"Estamos emocionados: veinte años es toda nuestra vida adulta"
Cibrán Sierra | Violinista del Cuarteto Quiroga
En su vigésimo aniversario, el Cuarteto Quiroga explora en CD el perfil más concentrado de los clásicos
La ficha
ATOMOS
The art of musical concentration
Franz Joseph Haydn (1732-1809): Cuarteto de cuerda en re menor Op.42 Hob.III:43 [1785]
Ludwig van Beethoven (1770-1827): Cuarteto de cuerda en fa menor Op.95 Serioso [1810]
Béla Bartók (1881-1945): Cuarteto de cuerda nº3 BB.93 Sz.85 [1927]
György Kurtág (1926): Secreta: Funeral music in memoriam László Dobszay [2011]
CUARTETO QUIROGA
Aitor Hevia, violín I
Cibrán Sierra, violín II
Josep Puchades, viola
Helena Poggio, violonchelo
Cobra
Cibrán Sierra se alza una vez más como portavoz del Cuarteto Quiroga, que está celebrando sus veinte años de existencia. "El primer año fue realmente de prueba, cada uno tenía su ocupación. El cuarteto empezó a a trabajar en serio cuando fuimos a la Escuela Reina Sofía con Rainer Schmidt del Cuarteto Hagen, y eso fue en el curso 2004-05. Ahí decidimos tirarnos a la piscina de verdad, sin saber si había agua".
–¿Este disco es entonces celebratorio?
–Queríamos que fuera un tanto especial. Siempre nos gusta hacer programas que sean algo más que una colección de obras interesantes. A estas alturas, lo que tiene sentido es que los conciertos y los discos ofrezcan la posibilidad de reflexionar acerca de las obras, poner a unas en contacto con otras, hacer un ejercicio de interpretación, de hermenéutica, arrojar luz sobre un objeto de una manera particular. Y queríamos buscar algo que sirviera como celebración de nuestros veinte años. Decidimos coger a los tres grandes compositores del género: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, como digo a veces. Haydn, el Padre fundador, que canonizó el género; Bartók, el Hijo, que lo llevó al siglo XXI; y Beethoven, el Espíritu Santo, por aquello de que está presente en todos los compositores que quisieron escribir cuartetos después de él, porque llevó el género a su cumbre y está en todas partes.
–Tres grandes clásicos, pero con qué enfoque...
–Usamos una perspectiva que nos pareció interesante. Si estamos en un mundo en que se valora lo mastodóntico, lo grande, por qué no buscar lo contrario: frente a la expansión, la compresión musical. Y encontramos tres ejemplos muy fáciles para mostrarlo. Primero, el Op.42 de Haydn, el cuarteto más corto que escribió, que además fue un encargo que le llegó de España, lo que nos hacía ilusión; Haydn utiliza motivos muy cortos, pero consigue a pesar de la brevedad una narrativa llena de todo lo habitual en él, hasta en sus obras más grandiosas: el sentido del humor, la ironía, el arte de la retórica... Luego el Op.95 de Beethoven, el Serioso: después de haber escrito aquellos gigantescos Razumovsky, larguísimos, con una dificultad extrema, escribe un cuarteto brevísimo, pero de una intensidad incluso mayor que el resto de sus obras en el género. Todo va en él a una velocidad extraordinaria: en el tiempo que uno de los Razumovsky llega al segundo tema, el primer movimiento del Serioso ya ha acabado, y no ha sacrificado ninguno de los pasos retóricos necesarios para construir un discurso contrastante, impactante; lo tiene todo, pero de una manera comprimida. Mantener la complejidad en tan poco tiempo es un ejercicio admirable y Beethoven lo consigue aquí de manera increíble. Bartók hace lo mismo en el Cuarteto nº3, en el que comprime en quince minutos de vértigo un discurso musical complejísimo, construido como siempre en Bartók con una arquitectura impecable, que condensa todas las constantes de su lenguaje musical. Son como pequeños átomos, por eso usamos el nombre en el título: lo indivisible de la materia, lo que ya no se puede dividir. Y también porque desprenden una energía de alguna manera nuclear. De esos núcleos tan pequeños, a través de su compresión musical se liberan enormes dosis de energía.
–¿Y qué papel juega ahí Kurtág?
–Nos faltaba un compositor vivo, y qué compositor, en perspectiva, puede estar a la altura de estos tres gigantes. Yo no tengo dudas, si dentro de 200 años hay un compositor que estará a la altura de los grandes ese será Kurtág. Además al ser un poco autobiográfico el disco, Kurtág nos venía bien, porque es una persona a la que pudimos conocer, con quien trabajamos, una persona que nos emocionó muchísimo: creo que somos el único cuarteto que ha tocado en directo la integral de su obra, así que decidimos incluir esta pequeña obra que además no estaba grabada; el átomo se mezcla ya con la materia oscura, el sonar y no sonar, el ser y no ser, lleva la música al extremo, a la linde de la no existencia.
–Y en ese juego no se pudieron resistir y añadieron a Webern...
–Nos gusta poner siempre regalito de bonus track, y lo pusimos como un guiño a quien fue el maestro del aforismo musical, de la compresión máxima y absoluta del lenguaje, lo teníamos ya grabado de nuestro disco (R)evolutions.
–¿Cómo están viviendo el aniversario?
–Estamos muy emocionados. 20 años de cuarteto es mucho, es casi la mitad de nuestra vida biológica, y la totalidad de nuestra vida adulta, postacadémica. Cuando lo piensas te abruma, te alegra, te emociona, te anima a seguir trabajando, es un momento muy especial. Tenemos una residencia en el CNDM, y estamos haciendo encargos, estrenos. Hemos estrenado en España y en Suiza una obra de Jörg Widmann, con quien tenemos una estrecha relación. En el CNDM hacemos tres conciertos con tres colaboradores que han sido muy importantes en la historia del cuarteto: Jörg Widmann, Veronika Hagen, del Cuarteto Hagen, con quien grabamos nuestro anterior disco, y Javier Perianes, que es casi una quinta persona en el cuarteto, alguien muy cercano. En enero estrenamos en Ámsterdam música de Jonathan Dove, un compositor inglés muy diferente a Widmann, una obra muy interesante que se titula Togetherness, escrita durante la pandemia, en la que empezamos tocando desde diferentes puntos del escenario y nos vamos acercando hasta tocar juntos otra vez, parte de una aleatoriedad controlada y termina ya más ensamblada. Tenemos un estreno en colaboración con el Palau de la Música Catalana de Raquel García Tomás: su música nos interesa mucho, y como el Palau fue un punto importante para nosotros, porque allí ganamos nuestro primer concurso, teníamos que estar en este año, y por eso le encargamos esta obra a Raquel. Para Madrid encargamos otra obra a una compositora griega, que es profesora en Múnich y nos interesa mucho, Konstantia Gourzi. Hacemos también una obra de otra persona muy querida, José Luis Turina, Bach in excelsis, que escribió para nosotros, y es en mayo, en el último concierto de la residencia, que será en el Museo Reina Sofía. Estamos muy comprometidos con la creación actual, y así seguiremos. Parte del trabajo de un cuarteto de cuerda pasa por enriquecer el mapa de músicas.
–Cuando ustedes llegan, en España el Casals había abierto ya camino, pero antes el país era un páramo cuartetístico, ¿se sienten en cierta medida responsables de que eso haya empezado a cambiar y ya no sea así?
–Era una anomalía. En España hubo siempre grandes músicos, pero hasta que llegó el Casals el cuarteto de cuerda parecía que no se practicaba.
–España era el país de las bandas y los instrumentos de viento…
–Así es. Existía una tradición muy importante, y esperemos que no se pierda, ahora que veo que en algunos pequeños pueblos algunas bandas empiezan a tener problemas, porque bandas y coros hay que defenderlos y cultivarlos, la cultura musical amateur es crucial, la sociedad civil y las instituciones deberían cuidarlos, son tesoros, el humus que genera público, gente sensible y profesionales futuros. Esta enorme tradición se tradujo en una mayor calidad de instrumentistas de viento. Otra posible causa de aquella anomalía yo creo que deriva de la manera en que se desarrolló la escritura musical en España, sobre todo en el florecimiento a finales del XIX, los grandes compositores de esa época no nos dejaron grandes cuartetos, aunque hay excepciones, como los de Conrado del Campo, proyecto de recuperación en el que participaremos. Nos interesa recuperar el patrimonio musical propio. En 1900 Mendelssohn era considerado un compositor relativamente menor, hoy nadie duda que es uno de los grandes… A lo mejor dentro de unos años está Conrado o está Brunetti. Hay mucho trabajo que hacer para rescatar muchas cosas que merecen ser rescatadas, primero por cartografiar el patrimonio, pero luego porque además te encuentras joyas estrictamente musicales. Es una gozada escucharlas y ponerlas en diálogo con lo conocido. Con el repertorio de piano salían pianistas enormes tocando Albéniz, Falla, Turina… Pero apenas había cuartetos. Sin embargo en el Madrid del XVIII había una gran actividad cuartetística, por qué… Porque estaban Boccherini, Brunetti, Canales, Almeida… Eso está cambiando. Nos enorgullece contribuir a que esa anomalía esté desapareciendo, España ya no esté yerma de cuartetos y cuartetos españoles estén presentes con normalidad en auditorios de toda Europa.
–¿Cuál será el siguiente disco del grupo?
–Estamos debatiéndonos entre dos o tres cosas. La idea será aportar algo o bien a través de compositores que no hemos grabado o con perspectiva diferente a lo que hemos hecho. Y estamos considerando varias opciones. Nuestro cuarteto cocina a fuego lento. Preferimos hacer las cosas más despacio y que cada producto esté bien pensado y elaborado.
–Siguen con Cobra...
–Sí. Estamos muy a gusto. Nos sentimos libres para plantear las cosas como queremos hacerlas. Volver a grabar los cuartetos de Beethoven, de Schubert o de Mozart porque sí, para nosotros no tiene gran interés. Queremos que los discos contribuyan a contar quiénes somos, la forma que tenemos de mirar al repertorio.
–¿Mantienen la residencia en el Museo Cerralbo?
–Sí, y encantados, porque que los museos no se limiten a custodiar un legado material, sino que lo actualicen y lo pongan en diálogo con la sociedad a través de recitales y actividades dinámicas me parece fundamental. Es un orgullo para nosotros. Nuestros puntos de base son el Museo Cerralbo, la actividad concertística y la pedagógica.
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