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El más parecido a la mejor versión del duque

Luis Medina Abascal

El toro de las comisiones le ha pegado una cornada en el momento más delicado para estos asuntos. Es el hijo que más recuerda a su difunto padre. Muy diferente de su hermano, pero los dos muy solidarios entre ellos.

Luis Medina Abascal / Rosell

Sevilla/Nieto de la XVIII duquesa de Medinaceli, hijo del XIX duque de Feria y hermano del XX duque de Feria. No debe ser fácil afrontar una existencia con semejantes pilares que ya vienen dados. Estos días se vive en España la particular ceremonia del despelleje a cuenta de un nuevo caso de comisiones millonarias cobradas en contratos de suministro de mascarillas al Ayuntamiento de la capital de España. El momento no puede ser más delicado: Madrid, material sanitario, pagos desorbitados, mensajes y escuchas... El caso es que el toro de las comisiones ha enganchado a Luis Medina Abascal (Sevilla, 1980) y a su socio. Luis lleva desde su nacimiento el peso de los apellidos para bien... y para mal. Por supuesto, la presunción de inocencia no lo libra de una suerte de lapidación mediática que no espera a ninguna sentencia firme.

Luis visitó demasiado pronto el despacho de un magistrado, en aquellos años ochenta en que sus padres, Rafael Medina Fernández de Córdoba (1942-2005) y Nati Abascal, protagonizaron uno de los primeros divorcios sonados en España. El juez de Familia, Juan Ignacio Zoido –que luego fue alcalde de Sevilla y ministro del Interior– sentaba a Luis y a su hermano Rafael en un sofá para hacerles las preguntas de rigor en el mejor ambiente posible. Con el paso de los años, Zoido confesó el mal trago que suponían aquellos encuentros y cómo se volvía a casa andando y pensando en cuanto contaban aquellos dos pequeños. No se olvide que en la España de 1989 no estaba tan normalizado el divorcio como lo está hoy. Entonces generaban verdaderos cuchicheos y ahora, salvo el caso de famosos, no suponen sorpresa alguna para nadie.

No se puede afirmar que Luis estudiara en un único colegio. Estuvo en varios, desde la escuela infantil El Trébol hasta en uno muy pequeño del Muro de los Navarros de Sevilla donde se impartía inglés como gran novedad, pasando por el colegio Calvert School, localizado entonces muy cerca de la Casa de Pilatos. Luis y su hermano pasaron después por aulas en el extranjero, enviados por la madre cuando los quiso alejar del ruido del divorcio y el proceso judicial del padre que acabó con su ingreso en prisión en 1993 por corrupción de menores y tráfico de drogas.

Luis Medina Abascal / M. G.

Todos los allegados coinciden en que los dos hermanos se quieren mucho pese a ser completamente distintos. “Son muy diferentes, pero solidarios. Nunca se olvide este dato”. Luis es con diferencia el más parecido a su padre. Se nota en el don de gentes, en la forma de fumar con un movimiento de brazo muy parecido al del difunto duque de Feria, en la gesticulación al hablar... Hasta en alguna ocasión ha usado prendas de él, con quien, por cierto, se reencontró después de aquel penoso y sonado paso por la cárcel. Primero en una vivienda del rehabilitado Corral del Conde de la calle Santiago y después en una del barrio de los Remedios.

Todos dicen que es el que más atractivo personal tiene de los dos hermanos. Luis, como su hermano Rafael, es un cocinillas, facultad heredada de su abuela materna, la guapísima Natuca Romero de Toro, viuda de Domingo Abascal, una señora rubia, de ojos celestes y que residía en Felipe II. Ella les enseñó a ejercer de anfitriones, a estar de pie para atender a los invitados y, por supuesto, hacerlo disfrutando. A los Medina Abascal les gusta recibir en casa, en la vivienda junto a la Casa de Pilatos que sus padres usaron los pocos años que estuvieron casados y que hoy sigue manteniendo su madre. Se trata de un inmueble que fue comprado en su día por Rafael de Medina y Vilallonga, abuelo de Rafael y de Luis que fue caballero maestrante y alcalde de Sevilla de 1943 a 1947.

La relación de Luis con la familia materna es buena. Hay una prima a la que considera como una hermana: Patricia Medina Abascal. Juntos pasaron varios veranos en el pazo de Oca (Pontevedra), adscrito hoy a la fundación Casa Ducal de Medinaceli. Aquellos eran días azules en que los pequeños Rafael y Luis se revestían de monaguillos en una procesión local.

Luis Medina Abascal / M. G.

A Luis Medina Abascal no le gusta especialmente la Feria. Tampoco a su hermano. Más que vivir la Semana Santa con la intensidad del sevillano típico, Luis es de estar en Sevilla los días de Semana Santa. Eso sí. Más de una vez se le ha visto presenciar la cofradía vecina de San Esteban desde el balcón de su casa. La mayoría de los buenos amigos de Luis son mayores que él, pues aseguran que le gusta oír los relatos de la gente mayor. De hecho ha cultivado muchas de las amistades de su madre: los Burgos, las Cobo, los Puig Parias... Ha gozado siempre del cariño de los Ybarra Fontcuberta, como su hermano Rafael tuvo y tiene el de los Ybarra Valdenebro.

Luis nunca he tenido especial interés en tener una novia de familia bien de Sevilla, no ha mostrado mayor interés en eso de casarse con quien corresponde. Alguna novia ha tenido que la presentó en los encuentros familiares de agosto en Tavera (Toledo), cuando se celebra la misa de aniversario de su padre.

Hay quien lo señala como el inductor del pleito puesto por algunos nietos de la duquesa contra el reparto de la herencia. Luis habría “enredado” a algunos de sus primos para interponer una demanda que tuvo eco nacional.

Varios le reprochan que no haya aprovechado las inmejorables oportunidades de estudio que ha tenido en la vida para labrarse un porvenir diferente al dedicado a negocios de riesgo. En los estudios universitarios apenas duró. Su madre se preocupó mucho de esta circunstancia. E incluso mantenía entonces contactos fluidos con su familia política para para que mediaran en favor del joven. No hubo resultado.

No cultiva el cuerpo, no es hombre de gimnasio. Su hermano Rafael, sí. No es nada tímido, aunque pueda dar esa imagen a algunas personas. Más bien al contrario, es bastante seguro de sí mismo.

El caso es que le han correspondido en la vida verdaderas y excepcionales ventajas, incluidos algunos lujos como cuando le regalaron un Lexus, pero también una precoz cuota de sufrimiento que habrá podido sin duda marcado su existencia. Ni es habitual visitar tan pequeño el despacho de un juez, como no lo es tener a un padre en prisión, al menos esos días visitado con frecuencia por una persona muy querida por la familia: Jaime Romero Arroyo, hijo del mayordomo de Rafael Medina, el abuelo de Luis. La otra persona que atendía entonces al padre de Luis era un enfermero, Antonio, un sindicalista recordado por su afabilidad por muchos familiares.

Le gustan los bares, a alguno fue con su padre: Becerrita, Modesto o el Garlochí. Sufrió mucho, muchísimo, cuando murió Tula, su perra favorita. Le encanta disfrutar de la compañía de una mascota. Luego ha tenido otras, pero Tula fue especial. Persona importante en su vida fue Milagros, su tata. Y una pareja de filipinos que atendían la casa, Edy y Mary.

La vida es...

Hoy algunos amigos muestran pesar por el horizonte judicial de Luis. “Nos ofreció mascarillas a todo el mundo. Era y es generoso”, cuentan. Dicen que no lleva mal del todo el proceso judicial. Su madre sí digiere peor todo. La vida es el Lexus y los días con su madre en el barco de Valentino o en la casa suiza del diseñador. La vida es una infancia durísima que la España de la envidia nunca evaluará y también es soportar el peso de la Justicia como todo hijo de vecino. La vida es un padre que fue director de Cuerotex, probablemente la mejor etapa del desgraciado duque de Feria, aquella magnífica fábrica en el término municipal de Pilas que acabó mal por la propia evolución del mercado de la piel y por circunstancias ajenas a la voluntad del aristócrata. Pero también es un padre que pagó caras sus fragilidades y las malas influencias con el ingreso en prisión y una muerte prematura a los 58 años. En el libro de visitas de la cárcel figura quién iba dos veces a la semana (Jaime Romero) y extensos espacios en blanco. La vida es un padre muy simpático que llegó a compartir cena con Fidel Castro en Cuba y a echarse a morir un tórrido verano en la Casa de Pilatos.

La vida es una abuela que tuvo que sobrevivir a tres de cuatro hijos e idear una fórmula innovadora y pionera para mantener fortalecido el patrimonio histórico: la Fundación Casa Ducal Medinaceli. Apellidos curtidos en la adversidad por muy diferentes causas antes y ahora. La vida es la asistencia continua del sacerdote Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp y un futuro incierto para un tipo joven aún que probablemente le remueva recuerdos de una larga etapa que acabó un día de agosto con la bandera de Pilatos a media asta.

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