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El triunfo del junco

Pepe Cobo

Representa una apuesta por el arte contemporáneo en la ciudad barroca por excelencia. Su galería ‘La máquina española’ supuso un hito. Criado en una familia tradicional, siempre ha defendido criterios de vanguardia sin renunciar a su educación

Pepe Cobo / Rosell

Sevilla/En la vida es gratificante conocer a esas personas que son definidas como juncos por los psicólogos. No cambian de ubicación, no reniegan de sus orígenes, pero cuentan con la suficiente flexibilidad como para conocer nuevos horizontes. Así es Pepe Cobo. Galerista, mecenas, marchante, emprendedor, empresario... Y, por cierto, licenciado en Psicología en la primera promoción de la Universidad de Sevilla, la que estudió en la sede de Gonzalo Bilbao, donde después se impartieron estudios de Bellas Artes y Periodismo.

Cobo ha compaginado con verdadero tino sus labores al frente de las fincas familiares, su condición de promotor inmobiliario y su archiconocida pasión por innovar en el mundo del arte contemporáneo, una vía difícil de recorrer en una ciudad donde se sublima el barroco. Por eso hay quien dice que más que un junco, este Cobo es un camaleón. Domina los sectores más conservadores y tradicionales de la ciudad, al mismo tiempo que es personaje en Madrid y hasta hizo unos años las Américas. Juega muchísimo al golf en Pineda, se mueve con naturalidad entre los caballeros maestrantes y cultiva una visión del mundillo cultural única en la ciudad. Hay quien dice que es raro llegar donde ha llegado viniendo de donde viene. Pero así son los juncos.

Lo mismo veías a Cobo en el balcón de casa de sus hermanas en la Plaza del Cristo de Burgos con la jet de la Sevilla Eterna que promocionando a un artista vietnamita en Madrid. Pepe maneja con soltura las relaciones con los apellidos más conocidos de la burguesía emprendedora de la ciudad y los nombres de los pintores internacionales con menos búsquedas en Google entre los sevillanos.

Tiene la habilidad de identificar con rapidez quién es clave para ayudarle en sus objetivos. Hace muchos años que tiene una relación fluida con Florentino Pérez y con ex ministros como Carmen Calvo y José Girau. ¡A cuántos sevillanos ha metido Pepe en el vestuario del Madrid para que disfrutaran de las previas de un partido!

Hay quien apunta con gracia que este Pepe no es un fantasma pero se lleva muy bien con ellos. Para progresar en lo suyo ha tenido que salir de Sevilla constantemente, porque su modelo de negocio es imposible en esta ciudad. No hay demanda suficiente. Como tampoco la hay para otros negocios, no nos engañemos. Sevilla no tiene cartera de clientes de arte contemporáneo, como no tiene restaurantes donde se puede cenar a partir de las once.

Su anhelo quizás ha sido siempre intentar modernizar la ciudad desde su arraigo en una familia clásica. La innovación desde la tradición bien podría ser el lema de este sevillano. Es una persona dúctil que soporta cenas y comidas con sujetos que no son de su ideología, a lo mejor ni de su agrado, pero que entiende que pueden aportar al progreso y la innovación de sus planteamientos. Tiene la virtud de saber escuchar, se puede pasar largos ratos sin decir ni mú oyendo a su interlocutor y tan sólo con leves carraspeos.

En su afán por introducir en Sevilla el arte contemporáneo a todos los niveles, intentó cambiar la estatua ecuestre de la madre del Rey por una escultura de Richard Serra que muchos comparaban con un adoquín. Quizás hubiera ido bien en la glorieta dedicada a Doña María junto a la avenida de Carlos V antes que en el Paseo de Colón.

Una de las anécdotas de su trayectoria como descubridor y promotor de artistas le ocurrió con el ex concejal Luis Miguel Martín Rubio y el escultor alemán Stephan Balkenhol, especialista en trabajos con madera. De la mano de Cobo, regaló a la ciudad una escultura para que luciera en las calles de la Expo. Al paso de los años, Balkenhol regresó a Sevilla. Cobo llamó a Martín Rubio, presidente entonces de Agesa, la sociedad que gestionaba los activos de la Muestra, para interesarse por el estado de la obra. Luismi hizo las pesquisas, halló la escultura y le mandó una foto a Pepe. “La hemos encontrado. Es mejor que este hombre no vea esto”. El cuerpo principal de la obra estaba segado de la base. Al menos, los dos protagonistas se ríen cada vez que recuerdan el hecho.

La vida...

La vida son recuerdos de la farmacia de su madre en la plaza del Cristo de Burgos, una mujer con estudios cuando casi ninguna los tenía. Son evocaciones de juegos infantiles con su primo Pepón Domínguez Abascal, el catedrático que presidió Abengoa. Son ratos de distensión con José María Pacheco, Iván Bohórquez o Rosauro Varo. Tertulias con Manuel Marchena y Román Fernández Baca, visitas a la bodeguilla de la Moncloa en tiempos de Felipe y charlas con José María Aznar. La vida son fotografías de los apasionantes años 80 en las que figura con estética de galán de cine junto a los autores promocionados en su galería.

Más dandy que sibarita. Le gusta la buena mesa regada con tintos escogidos y un cava rosado francés que guarda el equilibrio entre la calidad y el precio. Ha sido uno de los principales clientes del Jaylu, donde con guasa llegaba a pedir el “menú turístico”. Ahora acude más al Cañabota. Usuario del diminutivo en los saludos: “¿Qué pasa, Manolito?”.

Su casa de Madrid está en el barrio de Salamanca. Tal vez sea de los pocos sevillanos que se mueven con verdadera fluidez por la capital. Quiso hacer de las naves del Puerto un gran espacio cultural, pero se topó con la indolencia de los gobiernos municipales. Una de sus primeras apuestas por la innovación, siempre desde el corazón de la ciudad, fue la apertura de una tienda de muebles de diseño con Enrique Cortines y José Ramón Sierra, sita frente a la tienda de Trifón. Su primera galería, situada en Pastor y Landero y bautizada como La máquina española, tenía esa vocación al exterior tal como evocaba el nombre. Fue su primer gran proyecto, donde logró que expusiera Luis Gordillo y donde descubrió a Espaliú. La máquina española dio a conocer a cientos de sevillanos el mundo de la abstracción, lo que derivó en geniales anécdotas. Un día, un punkey de aquellos años ochenta se quedó delante de un cuadro y exclamó: “Quillo, mira. ¡Arvellanitas verdes, arvellanitas verdes!”.

Para el recuerdo de muchos queda el día en que Cobo y Espaliú montaron una perfomance en Madrid que incluyó la salida del artista elevado en una sillita de la reina desde el Congreso de los Diputados. Una de las portadoras era nada menos que Carmen Romero, la mujer de Felipe González. Dicen que la muerte de su gran hallazgo, el artista Pepe Espaliú, víctima del sida, le produjo un gran impacto. Cobo vivió junto a él su salida del armario, expresión que entonces ni se usaba, y su declaración pública sobre su enfermedad, que entonces conllevaba un gran estigma social. Pepe, como con tantos de sus jóvenes artistas, hizo de psicólogo, amigo y ayudante de muchos de ellos. Mucho más que un mero galerista.

De aquella apuesta triunfante que fue la galería en el barrio de Arenal pasó ya con fuerza a Madrid. Por cierto, el local donde estaba La máquina española pasó a ser un bar que aún funciona.

Como promotor trajo a Sevilla a los inversores que rehabilitaron el Palacio de Villapanés de la calle Santiago como hotel de cinco estrellas. Alguna vez ha contado la primera visita a la casa, muy abandonada, cuando se toparon con un individuo que alguien creyó que era un intruso y era... el marqués.

Si Juana de Aizpuru fue la promotora del arte contemporáneo en Sevilla en los años 60 y 70, Cobo ha sido la referencia en los 80 y 90. Un sevillano con gafas con montura de colores y relojes de esferas grandes. Almuerza a diario con vino desde que tiene 18 años. Sevilla es una ciudad barroca donde algunos creen que Pepe se coló por la vía del arte contemporáneo. Pero en realidad estaba dentro de ella desde el principio. Sólo había que ser flexible como un junco. Las revoluciones mejor poquito a poco y desde dentro.

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