Todo es para bien
Mariló Montero
Un día acarició un tiburón, otro se lanzó desde el puente más alto del mundo. Es valiente y en ocasiones osada. Triunfa presentando las noticias de mediodía de Canal Sur. Su vida es una rosa con espinas afiladas.
Sevilla/HAY gente que jamás explota una desgracia, pero que las ha pasado canutas en varios momentos de la vida. Como para arrojar la toalla, perder la fe o quedarse acostado. Otros se hacen un rasguño y viven unos meses del cuento. Los que caen, se levantan y no se entretienen en sacudirse el polvo de las rodillas son los que valen, forman parte de la verdadera aristocracia de una sociedad. En cambio, quienes se preguntan por qué a mí se me ha caído una estrella en el jardín, se les pasa la vida pidiendo explicaciones al aire y tratando de sacar partido de un trance.
Mariló Montero (Estella, 1965) es una mujer valiente, con las espaldas muy anchas y que se coloca el mundo como el femenino de su apellido. Hace puenting, escribe libros y columnas de opinión, acaricia tiburones y presenta telediarios y programas de actualidad. Estos días triunfa en el telediario de mediodía de Canal Sur Televisión. Es una trabajadora obsesiva, adjetivo que rima con impulsiva. A lo largo de su carrera se ha puesto de los nervios al ver que alguien pierde el tiempo, alarga los desayunos para no retornar al puesto de trabajo, o aplica el “ya si eso” para posponer una tarea. Es de las que defienden que al trabajo hay que llegar desayunada y, en el caso de las presentadoras de televisión, con la manicura hecha. Dicen que no conoce la palabra asueto. Manda mensajes sobre la actualidad del día a las 06:05. Sus amigos la definen como una persona exigente, dura y madrugadora, características que pueden provocar rechazo y ceños fruncidos.
Defiende que la mañana debe emplearse en estudiar los asuntos de actualidad, y que un presentador de informativos de mediodía tiene que tenerlos dominados como las tablas de multiplicar a la hora del Ángelus. Es lo contrario a una desahogada. La firmeza de criterios suele ser un problema para quienes prefieren opositar a las cátedras del culebreo. Cuentan que ella es consciente, pero que le importa poco. Seria, muy seria, ante la pantalla. A los entrevistados siempre los trata de usted, como debe ser, en contra de la nueva corriente que ejerce el oficio con cierto desahogo.
En el trato personal es muy próxima y desenfadada a poco que se encuentre cómoda. Se pone a hablar de mascotas con el camarero de la cafetería. Llega la primera a las citas, incluso antes que el anfitrión. Y se cuela con la mayor naturalidad donde haga falta. Reservada, no tímida. Valora mucho la confianza en un país donde la envidia vertebra todas las comunidades autónomas.
"Yo de casa vengo linchada"
Es valiente y admira a los valientes. Estuvo casada con Carlos Herrera, un gigante de la radio al que sigue admirando como profesional. Montero paga religiosamente el precio de su libertad y de sus osadías. Se aburre con los tibios. Feminista convencida, harta de que las odiadoras hayan capitalizado este movimiento. Los valientes tienen el problema de pisar en ocasiones la raya de picadores del atrevimiento o de la falta de prudencia. Mariló dice lo que piensa. Tiene una confianza enorme en sí misma. Y si se equivoca y se lo reprochan suele lamerse las heridas en privado. “Yo de casa vengo ya linchada”, le contestó una vez a un compañero que le reprochó algún gazapo.
Asume los riesgos del directo, como el hecho de ser la diana de unas flechas que algunas veces han ido dirigidas a otro. Esa osadía la llevó en 2009 a cometer una acción de alto riesgo: tirarse del puente más alto del mundo en Suráfrica. Fue con motivo de un viaje que realizó con Gary Bedell, asesor de Nelson Mandela y diplomático que ejerció de comisario adjunto del Pabellón de Canadá de 1992. Bedell se quedó para siempre en Sevilla, integrado a la perfección en la vida social de la ciudad. Mariló guarda de aquel viaje un juego de pulseras africanas que luce en la muñeca izquierda. Y mientras colgaba del puente pensó en sus dos hijos. Y se dijo a sí misma que no saltaría más.
Cuando la presión arreciaba en algunos momentos de su vida, encontraba un refugio en la casa parisina de su tía Lola. Cuentan que a esta tía es a la que más quería de la familia. “En París soy feliz”, le confesaba a esta hermana de su madre. Quizás en algún momento ha añorado su etapa en Costa Rica, adonde se fue jovencísima a estudiar Magisterio y a aprovechar un contrato de Univisión. Allí se hizo a sí misma. Y ganó el título de Miss América Latina con sólo 19 años. Previamente ya había sido nada menos que Maja de Estella en 1984.
A sus amigos no les han extrañado nunca sus éxitos: “Es terca como una mula y alemana para los hábitos de la vida cotidiana”. Otros dicen que se prepara todas las reuniones, hasta las informales del fin de semana, que se permite pocas licencias en su concepto de disciplina y que es difícil que baje la guardia. No se pone límites en su idea de libertad, carece de miedo al error y es blanca y sencilla para todo.
Tiene claro que sus prioridades son la familia y el trabajo, tanto como que no bebe otro vino blanco que el Albariño. Los gin tonics tienen que ser con tónica de botellín, jamás de lata, y estar especialmente preparados.
El agradador de la Feria
Como su entrenador le mande privarse de algo durante un tiempo, lo cumple con disciplina.
Cuando hace preguntas se pone especialmente seria, estira el cuello y fija la mirada. Algunos ven cierto halo de prepotencia donde precisamente está el estilo propio, el sello particular que hace distinto a un profesional de la comunicación de otro. Así es en su trabajo y hasta en la Feria de Sevilla si es preciso, sobre todo si trinca a algún conocido agradador de Sevilla comiendo y bebiendo a costa de la cuenta familiar. Aquel momento en que trincó a cierto sujeto debió ser verdaderamente sublime. Algunos darían lo que fuera por que se hubiera grabado.
La vida son recuerdos de la Estella natal, del padre pluriempleado que tuvo que emigrar a Alemania. La niña Mariló, hija de Manuel y Carmen, era la única niña y la más pequeña de cuatro hermanos. Su padre fue administrador del Ayuntamiento, sabía tocar la gaita, regentó la zapatería familiar de la que Mariló guarda las máquinas de reparar el calzado, y hasta trabajó en el matadero. La vida es que tu padre vaya a recoger a tu mejor amiga al aeropuerto y que ambos se maten en una accidente de tráfico. O que tu madre se muera por una enfermedad degenerativa. O perder a tu hermano en un accidente de tráfico (otra vez la carretera), te lo comuniquen dos horas antes de presentar un programa, lo presentes como si nada y cojas después el primer vuelo a Navarra en un mar de lágrimas vertidas sobre el hombro del maestro Marvizón, como un hermano para ella. La vida es volver a Estella con frecuencia para coger aire en el Puente de la Cárcel que cruza el río Ega. La vida es llorar de emoción en el Pregón sevillano de Charo Padilla.
Se hizo hermana de la Candelaria siendo Ramón Ybarra hermano mayor. Ha salido varias veces de nazarena. Hoy su refugio ya no es aquella casa parisina, sino la que tiene en Sanlúcar de Barrameda con vistas privilegiadas a la naturaleza. El chalet se llama Nuestra Señora del Puy, en homenaje a la patrona de Estella. Y una de sus principales pasiones son las largas charlas con don Manuel Clavero, el padre de la Andalucía moderna, como lo definió el presidente Moreno. Es muy difícil oírle confesiones de una vida en la que ha triunfado, pero también ha recibido golpes durísimos. Cuando escucha los problemas de los demás, suele restarles importancia: “Mi madre decía que todo es para bien”. Y así se escribió en su sepultura. La frase es de Juan Pablo II.
Quizás la gran fortaleza de Mariló es que no le tiene miedo a la soledad. Porque a la envidia hace tiempo que le perdió el respeto y la tutea.
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