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Luis Carlos Peris
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Ricardo Sánchez
Sevilla/El segundo 28 de febrero organizado por un gobierno de centro-derecha es recordado por esas pelotitas colocadas por sorpresa debajo de las butacas del Teatro de la Maestranza. Los asistentes, debidamente advertidos por la conductora del acto, Eva González, las sacaron al final de la ceremonia. El teatro se apagó, las esferas se encendieron. Unas emitían luz blanca y otras luz verde. Al final del espectáculo alguien preguntó con cierto desdén: “¿Y ahora qué hacemos con las pelotitas?”. Ricardo Sánchez no lo dudó: “Yo se la voy llevar a mi perro Tomy que se va a poner contentísimo”. Por la tarde mandó una fotografía del animal jugando con la pelotita por los campos de Mairena del Alcor.
Todo por el can. Ricardo Sánchez es de los que interrumpe una sobremesa de alto interés con una excusa tajante: “Tengo que llevar a Tomy al veterinario, me disculpan”. ¿No hemos tenido consejeros de la Junta que se marchan a dormir la siesta cuando el camarero sirve el café? Y hasta quienes suman sin complejo alguno los precios de sus consumiciones, ticket en mano, para abonar estrictamente lo suyo. Pues hay gobernantes muy responsables con sus mascotas.
Ricardo fue investido dos veces alcalde de Mairena del Alcor. En la primera ocasión gobernó con IU y el PA. A los comunistas les cedió Urbanismo. Un pacto antinatura del que este Sánchez salió reforzado, pues en las siguientes elecciones se quedó a las puertas de la mayoría absoluta. Cuando era alcalde recibió en su pueblo a un secretario de Estado llamado Juan Manuel Moreno Bonilla. Se entendieron con fluidez. Cuando el PP nacional se abrió en canal, Sánchez el bueno (como le conocen algunos para diferenciarlo del inquilino de la Moncloa) se posicionó nada menos que con Pablo Casado. Moreno nunca se enfadó, no se lo tuvo en cuenta, pues los populates andaluces tiraron cada uno por su lado entre Cospedal, Soraya y el propio Pablo. Salió del bombo la inesperada bola de Casado. En Andalucía había muy pocos casadistas. Ricardo fue premiado con la Delegación del Gobierno de la Junta en Sevilla, un puesto que suele pasar inadvertido, pues queda eclipsado por el mastodóntico aparato institucional de la Junta que se concentra en la capital, pero él lo supo aprovechar como nadie, darle lustre y sacarle un incuestionable partido mediático. No ha habido acto sin el risueño Ricardo Sánchez. Quizás ha aprendido el don de la ubicuidad del presidente de la Cámara de Comercio, Francisco Herrero, con quien comparte muchos cafés matinales en Las Lapas.
Este Sánchez sabe sonreír. Eso es importante. Se tensa en algunos momentos, pero se relaja pronto. No tiene hasta ahora grandes partidarios, pero tampoco enemigos notables. Se mueve en ese caladero de aguas tranquilas, una suerte de zona mixta, al que recurren los mandatarios como Moreno para pescar ejemplares de personal libre de aristas.
En la toma de posesión del presidente, aquella organizada a pie de calle pero con fondo de palacio barroco, nos fijamos en el corrillo que Ricardo Sánchez formó con Virginia Pérez, presidenta saliente del PP de Sevilla. Ella le planteó que él debía ser su sucesor. Pérez se había reunido con el presidente una tarde de principios de mayo para acordar cuándo y cómo se debía efectuar el traspaso de poderes del partido. Hay un dato “capital”, que diría Rajoy, pues ese encuentro se celebró antes del 19-J de los 58 diputados. Faltaba decidir quién asumiría la presidencia, lo que acordaron en una segunda reunión, ya a finales de agosto. En un partido que lleva años fraccionado y marcado por las convulsiones, mejor hacer las cosas con las principales partes de acuerdo, aunque se goce del poder de una mayoría absoluta sin precedentes. Sánchez no tiene padrino ni forma parte de ninguna de las familias tradicionales. Y eso gusta tanto al presidente Moreno como a Virginia Pérez. No hay nada que una más en política que un interés común aunque sea meramente coyuntural y compartido por personas muy diferentes.
Ricardo es el único hijo varón de una familia numerosa. Su padre ha sido su faro y guía. Siempre lo tiene muy presente. Un joven Ricardo vio trabajar a su padre como concejal de Mairena del Alcor por la extinta Alianza Popular de don Manuel Fraga. El niño Ricardo estudió en el colegio del pueblo conocido como La Academia. Era de los empollones. Con el paso de los años fue matriculado en Altair, ya en Sevilla capital.
Se licenció en Química por la Universidad de Sevilla. Aprovechaba los veranos para ganarse un dinerito currelando en las estaciones de servicio de Campsa, la empresa donde trabajaba su padre. Con el tiempo trabajó en Eurotex y también para una empresa de productos químicos. Nunca deja de doblar el lomo cuando es preciso. De hecho se pone a repartir el hielo que produce la empresa de su mujer si hace falta echar una mano para atender a los clientes a tiempo. Dicen, de hecho, que no se tiene que remangar nunca porque siempre ha ido con las mangas recogidas hasta que ser alto cargo de la Junta le ha obligado a lucir chaquetas. Si hay que arreglarse para un acto, este Ricardo es más de chaqueta que de traje.
La vida son recuerdos de una primera comunión en la Parroquia de la Asunción del pueblo, el día en que lució un traje prestado por un familiar, en los tiempos en que se aprovechaba todo. Buen criterio se llama. La vida es una devoción fuerte hacia la Virgen de la Soledad y el Cristo de la Cárcel. La vida es pernoctar en ocasiones en un pequeño estudio que tiene en Nervión si el canapé de la capital ha durado más de la cuenta. La vida es una gran afición por el flamenco, que le ha llevado a muchos pueblos para disfrutar de los tradicionales certámenes, y por los toros, una pasión que ha desarrollado con fuerza por las necesidades del cargo. La vida son vivencias con su compadre, el cardiólogo Ricardo Pavón, y almuerzos en la venta Los Conejos de su Mairena del alma, un establecimiento al que se llega por un camino rural inclasificable y donde todo lo que se sirve es conejo cocinado en diferentes recetas: al ajillo, con tomate, en salsa, con arroz... El dueño de la venta, Curro, es gran amigo de Ricardo. Algunas veces se les ha visto juntos en los toros. La vida es presumir en público y en privado del apodo que con todo cariño recibe en el pueblo: Papafrita. La vida son días de verano en Marbella por influencia de su mujer y en Sanlúcar por gusto propio, sobre todo en el chiringuito Alfonsito. La vida es disfrutar de un digestivo bien frío tras un almuerzo donde corresponda, o antes de una corrida de toros en la barra de El Taquilla, corazón del Arenal
¿Cuándo pierde los nervios este Sánchez del Alcor? En el Ramón Sánchez Pizjuán. En el estadio se transforma. Es otro. Cuando ve jugar al Sevilla no le queda ni rastro de aquel alcalde que dialogaba cada día con su muy comunista concejal de Urbanismo.
A partir de octubre será presidente del PP de Sevilla. Tendrá que ser capaz de apaciguar un partido herido. A lo mejor echa de menos a su rojísimo concejal de Urbanismo. Tendrá que respetar a las familias y anular las corrientes. Como decía Susana Díaz en sus tiempos de modista del PSOE, Ricardo tendrá que coser las heridas, pues el partido está llamado a aprovechar el exitazo de 19-J andaluz en las próximas municipales. Los populares tienen que ganar muchas más alcaldías si quieren consolidar la tendencia azul de la provincia. El riesgo es mantener las mesas de camillla, los favoritismos y la falta de capilaridad rural de un partido al que le costó completar las listas para los 105 municipios de Sevilla en las últimas elecciones municipales.
Siempre le quedarán las tardes de Viernes Santo, cuando acompaña a su hijo a salir de nazareno en el Cachorro. También le quedarán esas horas de disfrute del festival flamenco Antonio Mairena. Y, por supuesto, el ladrido simpático de ese perro de agua, turco andaluz en los libros sobre razas de canes, que es su Tomy de su alma. Este Sánchez nunca ha necesitado de una ley que explique que los animales son “seres sintientes”. Tomy conserva la pelotita del 28-F, su particular medalla. Tomy ladra, Sánchez el bueno cabalga. Y si hay que repartir hielo, se reparte. Ricardo se ha revalorizado en cuatro años. Y los cubitos mucho más, muchísimo más. El hielo, un valor seguro. Lo demás... se derrite siempre con el paso del tiempo.
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