El perfil de Alberto Núñez Feijóo
Un adulto para tiempos convulsos
José María Pacheco
Sevilla/LA gente en Sevilla oye el apellido Guardiola y se le viene a la cabeza la casa palacio de la Puerta de Jerez, que es el precioso fondo de las fotografías del Papa Juan Pablo II recibido por la Corporación municipal en 1982, o el hierro de la ganadería de los toros que se arrancaban al caballo los lunes después de Feria. Ay, Topinero y Comando gris con qué alegría se iban hacian el jaco desde los medios. Ay, aquellos lunes que perdimos. Hoy Guardiola se pronuncia con el Pacheco por delante y equivale a empresario sevillano, discreto y enjuto que preside una compañía con 65.000 empleados, de los que son fijos casi 40.000, distribuidos en diez naciones (España, Portugal, Reino Unido, Marruecos, Argentina, Chile, México, Brasil, Colombia y Perú).
Criado en el Arenal, en una casa del Paseo de Colón al que llegaba el único autobús de la ruta del colegio Portaceli para recoger cada día bien temprano al niño José María. Aquellos itinerarios en bus eran largos, muy pesados. José María Pacheco Guardiola (Sevilla, 1961) era de los primeros en subirse tras Sebastián Moya, magistrado, que se había montado en la parada previa de la Puerta de Jerez. Otros que se subían eran el hoy abogado Álvaro Silva Mejía, en la parada del final de República Argentina; Álvaro Pozo Soro, en la de la Campana y Rafael de los Reyes Sainz de la Maza, en la del Arquillo. La llegada al colegio era para estos niños madrugadores como encontrar un oasis de agua fresca tras la odisea cotidiana.
Pacheco Guardiola es de formas austeras. Deja ver un reloj de plástico en la muñeca izquierda. El buen reloj es aquel al que no hay que darle cuerda. El que da la hora, el que funciona. Y punto. Tiene claro que no se debe gastar innecesariamente, lo cual no impide vivir bien y viajar, sino tener ciertos criterios bien definidos. Siempre usa puños de camisa que no necesitan gemelos. Y a veces hasta camisas de mangas cortas. Sin complejos. Símbolos de ostentación, los justos. No abusa del sastre. Tiene cuerpo de pobre, porque es fácil que cualquier prenda le quede bien. Su estilo de vestir está definido como “un clásico apagao” que llama la atención por las calles del barrio de Salamanca.
Cuentan que tiene tres trajes en Sevilla y otros tres en Madrid. Y todos en tonos oscuros. Las corbatas, siempre oscuras también. Es un estilo de vestir muy particular, un sello propio. Una suerte de uniforme que le evita pensar cada día en qué ponerse y le hace sentirse seguro. En cuanto puede se planta los pantalones chinos y unas zapatillas cómodas para echarse a caminar. Muchas veces usa las corbatas como prenda de abrigo. Como buen delgado tiende a ser friolero. Si no tiene más remedio que usar un esmoquin, lo prefiere cruzado para no tener que lucir fajín. Sentido práctico se llama.
A Pacheco Guardiola, un gran desconocido para muchos sevillanos, se le atribuye un carácter emocionalmente independiente, con la fortaleza de quien es capaz de abandonar un puesto de trabajo cómodo en una entidad financiera solvente e iniciar la aventura de montar su propia empresa. Es una suerte de Yes, we can hispalense, pero, como suele ocurrir cuando se trata del éxito, está afincado en Madrid. Ocurre demasiadas veces que los sevillanos que emprenden grandes proyectos se encuentran en esa diáspora en la que Madrid es la capital, nunca mejor dicho.
Pacheco trabajó muy poco tiempo en Sevilla. De comercial de la financiera Fimestic con 27 años se fue a Málaga para asumir la dirección regional de la firma, y de ahí a ejercer como director general de la compañía en Madrid. En 1993 se instaló ya en Madrid con carácter permanente. La siguiente etapa fue la dirección general de Hispamer, del Banco Central Hispano. El Santander se especializó en el negocio de financiación al consumo en los años setenta, a través de dos compañías Bansafina e Hispamer.
Parecía haber llegado a la cima, al puesto soñado, a la estabilidad anhelada para un trabajador, pero entonces emergió el carácter emprendedor. Se quedó con una pequeña sociedad llamada Konecta, desconocida por el gran público. Y ahí nació el imperio, cuando tenía 39 años. ¿Quién abandona el Santander y asume semejante riesgo teniendo marcado un recorrido con mucho futuro? Solamente quien tiene un especialísimo celo en su independencia, quien pudo ver in situ en los años ochenta cómo funcionaban los call center y apostó por la externalización de procesos, esa teoría por la cual una empresa no tiene por qué tener departamentos propios para todo, sino alquilar aquellos que necesite. “No por tomar leche a diario tengo que ser dueño de la vaca”. Amén.
Habla poco en las reuniones sociales, prefiere que lo hagan los demás y, en ocasiones, se relaja tanto que se le va la vista a un punto perdido. Pero en otras le gusta preguntar mucho. Cuando cena con Felipe González o José María Aznar en las veladas restringidas del Madrid más selecto, este empresario que es mitad listo y mitad inteligente, se dedica a escuchar, escuchar y escuchar. Y entonces hace gala de una combinación perfecta de educación y paciencia, porque a veces los relatos pueden resultar más pesados que una mala tarde de toros.
Como la reunión sea de trabajo emerge el Pacheco más contundente. Dicen que se ha acostumbrado a no hablar mal de la gente, que prefiere guardar silencio si no tiene nada bueno que decir. Un día comentó ante unos amigos con rotundidad: “Los sevillanos muchas veces nos infravaloramos. Y los andaluces somos tan válidos e incluso más que los ciudadanos de cualquier parte del mundo”. Quizás por estas convicciones la política ha llamado a su puerta, pero lógicamente nadie con 65.000 empleados se mete en esos barros. La austeridad incluye no contar con un marinero que le traiga hasta la orilla la embarcación con la que cuenta en Menorca. Pacheco nada hasta el barco. Se moja y punto.
Le bastan cinco horas de sueño para estar activo. Se conoce los gimnasios de los hoteles de medio mundo. Defiende la intimidad familiar como un valor supremo. La exposición social sólo se justifica por necesidades empresariales. Emplea con gran destreza la ironía y la sorna, sobre todo cuando se trata de recordarle a alguien una traición o un comportamiento indebido. Al ser metódico y cartesiano, el desorden y los cambios bruscos de agenda le sacan de sus casillas. No tiene ordenador, lo apunta todo en una agendita de papel que nunca le falla. Sigue el sistema de don Santiago Bernabéu, que llevaba las cuentas del club a mano. A la hora de afrontar una tarea es un rayo, no soporta la pérdida de tiempo. Si algo se puede hacer bien en veinte minutos, hay que hacerlo en veinte minutos.
La vida es dejar atrás aquel uniforme del Portaceli de pantalón y corbata grises, camisa blanca y chaqueta morada sin solapa y con el escudo del colegio, para pasar a estudiar como interno en Villafranca de los Barros, y después la licenciatura de Económicas en la Universidad de Sevilla. La vida son recuerdos de jugar al futbito con José Manuel Soto en las instalaciones de Pineda. Con el paso de los años se aficionó al pádel y después al golf. La vida son noches de fines de semana en los bares de moda de Los Remedios: Las Riendas y La Canasta. Es pasar la Semana Santa en el Puerto de Santa María, con el objetivo, al menos declarado, de estudiar. En el Puerto se tropezaba con alguna que otra cofradía.
La vida son recuerdos de muchísima ilusión en la Sevilla del 92, cuando estaba recién casado y fue el último año completo que vivió en Sevilla de las últimas tres décadas. La vida es tener ambición y asumir riesgos para no quedarse a vivir de los réditos del apellido y conformarse con ser un pequeño empresario agrícola con un lugar preferente en la siempre reducida sociedad sevillana, en ese tío vivo donde los caballitos son siempre los mismos y solo cambia el pelo de las crines según el perfil del acto. La vida es disfrutar de la Feria de día y no montar a caballo. Este Guardiola es de ir a pie y recibir en la caseta de Joselito El Gallo.
La vida es tener colocada a media Sevilla y guardar silencio. Siempre silencio. Es ser caballero maestrante y que tampoco lo sepa casi nadie. Es que te ofrezcan ser el número uno de una lista electoral y que tampoco lo sepa casi nadie. La vida es una casa del Paseo Colón, la del número 14. Es pasar de empleado a empresario, disfrutar de independencia emocional, volver siempre a sus orígenes en el Arenal. Ser un conquistador de personas. La vida es ilusión por la fundación que promueve obras sociales en zonas marginales de la ciudad. Felipe González le donó una escultura suya para sacar fondos para sus proyectos en las Tres Mil Viviendas. La vida son recuerdos de los veranos de niño en Chipiona, y después en Vistahermosa, Menorca y Sotogrande, sin olvidar el gusto por Punta Umbría.
Sus amigos con mayor solera son Juan Pérez de Guzmán y Manuel Delgado Sánchez. Entre los de la última hornada figuran en lugar destacado el torero El Litri, el hermano de la Redención Iván Bohórquez y el empresario Rosauro Varo, con algunos de los cuales se les puede ver en algún viaje a tierras lejanas, o en un balcón de la Cuesta del Bacalao viendo cofradías.
Dicen que tiene de Guardiola que no le gusta que lo sometan, ni que le arrinconen. Posee muchos reflejos y mucho sentido del humor. Dicen que en eso es un calco de su abuelo Salvador Guardiola Fantoni, que murió cuando José María tenía diez años. Cuentan que en lo empresarial era un hombre que se adelantó a su época, emprendedor y visionario. Y en lo personal es recordado como alguien tremendamente bueno y cariñoso que se desvivía por su familia.
Pacheco es el sevillano que se negó a vivir de las rentas. Dicen que no considera un castigo haber tenido que salir de Sevilla hace 30 años, sino todo lo contrario: ha sido una suerte haber abandonado esa peligrosa zona de confort y le ha brindado la oportunidad de tener unas vivencias más amplias que las que aporta una vida convencional.
Cuando ejerce de hermano de la Caridad es la rama dichosa que al tronco sale. Un sevillano con silenciador que tiene el Arenal como acudidero. Cuando está en Sevilla siempre hay un minuto para entrar en el bar de Ventura o en el de Jaime Alpresa, rezar a la Piedad del Baratillo o escaparse a Bajo de Guía. Con el silenciador, siempre con el silenciador. Y el reloj de plástico al que no hay que darle cuerda.
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