy exquisita o muy altruista, y eso no se da con frecuencia.
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