El perfil de Alberto Núñez Feijóo
Un adulto para tiempos convulsos
Mario Jiménez
Sevilla/ERAN tres y solo queda uno. O una, nunca mejor dicho. Eran tres banderilleros (de Griñán) sobre el redondel socialista andaluz. Tres vértices de un triángulo griñaniano: el cordobés Rafael Velasco, el onubense Mario Jiménez y la sevillana Susana Díaz. Eran tres, sí señor. Primero cayó Velasco, el del pelo gubiado como un ángel montañesiño. Nunca sabremos quién filtró la información que acabó prematuramente con su carrerita política, pero todo olió tan mal... ¿Verdad? Pareció un accidente. Siempre es bueno que haya cáscaras de plátano para que se produzca el tropiezo, el resbalón, la caída fortuita. Lo de Velasco fue como lo del Papa Albino Luciani, el que duró un mes. Qué bien entierra la curia. Otro accidente, claro. Tal vez le pusieron demasiada sacarina en el café. Pero ese suceso vaticano queda muy lejos.
En las vísperas de agosto cayó Mario Jiménez (Moguer, 1971), como un remero famélico y cansado de la película Ben-Hur al que nadie socorre. Se le deja caer de la nave mayor de la flota susanista. Esta vez no hubo dudas sobre la autoría del derribo. Al ser destituido como portavoz del PSOE en el Parlamento de Andalucía queda claro que ha sido ella. Susana ha terminado con la particular fortaleza del moguereño, quien lleva años enrocado en las Cinco Llagas. Era un secreto a voces que la relación entre los dos pasó de ser una auténtica montaña rusa a quedar casi en punto muerto. Lógico cuando ambos tienen un ego muy pronunciado. Casi no se hablan ya. Cuando el poder de la Junta salió por la puerta, la UTE entre Susana y Mario tardó poco en saltar por la ventana.
Tras el fiasco que se llevó Susana al intentar hacerse con las riendas del PSOE y después de la derrota del 2-D, los dos han mantenido puntos muy diferentes sobre cómo enfocar el partido en Andalucía. Jiménez fue la cara (partida) de la gestora en un momento especialmente delicado para él, el portavoz de aquel gobierno provisional que presidía el asturiano Javier Fernández.
A Susana y Jiménez se les rompió la relación de tanto insistir en la lucha por el control de Ferraz y de tanto discutir sobre cómo administrar la derrota. Mario es de perfil duro, arisco y rocoso, hay quienes creen que demasiado ha tardado la trianera en prescindir del de Moguer, un tipo que se conoce a la perfección las estructuras del partido porque lleva toda la vida en sus filas. De un humor sarcástico, ácido en muchos momentos y con una enorme capacidad de análisis político, sus más críticos le reconocen unas cualidades por encima de la media en la formación política, lo cual tampoco es muy difícil, pero no es momento de restarle mérito.
Jiménez forma parte del colectivo de socialistas que viven con pasión muchas de las tradiciones populares, como la Semana Santa y el Rocío. Carece de complejos. En eso se parecen La Que Todavía Manda en el PSOE andaluz y el ex portavoz parlamentario. Don Mario no se pierde una Semana Santa de Sevilla, ni le hace ascos a la enseñanza concertada. Se siente muy libre para determinadas elecciones personales. Si Velasco cultivaba una estrecha relación el entonces obispo de Córdoba, monseñor Asenjo, este onubense derrocado de la portavocía es hermano nada menos que del Silencio, donde cuentan que llegó a ser costalero de la Inmaculada Concepción.
Hoy es un político dolido que se ha negado a cruzar la puerta de salida que le han ofrecido –dicen que muy valiosa– lo cual no tiene que sentarle nada bien a ella, que preferiría verlo fuera del Parlamento, ¿verdad Susana?. Mario resiste en el escaño de diputado raso como Asterix en la aldea de los locos galos. El rostro de aquella gestora sigue en el hemiciclo como un recuerdo perenne para Susana de lo que pudo ser y no fue, ese lastre del que ella ahora pareciera desprenderse. Quiere tratar de borrar cualquier huella de aquella aventura. Mario nunca ha querido componendas ni pactos con el sanchismo, pero ella quiere sobrevivir a toda costa y eso pasa por alcanzar cierto entendimiento con el inquilino de la Moncloa.
Jiménez está en plena fase de descontento de la política, pese a que él es una muestra fiel de la actual política, controlada y protagonizada por quienes se han criado en las juventudes del partido. ¡Con lo que ayudó Mario a Susana en su día! ¡Con la de sapos que se tragó! Ha hecho de negociador duro y agrio cada vez que ha sido necesario, con un lenguaje zafio en algunos momentos a puerta cerrada, al mismo tiempo que suele ser bastante afable en el día a día.
El arraigo de Mario en el Parlamento es tal que prácticamente vive ya en Sevilla. Es muy amigo del ex consejero de Cultura, el muy sevillista Miguel Ángel Vázquez, como lo era del recientemente fallecido José Muñoz, senador y secretario de Organización del PSOE sevillano.
Mario ya no es un obstáculo para que Susana se entienda con el presidente del Gobierno. La verdad es que los partidarios del guapo oficial de la Moncloa en Sevilla no son muy relevantes. Acaso Alfonso Rodríguez Gómez de Celis ha sido siempre la lamparilla encendida del sanchismo hispalense, incluso en los peores momentos. A Mario le ha cortado Susana las alas como posible sucesor en Andalucía, lo ha dejado descolgado, orillado, sobre todo si se tiene en cuenta que en el partido hay quienes tienen muy claro que la relación rota entre Susana y Jiménez alcanza el terreno personal. El perfil de su sucesor como portavoz parlamentario lo dice todo: el periodista y también onubense José Fiscal, no tan orgánico y sí más institucional. Nada que ver con el correoso Mario. Y, por supuesto, Fiscal es más amable, presenta menos riesgos para los intereses de la lideresa.
Si Mario fuera del PP, tal vez alguien le habría mandado ya un mensaje: “Sé fuerte, la vida es aguantar y que alguien te ayude”. Pero es del PSOE andaluz, la formación a la que Sánchez está deseando hincarle el diente.
Susana usa a sus banderilleros. Dejó caer a Velasco. Arrojó a Verónica Pérez al foso del ridículo al encargarle entrar en la sede de Ferraz como “máxima autoridad” y toda España comprobó como el tío de seguridad la mandaba a paseo. Mandó después a Jiménez a dar la cara en los telediarios en nombre de un PSOE fracturado, donde la mitad estaban deseando pasarle la factura, al ser uno de los símbolos de aquel período de asalto al poder.
Quizás la única fuerza de Mario es ahora mismo aguantar en el Parlamento. Al menos sabe que así provoca el desconcierto en ella, a la que le cuesta un mundo disimular sus fobias. Y todavía queda mucha legislatura. “El canijo de Mario no se va”, se oye por la calle San Vicente. Dicen que lo más duro tras una ruptura es tener que seguir viéndose las caras. A Pepe Caballos le pasó en su día cuando le hicieron el vacío en el Parlamento. Y aguantó. El de Moguer siempre puede tirar de la guitarra y de los mejores pastelitos de su pueblo que se venden en la sucursal sevillana de la calle San Pablo, aquel que se cayó del caballo. “Susana, Susana, ¿por qué me persigues?”.
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