El perfil de Alberto Núñez Feijóo
Un adulto para tiempos convulsos
Ricardo Suárez
Sevilla/EN Sevilla hay poca gente a la que hayan llamado para dar el Pregón o pintar el cartel de la Semana Santa y hayan dado nones. Muy poca. Sobran dedos de una mano. Pocos sevillanos tienen hecho el máster en decir que no, que no se imparte en ningún instituto subvencionado por la Junta, ni en ninguna universidad privada de las que difunden anuncios con alumnos rubitos con los ojos azules.
Este máster se trae aprendido de casa. Cierto músico que estaba harto de que le encargaran con toda solemnidad las marchas de las coronaciones y de diversas efemérides de las corporaciones, aprendió a sonreír a dar las gracias, a confesar lo honrado que se sentía y a plantear a modo de colofón: “Ahora que estoy con toda la junta de gobierno y que me siento tan halagado, les quiero preguntar: ¿van a querer la cosa con IVA o sin IVA?”. Y habitualmente el encargo desaparecía.
Ricardo Suárez (Sevilla, 1969) forma parte del privilegiado grupo de pintores y escultores que viven de su obra y de la docencia. Decía el recordado Daniel Puch que el estado ideal del artista es estar consagrado al cien por cien a su actividad, una situación romántica si cabe. Sólo piensa en la producción, que es lo mismo que dedicar toda la atención a los mil y un detalles del mundo que le ha tocado vivir. Haga el tiempo que haga, no hay día que falte a su estudio de la Puerta Real. Tiene una constancia tremenda. La realidad siempre le sorprende con la bata blanca salpicada de pigmentos de colores, música clásica de fondo y el gatillo de cualquier red social en la que difunde desde fotos preciosistas a denuncias sociales. Tiene mucho de Caravaggio a lo hispalense cuando se compromete con causas aunque le cuesten apuros personales. Y hasta a Caravaggio se parece en sus buenas relaciones con altos miembros de la curia. No sólo no se esconde, sino que tiene verdadera tendencia a ponerse delante de los toros más astifinos.
Este licenciado en Bellas Artes tiene la vida propia de un artista. Su desorden es una forma de orden. Se toma las licencias propias de quien está acostumbrado a ser libre y a ejercer con libertad. No se puede sentir encorsetado por nada ni por nadie. Una vez le oyeron decir: “Mi única hipoteca es la del banco y pago religiosamente la cuota de autónomo”. Tiene fuerza, carácter, cultura, pasión, inquietud por viajar por todo el mundo... Y, cómo no, el punto transgresor propio de un artista que se siente joven, como cuando quiso admirar la Giralda desde lo alto de una de las columnas más espigadas que hay a la vera del alminar. Logró que lo auparan hasta la cima y allí se pasó un rato disfrutando de una perspectiva única.
Uno de sus mayores disgustos se produjo cuando perdió la libreta de viaje, donde tenía decenas de dibujos que luego le servían para su producción. Cuando le quieren endosar una obra sin cobrar, corta al interlocutor. Le molesta muchísimo que se de por hecho que el artista no cobra: “Yo no toreo festivales, salvo que salga de mi hacerlo voluntariamente”. De hecho, no dudó en hacer gratis el cartel del Rastrillo o por segunda vez el cartel del Pregón Universitario, cuando tal como el hermano mayor de los Estudiantes le pagó, Suárez cogió el sobre y con la otra mano lo devolvió a la cofradía para obras de caridad.
La vida son recuerdos de su abuelo José López Martínez, pintor y escultor autodidacta, de quien heredó el amor por las Bellas Artes. La vida es denunciar las injusticias, desde el maltrato de un taxista a la grosería de un camarero. Suárez es muy exigente con la hostelería, sólo se siente de verdad a gusto en restaurantes como Becerrita y Portarrosa. Es estar al quite para ceder el asiento a una persona mayor. Es estar consagrado al cuidado de su padre, uno de los históricos de la Hermandad de San Gonzalo. La vida es preferir siempre la manzanilla de la marca Solear y jugar con una servilleta hasta conseguir la forma de un nazareno de La Paz camino del templo. La vida son recuerdos del aprendizaje junto a Antonio López en días inolvidables en Jerez.
Como buen artista, su estado anímico es clave para su producción. En eso es transparente. Es la rama bendita que sale del tronco de su padre. Tiene genio y se vuelca en la defensa de los más débiles. En tiempos fue el alumno de Bellas Artes que mejor vestía de la promoción, cuando la moda era acudir a clase de la forma más zarrapastrosa posible.
Su pintor favorito es Velázquez. El cuadro que más admira es el del Papa Inocencio X por el retrato psicológico que encierra. Su obra abarca desde un elegante costumbrismo exento de tópicos a un suave minimalismo, desde la Buena Muerte con fondos cromáticos atrevidos a relajantes paisajes ribereños, desde toros a imágenes ecuestres...
Muchos de sus viajes se aprecian en su obra. Berlín, Munich, Bruselas, Londres, varias ciudades de Holanda, Whasington, Nueva York, Miami, Roma, Milán, Turín, Venecia... Una de sus grandes aportaciones a Sevilla está en el asesoramiento fundamental que presta a la Hermandad de la Macarena para que artistas de primera fila pinten el cartel oficial de la cofradía. Ha logrado que esta cofradía tenga una pinacoteca del nivel de la de la Real Maestranza con sus carteles taurinos. Él mismo tiene un cartel en el museo, el muy celebrado de los cuatro rostros de la Virgen de la Esperanza.
Todos los viernes tiene una cita en el Salvador, donde deposita una flor para Dolores, la madre a la que cuidó hasta su último día. Y cada Madrugada, cuando se recoge la cofradía de San Antonio Abad, acude a la Joyería Reyes, donde se labró la corona de la coronación.Qué mejor sitio para ver pasar a la Virgen de la Esperanza junto a Anichi.
Se conoce todos los medicamentos por sus principios activos porque, dicen, pudo ser médico en lugar de artista. Amante de las humanidades, del Latín y del Griego, disciplinas que considera más necesarias que nunca en la sociedad de hoy. Se conoce Roma con tal grado de detalle que le ofrecieron publicar una guía de Roma para sevillanos.
Con Suárez se puede estar o no de acuerdo, pero jamás impera el aburrimiento. Fuma puros que luego le sientan mal, pero los fuma cuando almuerza en Bajo de Guía o está en una celebración familiar. Vive el momento sin pensar en el efecto posteriormente inmediato. Calza siempre zapatos de la marca Sebago o náuticos, corbatas fundamentalmente azules y camisas de Javier Sobrino. Su presencia no pasa inadvertida, por el contenido de su conversación o porque es capaz de tirar cualquier cosa que está su alrededor.
Tiene un temperamento que convierte en productivo, una vehemencia con la que abre debates en las redes sociales, una capacidad para guardar silencios que desespera sus críticos. Un artista tiene un punto de provocador y de agitador, o sencillamente no es artista. Lleva a gala su fe. Nadie cómo él pinta la Buena Muerte del Dios de la Universidad y al mismo tiempo se arriesga con las composiciones más modernas. Admira a muchos de sus compañeros de profesión y compra obra de los jóvenes que empiezan y se exponen los domingos en la Plaza del Museo, el edificio donde se pierde muchas horas de la semana.Un enfado le dura cinco minutos. Cada cuadro es un hijo del que se preocupa por su estado.
La vida es eso que pasa cuando se está ante el lienzo. El estado ideal del pintor es vivir solo de su obra, defender la dignidad del oficio y, como Caravaggio, tener algún cardenal que de vez en cuando te proteja. Se pinta como se es.
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