El perfil de Alberto Núñez Feijóo
Un adulto para tiempos convulsos
José Rodríguez
Sevilla/Muchos especialistas en recursos humanos defienden que para conocer a alguien de verdad hay que interesarse por sus actividades de ocio. Ya lo cantaba Perales:“Pregúntale a qué dedica el tiempo libre”. Uno puede tener un trabajo de los que llevan incluida la reputación social y hasta cierta proyección pública, pero también matar moscas con el rabo en cuanto sale del despacho. ¿Qué hace en sus horas libres, por ejemplo, quien tiene a su cargo a 40.000 soldados de la Fuerza Terrestre del Ejército de España? José Rodríguez García (Madrid, 1959), teniente general de la FUTER que por serlo hereda para los sevillanos el hermoso título de capitán general, tiene tres aficiones muy marcadas cuando se quita el uniforme de campaña, el de la gala o el traje oscuro de civil de las mil cenas a las que tiene que asistir.
El general es un melómano capaz de oír música durante muchas horas y de hablar sobre composiciones y melodías en cuanto pilla al contertulio adecuado. Su segunda afición es reparar muebles, para lo que tiene las herramientas e instrumentos precisos como notable aficionado a la ebanistería. Hay quien dice que esta habilidad procede de un abuelo carpintero. Y en tercer lugar tiene su propia huerta de tomates, para lo cual se ha provisto del terreno adecuado en su vivienda oficial en Sevilla. Se encargó en su día de que le trajeran de su domicilio particular de Madrid el material de ebanista, como se preocupa de que le lleguen las semillas de sus tomates preferidos.
Con estas tres aficiones, el general podría pasar cualquier entrevista de trabajo en esas consultoras de recursos humanos. Tiene aficiones que lo convierten en una persona de fiar. Es muy probable que al terminar la charla hiciera un ruego que dejara ver una de sus marcas personales: “Llámame Pepe”. Le gusta tanto que le digan Pepe que hay determinadas comunicaciones internas que aparecen así firmadas.
Tiene una memoria prodigiosa. Al general le cuentas un chascarrillo, se lo repites dos años después y es posible que te haga una observación: “Así no era, has cambiado el relato”. Por eso hay quien afirma que tiene un escáner en la cabeza más que una buena memoria. Vivió como adjunto al teniente general Juan Gómez Salazar la Semana Santa y la Feria de 2019. Recuerda con toda precisión dónde estuvo y con quiénes, cuando cualquier sevillano tiene recuerdos imprecisos de las casetas por las que pasó y no digamos ya de con quiénes alternó esos días bajo las lonas. El general es un disco duro sin límite sobre la ciudad en la que trabaja.
Como pasó varios años por los altos despachos donde se diseñan y negocian las políticas de personal de todo el Ejército de Tierra, controla perfectamente el lenguaje administrativo y cómo deben ir enfocados, encabezados y terminados los escritos. Por eso tiene fama de perfeccionista, meticuloso y muy pulcro en las formas, como corresponde por otra parte a un militar de Operaciones. El general es más de correr en la cinta que por la calle. Sabe que la confianza es un valor que se cultiva con el tiempo. Cuando se la retira a alguien porque se ha sentido defraudado, es implacable.
Disfruta de un abono en el Teatro Real de Madrid y en el Teatro de la Maestranza de Sevilla. Un día visitó la unidad de música en el acuartelamiento de Vigil de Quiñones y se pasó horas hablando de una de sus pasiones con el director, Manuel Bernal. Todos los testigos de la escena se quedaron sin más remedio fuera de la charla por falta de conocimientos. Tiene tan educado el oído que una vez comentó en un concierto: “Ese clarinete no suena bien”.
La vida es recorrer el gran edificio de la antigua Capitanía y fijarse en un mueble con una esquina necesitada de restauración. Es usar el uniforme con naturalidad más allá de la Plaza de España, como se le pudo ver en la reciente salida del Gran Poder. La vida es una afición por el baloncesto más que por el fútbol. De hecho practicó el deporte de la canasta en sus años de destino en Melilla. La vida es la Legión, que ló marcó de por vida. Es un conversador nato, tiene clara la misión de la Fuerza Terrestre, pero sin descuidar la presencia del Ejército en la sociedad, sobre todo en los colegios y universidades. La vida es paciencia de hortelano que emplea semillas de tomates rosa del Perelló. La vida es una casa en el Puerto de Santa María para los días de verano, unos días de estancia en Valencia, una afición por la lectura que incluye clásicos, novelas históricas y obras sobre Aníbal González, el arquitecto de la Plaza de España. La vida es preparar con minuciosidad los canapés cuando hay invitados. Y defender siempre que España tiene en la actualidad “el mejor Ejército de todos los tiempos”. La vida es disfrutar de esos momentos relacionados con las cofradías que concede el cargo, como la vinculación con honores a la Paz o el Rocío de Sevilla. Y a título particular, con el Baratillo.
En sus destinos, además de ciudades como Sevilla, Córdoba, Almería y Madrid a lo largo de una carrera que arranca en 1977, destaca una estancia en Argentina, fruto de los acuerdos de España con esta nación iberoamericana para dar a conocer el funcionamiento de los respectivos Ejércitos. De entonces todavía conserva amistades que lo visitan en España. La vida es una declaración personal donde todo se resume: “Soy devoto de la Buena Muerte porque he servido en la Legión. Por supuesto me sigo considerando legionario”.
El general no para, porque tampoco lo hace el Ejército. Las amenazas cambian con el tiempo, por eso la formación de los militares debe estar en continua revisión. Desde la Plaza de España se coordina la logística de operaciones que ahora mismo están en curso en Malí, Letonia y Turquía: desde preparar vehículos para firmes castigados por fuertes lluvias hasta buscar y enviar nuevas piezas para carros de combate, pasando por disponer de aparatos de radio de mayor potencia. La razón de ser de la FUTER es precisamente que todo el material esté a punto para las misiones de acuerdo con las condiciones de cada una y del territorio donde se desarrolla.
El Ejército, como la huerta, requiere paciencia. La confianza es un valor que se cultiva con tiempo y esmero. Se siembra la semilla y ya florecerán los tomates. Sevilla tiene un capitán general con huerta propia donde Aníbal González levantó su edificio más conocido. Al general Rodríguez le presentan a diez personas en una reunión y se acuerda de todas al día siguiente. Hay alguna batalla que no tiene ganada de momento, como lograr que algún sevillano le llame Pepe. En Capitanía se cultivan tomates y la memoria. Este general no tiene antecedentes ni militares ni de ningún otro tipo, como refiere muchas veces con humor. Pero sí tiene un hijo en el Cuerpo. Ocurre cuando se siembra, que se suele recoger.
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