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Carlo Suffredini
Sevilla/Es el director del Alfonso XIII, el hotel por excelencia de Sevilla, que más años viene ejerciendo el cargo, pese a que en su empresa los directores son renovados cada cinco o siete años. Asumió el puesto en 2006. Nadie ha llevado tanto tiempo al frente de un negocio inaugurado aquel 28 de abril de 1929, con la Feria recién terminada y una ciudad a punto de vivir la gran Exposición Iberoamericana que abrió con toda solemnidad el rey Alfonso XIII en la Plaza de España. Carlo Suffredini (Roma, 1965) se ha hecho sevillano de forma natural. Vive en Osuna, casado con una sevillana de esta villa. Y tiene dos hijas sevillanas que están deseando salir con su padre en Los Estudiantes, la cofradía más próxima al hotel. Porque todo en su vida gira en torno al hotel, que es como un hijo pequeño, como un fuego en la lumbre, como un micromundo activo las veinticuatro horas del día.
Suffredini acude al inicio de los principales eventos de la ciudad que se celebran en los salones del Alfonso XIII. Lo verán como a los buenos árbitros de fútbol. En todo el meollo, pero procurando pasar desapercibido. Su oficio tiene mucho del arte de saber estar, controlar y acudir presto al quite de cualquier incidencia.
Su pasión italiana está en La Toscana, de donde eran sus padres. Allí fue criado por su abuela y es el lugar al que retorna al menos una vez al año. Sus amigos y los rincones naturales que más le gustan se encuentran en un bello bosque de los Apeninos.
Su padre empezó como jefe de cocina de la cadena Sheraton y después tuvo su propio restaurante. El joven Carlo quería trabajar cuanto antes, pero el padre prefería que estudiara. “Ponedlo a trabajar para que se le quiten las ganas”, le pidió el padre a unos compañeros de un hotel romano. Carlo demostró tal capacidad de rendimiento, una vocación tan intensa, que inició entonces su carrera en el sector hasta hoy sin olvidar la formación en idiomas. Ha sido desde botones hasta director, pasando por jefe de compras, auditor de cuentas, recepcionista, jefe de división y subdirector. Ha pasado por varios países:Italia, Alemania, Inglaterra, España...
Antes de hacerse cargo del Alfonso XIII estuvo en el Puente Romano de Marbella y en las aperturas y arranques de La Quinta, también en Marbella, y el Salobre de las Palmas de Gran Canaria. Tras estar en el legendario Hotel Palace de Madrid llegó la oportunidad de Sevilla. Hasta hoy.
Quienes lo tratan en Sevilla lo definen como un ejecutivo tenaz, que no se rinde ante ninguna adversidad, que no perdona la deslealtad y que promueve al empleado que sea fiel. Nada visceral, puede parecer frío, pero se trata más bien de un exceso de prudencia.
Entra el primero y le gusta salir el último. No dejó de acudir al hotel ni en el período en que estuvo cerrado por la pandemia. Trabajaba en un ambiente fantasmal. El director en la soledad de su despacho en un edificio donde sólo quedaban un trabajador de mantenimiento y otro de seguridad. Los muebles de valor estaban cubiertos con sábanas y había una sensación inquietante de enorme vacío. Aquellos días almorzaba una ensalada comprada en el Mercadona y poco más. Su paciencia es infinita. Ysu sentido de la austeridad fácilmente demostrable. Se ha negado siempre a vivir en la suite del hotel que le hubiera correspondido. ¿La razón? Si la ocupa con su familia no la puede ofrecer a los clientes. Y la que pierde ingresos es la empresa. Su despacho sólo tiene una ventana y da hacia el interior. Le dijeron que se le podía crear un despacho más apropiado. Se negó porque era a costa de suprimir una habitación.
Sabe que el Alfonso XIII es una institución más de la ciudad. A Suffredini le tocó la negociación para renovar el contrato de explotación de un hotel que, no se olvide, es de propiedad municipal, así como las obras de reforma del establecimiento, un proceso del que salió con éxito en contraste con otros hoteles de lujo de Sevilla y de otras ciudades que han perdido sus señas de identidad después de meterse en obras más de transformación que de reforma.
La gran obra de rehabilitación del hotel supuso un esfuerzo muy especial para el director, que luchó para que no se ejecutaran cambios sustanciales. Exigió respeto para la azulejería, las lámparas de lágrimas, los frescos, la chimenea de la suite real o el mobiliario de alta calidad. En aquellos meses se notó su condición de italiano sensible con las obras de arte.
Creó la figura del relaciones públicas para captar el público de Sevilla, que siempre ha cuidado. Uno de ellos fue Mario Niebla del Toro, al que llamaba el embajador del Alfonso XIII para el público sevillano. Ha tenido otros como Carlos Telmo, Arístides Bermejo o Alfonso Candau, también con buenos resultados.
La vida es sentir el hotel como propio. Apagar las luces inútilmente encendidas. Saber y entender de números como un gerente. Saludar a las damas con una liturgia de leve inclinación y procurar atender los caprichos y excentricidades de esa clientela exigente que suele poblar los establecimientos de cinco estrellas. Con Madonna tuvo una vez que pedirle al Consejo de Cofradías que no repicara la campana de la capillita de Santa María de Jesús. La cantante dijo que pagaba lo que hiciera falta. La vida es sufrir alguna vez con empleados sin vocación de servicio, un valor clave de la profesión, o que no entienden el significado y el alcance de trabajar en un cinco estrellas.
Un día le pide un cliente que guarde la confidencialidad de su reserva, otro que le monte una cocina en su habitación. Hay quien solicita camareros vestidos a la federica, para lo cual hay previstos varios trajes. La vida es tener claro que siempre hay que acudir bien vestido al hotel. Que el Alfonso XIII es un lugar de trabajo al que solo acude con compañía familiar si ha recibido una invitación expresa a un acto. La vida es entregar al hotel los regalos que recibe a título personal, almorzar en el comedor del personal donde se organizan los turnos de treinta minutos y dormir en su casa de Osuna, donde siempre le esperan sus tres sevillanas preferidas. La vida es hacer pizzas artesanales en el horno de un amigo. Dicen que es un buen cocinero, faceta en la que se le nota la influencia de sus padres. Cuentan que cuando Suffredini se enfrenta al horno es todo un acontecimiento...
Tan feriante ha salido este italiano que no solo se desenvuelve por las calles del real con toda soltura, sino que cada año monta una caseta en el precioso patio del hotel, donde hay lleno todos los días.
Católico practicante, devoto de la Buena Muerte, amante de los viajes organizados en poco tiempo. Como oiga a su mujer comentar que hace tiempo que no va a París, sale de la habitación, hace unas llamadas y contrata una escapada de fin de semana. Suffredini es feliz en el Alfonso XIII, donde es una suerte de sexta estrella, y eso se nota. Aún lo es más en la Toscana donde disfruta de los ciervos en libertad. La prueba de su integración en Sevilla es que todos hemos aprendido a pronunciar su apellido. Y a escribirlo con las dos efes.
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