El empresario señor
Ramón Valencia
Es el último gran empresario de una generación de apellidos con trayectoria. Elegante y discreto, perdió sus primeros cinco millones de pesetas en la gestión de Las Ventas al asociarse con su suegro, el recordado don Diodoro
Sevilla/Si está aceptado que en España se entierra muy bien, no menos cierto es que en Sevilla se ignora el mérito ajeno aún mejor. Hay gente que tiene una capacidad de aguante en su puesto que es digna de elogio, pero como se trata de personas discretas, que no dicen una palabra más alta que otra y que se desenvuelven sin generar ruido, nadie acierta a reconocer sus logros. Ramón Valencia es el empresario de la plaza de toros de Sevilla. Es el socio mayoritario de la entidad, a la que respeta el nombre de Sevilla Pagés, en recuerdo y homenaje al apellido del fundador.
Si uno repasa la trayectoria silenciosa de este albaceteño de nacimiento, se da cuenta de que aguantó con los pies clavados en el albero del sigilo la polémica tronante de la retirada de Curro Romero, cuando el Faraón se negó a torear en San Miguel y después quiso hacerlo en un festival. Sobrelleva con exquisita elegancia el pleito de seis millones de euros que mantiene su empresa con la Real Maestranza, por el que se discute la base con la que se debe calcular el precio del alquiler de la plaza. Y este enfrentamiento en el juzgado no ha perjudicado en nada la necesaria interlocución entre la institución nobiliaria y la empresa. Don Ramón acude puntual a cada cita con el teniente de hermano mayor, con el que despacha con toda fluidez y mantiene el respetuoso tratamiento de usted.
El señor Valencia aguantó también en su día las presiones de aquel colectivo de toreros influyentes denominado G-10 (que evolución a G-5 y después se evaporó...) y aguantó el parón nefasto provocado por el Covid, como después rechazó las escasas facilidades dadas por la Junta en este 2021 para que se celebrara una feria digna en su fecha:abril.
Otros quizás hubieran hecho todo el ruido del mundo después de superar tantos retos. Don Ramón sigue en silencio en el burladero de la empresa, el mismo que abandona en cuanto acaba el festejo y se marcha rápido para su casa de Los Remedios. Aunque esta noche de domingo, al ser la última del ciclo continuado de festejos, suele tener una cena con sus íntimos en una taberna de los alrededores de la plaza.
Es tenido por un hombre serio. Y como suele ocurrir con los personas serias, gasta una fina ironía en los momentos adecuados. Cuando un torero le pide más veces de la cuenta que lo ponga en los carteles, Valencia le hace un recordatorio obvio: “No te preocupes que habrá tiempo, la plaza va a estar muchos años en el mismo sitio. No se mueve”. En su despacho de la calle Adriano reza un cartel: “No te pago más aunque me mates”.
Aseguran que es fundamental en los asuntos contables Pedro Rodríguez Tamayo, que fue compañero de clase de su cuñado Eduardo Canorea en los Salesianos de Triana. Rodríguez Tamayo no era taurino y acabó tan metido en las lides que terminó siendo apoderado nada menos que de Perera.
Don Ramón tiene la espalda ancha. Le resbalan las opiniones en su contra en las redes sociales. Cuando le comentan alguna pone la misma cara de relajación que en un aperitivo en el vestíbulo del Hotel Wellington de Madrid, el establecimiento taurino por excelencia de la capital de España. Tiene un trato exquisito y un manejo impecable de las distancias, al igual que de la presencia o ausencia en los actos... según conveniencia. En eso se parece al prototipo de sevillano fino. Siendo de Albacete supo ver muy rápido que no sólo no había que forzar la entrada en ningún círculo de la ciudad, sino que era y es conveniente no entrar en algunos muy concretos.
Es muy probable que sea el último gran empresario taurino de una generación de veteranos del sector. Simón Casas y Chopera tienen ya otras dependencias societarias, pero Ramón Valencia sigue al frente de la plaza de Sevilla en solitario, sin necesidad de alianzas. Y por supuesto no faltan jóvenes que quieran moverle la silla de cara a 2025, cuando dicen que finaliza el contrato de Pagés con la Real Maestranza. Ocurre, como ya advierten algunos, que organizar la Feria de Sevilla es de una complejidad notable solo comparable a la de Madrid.
Firme en sus convicciones, tiene claro que la Fiesta está cargada de enemigos y que corren malos tiempos, muy malos, por lo que defiende que se deberían dar menos corridas en Sevilla, asegurando siempre el máximo nivel. No son los años cincuenta, cuando los toreros eran figuras más allá de los ruedos. Hace tiempo que los diestros fueron sustituidos por los futbolistas como ídolos sociales, amén de que sufren el acoso de los denominados animalistas.
La vida...
La vida son recuerdos de estudiante de Arquitectura Técnica en Sevilla, donde conoció a su mujer, Carmen Canorea Pagés. Es perder sus primeros ahorros de cinco millones en la aventura con su suegro de gestionar nada menos que la plaza de Las Ventas, porque desde muy pronto colaboró con el inolvidable don Diodoro. La vida es tener casa en Vistahermosa pero preferir la de Zahara de los Atunes, con vistas al mar. La vida es ponerse el mandil y cocinar para los allegados un arroz en la sede del Círculo de la Amistad. Ese plato que luego adereza con dos gotitas de oloroso. La vida es una libreta y un bolígrafo con los que toma nota de los datos de cada toro en el sorteo matinal en los corrales de la plaza. Es meticuloso con todos los asuntos de la empresa: controla desde un problema con un trabajador de las taquillas hasta la petición de última hora de un primer espada. En ocasiones despacha con el abogado de la empresa, Joaquín Moeckel, en el mismo callejón de la plaza aprovechando el arrastre del toro. La vida es ser un feliz abuelo por segunda vez. Ydar tranquilos paseos perfectamente trajeado y en ocasiones gastando elegantes zapatos de ante.
Tiene su propio negocio inmobiliario con sede en el barrio de los Remedios, cerca de su residencia. También vivió la experiencia de ser apoderado junto a José Antonio Campuzano, cuando dirigieron unos años la carrera de Roca Rey. Un día regaló la hechura de una saya para la Virgen de la Caridad del Baratillo, sacada de un terno de Morante de la Puebla. Dicen que la donación superó los diez mil euros y que don Ramón disfrutó con cada visita al taller de bordados de Esperanza Elena Caro. Tiene la costumbre de acudir a la misa anual por los toreros en la capilla de la calle Adriano. Su relación con las hermandades va a más, porque tiene peticiones de varias para organizar festivales, entre ellas las del Gran Poder, San Bernardo y el Rocío de Triana.
Cuando se recupere la normalidad absoluta en el calendario de la ciudad tendrá una cita con su amigo Juan Salas Tornero en la caseta Las Golondrinas de la calle Joselito El Gallo. Sufre cuando hay demasiado ladrillo al descubierto en la plaza en las tardes de festejo. Debe estar orgulloso de haber organizado una histórica Feria de San Miguel a la que trasladó los carteles de abril sin ningún conflicto con toreros ni ganaderos. Aunque nunca le oirán presumir por esa discreción que trae de fábrica.
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