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El sindicalista alegre, la roca roja

Eduardo Saborido

Pionero en promover un concepto de sindicato en clave andalucista. Se alaba su olfato en los tiempos en que estaba todo por hacer, su carácter alegre y el tener claro que no hay que reivindicar los días de cárcel

Eduardo Saborido / Rosell

Sevilla/Es una roca. De los que no se pliega, de esa clase de ciudadanos que no acepta las cosas porque sí, salvo que sean convencidos por gente seria, argumentos fundamentados y cierto tiempo de conversación por delante. Hay quien dice con cierto humor que es la roca... roja. El suyo es un ejemplo de intelecto muy activo y de compromiso con unos ideales. Aseguran quienes lo han tratado mucho que es desconfiado de entrada, quizás como mera cautela, tal vez porque simplemente es sevillano, o incluso porque lo hayan forjado así los golpes de la vida, pero después se entrega con quienes considera sus amigos. En el fondo no hay ninguna gran amistad que no haya nacido de un recelo inicial. Los edificios fuertes se construyen primero por los cimientos... Hay gente empeñada en empezar por el tejado y las cosas acaban como acaban... En la vida, sobre todo en las relaciones sociales, conviene ser serio.

Eduardo Saborido (Sevilla, 1940) es un tipo serio porque tiene sentido del humor, que es una virtud muy serio. Es bético como su camarada Acosta. De hecho, los dos asistieron a la sesión constitutiva de la Fundación Heliópolis, aquella entidad concebida para combatir a Lopera, el titular de la célebre mayoritaria en referencia al accionariado de la sociedad verdiblanca. Saborido siempre ha militado en los movimientos que han luchado contra todo tipo de injusticias o abusos.

Criado en el enclave de las calles Redes, Alfaqueque y Mendoza Ríos, en pleno centro de Sevilla, donde las casas señoriales y las de vecinos se concentraban en pocos metros cuadrados. Eran los años en que el maestro Naranjo formaba a los futuros artistas en su estudio de la planta baja de Redes. Tuvo vinculación con la Semana Santa como niño criado en la collación. El m ero hecho de vivir en el centro de una Sevilla mucho más pequeña te daba el valor añadido de conocer en directo la principal fiesta de la ciudad. Formó parte del equipo de fútbol El Museo que jugaba los partidos por los pueblos de la provincia, una formación en la que también participaba el periodista Luis Carlos Peris, cuatro años menor que Eduardo. Con el paso del tiempo, de varas décadas, los dos acabaron recibiendo la Medalla de Sevilla por su compromiso con la ciudad.

Saborido ingresó muy jovencito tanto en el Partido Comunista de España como de aprendiz en la entonces compañía Hispano Aviación, posteriormente Construcciones Aeronáuticas y hoy Airbus. Rápidamente se apreciaba una emergente conciencia social y una obsesión por diseñar un futuro mejor, lo que implicaba la lucha contra el orden establecido por el franquismo.

Gran amigo de socialistas como Pepote Rodríguez de la Borbolla con quien compartió muchos años tertulia con Paco Acosta, Fernando Soto y Pepe Romero.

Javier Arenas, Antonio Gutiérrez y Eduardo Saborido, en el club Antares. / Juan Carlos Vázquez

Tiene el don de la oratoria. Cuentan que se ganaba a la gente subiendo al escenario y tomando la palabra, amén de la capacidad de convicción y Del sello de persuasión que le otorgaban unos muy acentuados ojos claros. Su gran virtud puede ser descrita de forma directa y sencilla: dar la cara en el momento más difícil, en plena dictadura, en los denominados años de la represión. Impulsó Comisiones Obreras cuando solo era un “movimiento” y todavía quedaban años para que se pudiera convertir en un sindicato. Se le atribuye el instinto y el olfato necesarios en plena Transición para imprimir una perspectiva federal a la naciente Comisiones Obreras, a la que trufó incluso de un andalucismo que entonces era innovador. De estos enfoques surgieron las Comisiones Obreras de Andalucía (COAN). Aseguran que Saborido se inspiró en el sindicalista José Luis López Bulla, granadino de nacimiento pero con toda su carrera realizada en Cataluña. López Bulla fue secretario general de la Confederación Sindical de Comisiones Obreras (CCOO) de Cataluña entre 1976 y 1995. Saborido se fijó mucho en José Luis, de quien dicen que captó la necesidad de prestar atención al contexto internacional. Nada de cuanto nacía en la Transición, como es el caso de los sindicatos, podía ser concebido de forma aislada.

Hay quienes ven hoy a Saborido y a sus camaradas de los años 70 como una “panda de locos” que tuvieron la suerte de estar casados con mujeres de enorme fortaleza. Por aquel entonces se juntaban Fernando Zamora, Antonio Gallego, Juan Antonio Romero, Antonio Rodrigo Torrijos, Antonio Romero... Saborido era un líder con un indiscutible halo de ácrata. Era el típico dirigente que se no preparaba las intervenciones y que resolvía todo con éxito gracias a un evidente carisma. De sus discursos siempre salía una mensaje de ilusión. Era uña y carne con Fernando Soto, quien reunía las características opuestas a Eduardo:el gusto por el orden, el análisis, el método... Eduardo encarnaba esos años tan difíciles el valor de la alegría, la espontaneidad, el instinto. Soto era el ideólogo que llegó a secretario general del Partido Comunista de Andalucía cuando Carrillo lo era de toda España. Soto y Saborido eran la pareja antitética, la prueba de que caracteres tan distintos se podían compenetrar a la perfección. Los dos jugaron un papel fundamental en la izquierda comunista y social con una gran influencia. Fueron diputados del PCE por Sevilla. No se recuerda un éxito igual por esta circunscripción con esas siglas o sus equivalentes.

Algún amigo que lo admira define a Saborido como un “cachondo mental”. El hombre con capacidad para destensionar una reunión con el chiste apropiado, con la virtud de sacar una anécdota para reconducir una sesión marcada por la acritud. Saborido encarna la idiosincrasia del andaluz: serio cuando hay que serlo y alegre siempre que sea posible sin incurrir nunca en la indolencia.

Todavía hay quienes recuerdan las reuniones con Marcelino Camacho en las que éste desaprobaba las bromas de contenido sexual sobre los días de encierro en la cárcel de Carabanchel, aquella ocasión en la que pasó de mano en mano una fotografía de contenido erótico y Marcelino “montó un pollo de padre y señor mío”. Saborido salió del entuerto con la gracia y la alegría que lo caracterizan y la tertulia se recondujo. No faltan quienes precisan que Eduardo siempre fue un líder más que un dirigente, porque el líder pone el rostro, vende las ideas como un comercial en el mejor sentido, es la cara conocida y reconocible de los proyecto, mientras que el dirigente organiza y pacta alianzas. A él se le daba mejor lo primero y siempre tenía quien hiciera las otras importantes labores.

Un rasgo muy revelador de la personalidad de este histórico del sindicalismo andaluz es que no se dedica a vivir de contar el tiempo que pasó en la cárcel, ni a contar las penurias sufridas en la luchar por sus ideas en tiempos radicalmente adversos. Una de sus proclamas es que el sacrificio personal no debe ser reivindicado. Prefiere mantener la alegría de cuando era tuno de la rondalla del convento de San Antonio de Padua. Distinto es que lo requieran para ofrecer un testimonio sobre hitos de la historia reciente de España o para recibir un reconocimiento. De hecho es de los que desaprueba que tanta gente viva tantísimos años de contar que fue perseguido por la Brigada Político-Social o que corrió delante de los grises. No se debe incurrir en la banalización de episodios tan complejos y que supusieron un fuerte compromiso personal y familiar para muchas personas. El suyo es un ejemplo de fuerte memoria histórica, pero sin ira. Podía tenerlo todo para estar tocado y ser un resentido, pero ofrece una imagen de todo lo contrario.

La vida pública de Saborido es dilatada. Sus apariciones en los medios son frecuentes. Pero hay quienes apuntan a que su trayectoria en las instituciones fue corta. O eso parece. Dejó los cargos institucionales, la denominada primera línea, demasiado joven. Es posible que ya no pudiera aspirar a más después de haber fundado un sindicato de acuerdo con un modelo innovador que hoy perdura, haber sido de los primeros, por ejemplo, en emplear conceptos que hoy manejamos como habituales, como los de comité de empresa o las juntas de personal. Todo estaba por hacer y él lo hizo junto con otros. A lo mejor simplemente era la hora de dar paso a esos otros. Es seguro que cualquier político de hoy hubiera seguido de cargo en cargo con el aval del prestigio obtenido.

Sin duda la vida tiene otros atractivos para él, como su mujer Carmen, de la que cuentan que organizaba la solidaridad con los presos políticos, consistente en proporcionarles alimentos y dinero, sobre todo porque tras salir de la cárcel no tenían un puesto de trabajo.

La vida es...

La vida es el recuerdo nítido de la sevillana estación ferroviaria de Cádiz atestada de público para recibir a los sindicalistas que regresaban de Madrid tras aquel tiempo de presidio. Los agentes de la Policía se resignaron. Aquel movimiento era imparable. La vida son unas relaciones muy fluidas con la jerarquía eclesiástica. Eduardo se llevaba especialmente bien con el cardenal Bueno Monreal, que tantas veces le hizo caso y medió para evitar un ingreso en la cárcel o un despido y, por supuesto, le permitía el libre acceso al Palacio Arzobispal o al Seminario que entonces estaba en el Palacio de San Telmo para un encierro de trabajadores. La vida es levantarse a tomar la palabra en un acto presidido por el ministro Solís en el antiguo teatro San Fernando. Saborido intervino para defender la libertad sindical en un foro convocado por el gobierno como gesto amable hacia un sindicalismo prohibido pero ya emergente. A alguno de los testigos de la escena todavía le tiemblan las piernas al recordar el coraje que le echó el barbudo de los ojos claros. La vida es una forma de vivir austera, que no sobria. Y, por supuesto, echar en falta que no se reconozca a muchísima gente que luchó por las libertades en los tiempos más complejos, a quienes abrieron camino. La vida es ponerle a un hijo Julián en homenaje a Julián Grimau, el comunista fusilado en 1963. La vida es recordar una identidad falsa (Jesús Sánchez Suárez, de Córdoba) para moverse con seguridad por la España franquista. La vida es no tener carnet de conducir. De hecho, camino de la famosa asamblea de Madrid, la de las detenciones que dieron lugar al proceso 1001, viajó junto a Acosta y Soto en un Seat 850 conducido por Luz María, mujer de Acosta. La vida es que un familiar recuerde con sentido del humor –bálsamo imprescindible de la vida cotidiana– unos momentos muy desagradables: “Nunca era el lechero cuando sonaba el timbre de casa a las seis y media de la mañana...”.

El pionero del concepto andalucista sindical, el hombre del olfato para anticiparse a las fórmulas que habrían de cuajar en un nuevo concepto de sociedad, el que tiene claro que la Transición fue, sobre todo, una conquista de los trabajadores, vive hoy con su estilo de siempre, con una naturalidad muy sencilla. Un buen día te llama por teléfono para pedirte el número de tu madre porque necesita ayuda para traducir una frase en Latín. Inquietud se llama. Y tiene como efecto la vitalidad. Jugó al fútbol y fundó un sindicato. Marcó goles en todos los campos. El lechero hace muchos años que no va por las casas.

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