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El discípulo que llegó a maestro

Francisco Trujillo

Este andaluz de Algodonales y afincado en Sevilla fue médico de familia en Chipiona y otorrino junto al doctor Muñoz Cariñanos antes que un prestigioso neurocirujano, considerado una referencia en la disciplina

Francisco Trujillo / Rosell

Sevilla/EN la sociedad de hoy no caben los maestros, a veces ni siquiera el recuerdo y homenaje a quienes lo fueron. Las universidades se han multiplicado como champiñones a la misma velocidad que los polideportivos y auditorios en municipios medianos, aunque no existiera suficiente demanda como para levantar determinadas infraestructuras. Pero, oh paradoja, esa multiplicación no ha servido para tener más maestros, sino para anularlos.

La sociedad que sublima la inmediatez, el triunfo exprés, la banalización del conocimiento y el mensaje corto que no exige esfuerzo intelectual, no admira a casi nadie como maestro, principalmente porque ya no da pie a que esas figuras se alcen como referencias de respeto por edad, sabiduría y gobierno. La autoridad se confunde con el autoritarismo, la memoria con la memorieta y el maestro con una supuesta superioridad. Por eso es tan llamativo encontrarse con quienes han triunfado en sus parcelas, gozan todavía de ese valor tan a la baja como es el prestigio intelectual (no el del dinero o la posición social) y te hablan de sus propios maestros, cuando ellos mismos ya lo son por trayectoria profesional y por haber creado escuela.

Es el caso de Francisco Trujillo, médico neurocirujano, un oriundo de Algodonales que a muchos suena por ser quien operó con éxito a la duquesa de Alba, pero que ya era un andaluz reputado mucho antes de aquella intervención particular.

Con un porte británico, un ceceo con cierto gracejo y una agilidad que le resta al menos veinte años, el doctor Trujillo es ese cirujano que repara hernias para que usted no se doble al caminar, pueda mover el cuello con naturalidad, deje de parecer un robot que se gira con el cuerpo completo cuando alguien le llama, y pueda dormir sin que la espalda lo castigue durante la noche.

Hoy trabaja en el instituto Iensa, fundado hace casi 40 años de la mano del doctor Pedro Albert, uno de los padres de la neurocirugía española. Junto a Albert estuvo de manera muy destacada este Trujillo, el profesional que ha llevado la microcirugía al máximo nivel en España. Trujillo mantiene en la información oficial del instituto las referencias al desaparecido doctor Albert porque lisa y llanamente fue su maestro. Nunca lo oculta, ni lo tapa, ni lo orilla. A los maestros nunca se les deja de tratar como corresponde. Precisamente, como homenaje a su fundador y con el objetivo de promover la investigación de excelencia, el Iensa creó en 2013 la beca Doctor Pedro Albert, la más importante de carácter privado que se concede en España en el campo de las neurociencias. Cuando la mayoría esconde a los maestros, Trujillo recuerda y homenajea al suyo. Se llama estilo, gratitud, elegancia y ausencia de complejo. El día, por cierto, que don Pedro dejó la sanidad pública harto de su politización, Trujillo se marchó también en cuanto comprobó cómo se degradaba la atención al paciente.

El joven Trujillo debió formarse en París, tras haber estado en el Marruecos francés, cuando en España regía la dictadura, pero la muerte del padre precipitó su regreso a España e impidió que cursara la carrera de Medicina en la Sorbona. Cuentan que la figura de su padre, médico, es fundamental para entender su personalidad. Cuando Francisco tenía doce años, su padre le advirtió que siempre debía cuidar de sus dos hermanas menores. Esa encomienda fue como un sacramento que le imprimió carácter para toda la vida. De la Sorbona a la Universidad de Sevilla, cuando el Hospital de las Cinco Llagas era todavía un edificio de uso sanitario y por allí trabajaban los doctores Ramiro Rivera y Carlos Infantes.

La milicia, en el Ejército del Aire en Morón de la Frontera. Y el primer destino como médico de familia, Chipiona. Curiosamente en esta plaza ganó más dinero que nunca. La razón era que los vecinos de la localidad tenían asumido que si el médico acudía a las casas a examinar a un paciente había que pagarle cien pesetas. Y el caso es que la mayoría prefería ser atendido en su hogar antes que en el ambulatorio. A eso se suma que los médicos veteranos delegaban las guardias nocturnas en el joven doctor Trujillo, por lo que fueron meses de mucho trabajo y de hacer más caja que nunca.

El neurocirujano fue antes otorrino junto al recordado Muñoz Cariñanos, con quien vivió intensas experiencias profesionales y muchos momentos marcados por el buen humor. Cariñanos fue un hombre clave en su carrera. Un tipo generoso y con gracia. Le propuso cobrar a partes iguales, una grata sorpresa que en seguida encontró una explicación:“Cobramos a medias, pero todo el trabajo lo haces tú”. Trujillo se lo pasó en grande junto a Cariñanos. Inolvidable la experiencia de atender a los travestis de entonces, personajes como la Soraya, la Tornillo, la Esmeralda... La necesidad de aprender a operar el denominado neurinoma del acústico puso en contacto a Trujillo con el doctor Albert. Don Pedro se lo quedó a su lado para siempre y empezó entonces la larga y exitosa carrera de Trujillo como neurocirujano.

La vida es...

La vida es un recuerdo diario del doctor Albert, aquel que pocos años antes de morir puso el dedo en la llaga de un problema de la sanidad pública. “Es una vergüenza cómo se han politizado las jefaturas de los servicios médicos de los hospitales”. La vida son recuerdos de la pastelería Orozco, el establecimiento más conocido de Algodonales. De una familia materna donde su abuela guardaba literalmente las llaves de la despensa. Es llevar con orgullo el título de alcalde honorífico del pueblo, no cobrarle a los algodonaleños sin medios económicos y tratar siempre lo mejor posible a los paisanos. La vida es ser un joven que acude a jugar al fútbol a Olvera, el pueblo vecino y rival, y salir apedreado después de cada visita. La vida son encuentros dominicales en esas tertulias de larga sobremesa con Javier Arenas y Curro Romero en la Venta Pazo. La vida es un sentido del humor que combina pequeñas dosis de acidez e ironía que, por ejemplo, le llevan a regalar a su amigo Arenas el libro Matar a Rajoy, de Antonio Roche. La vida es pedir un pescado para compartir y decirle al camarero que no se lleve la cabeza, porque Trujillo trabaja con la pala a la perfección y lo aprovecha todo.

Un hito en la vida profesional de Trujillo fue, en efecto, la intervención quirúrgica que le practicó a la duquesa de Alba, con quien trabó una relación de confianza y afecto que dio pie a largas tertulias en la Casa de las Dueñas. La operación provocó jornadas complicadas de presiones familiares y mediáticas. Un día llegó a la consulta un sobre con un cheque con una altísima cantidad de dinero a cambio de aparecer en un programa de televisión de contenido rosa para hablar sobre la operación de Cayetana. Trujillo rechazó la propuesta desde el principio.

El doctor es miembro del consejo de administración de muy reputadas marcas de manzanillas sanluqueñas, pero curiosamente no las bebe. Acaso adereza la infusión que toma tras el postre con unas gotitas de anís.

Cuentan que se esfuerza en explicar los diagnósticos con sencillez. El cuerpo es como una estructura perfecta de cables por los que se transmite ese dolor que lleva a miles de personas a recurrir a un neurocirujano. “El dolor provocado por una hernia en un sitio circula por unos cables, y el provocado por una hernia en otro circula por otros cables, pero no mezclemos los cables, porque están muy bien organizados”. El hombre de pueblo, sabio y de luces largas, siempre emerge.

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