Los autobuses maravillosos

Enrique Ybarra

El principal empresario de autobuses turísticos del mundo pasea los perros por la Plaza Nueva como un sevillano anónimo. Su padre está presente en todas las conversaciones. Tiene una expresión favorita para ensalzar y expresar positividad: “Qué maravilla”

Enrique Ybarra Valdenebro
Enrique Ybarra Valdenebro / Rosell

Sevilla/SE puede ser un importante CEO, que suena a catedral de Zaragoza con pronunciación del Bajo Guadalquivir. Se puede tener un 51% de acciones de una multinacional de éxito, trabajar en una oficina amplia y luminosa de la Plaza Nueva que es un trozo de Nueva York en Sevilla porque en ella nunca se apaga la luz. Se puede tener asiento en el comité ejecutivo más poderoso del turismo mundial. Pero, al final, él éxito real es que los tuyos te identifiquen de la forma más sencilla posible. Enrique Ybarra Valdenebro (Sevilla, 1965) es el Ybarra de los autobuses de los turistas. Hay tantos Ybarra que el sevillano los distingue por sus quehaceres o devociones. Está el Ybarra que fundó la Feria, el Ybarra de la mayonesa, el cura Perico Ybarra que llegó a canónigo o, en general, los Ybarra del Silencio; como estaban en su día el Ybarra que fue alcalde de Sevilla (don Miguel), el Ybarra de Endesa (don Jaime) o el Ybarra de la Candelaria (don Ramón).

Enrique triunfa en todo el mundo con esos autobuses de dos plantas de la compañía City Sightseeing, cargados siempre de turistas por los cascos históricos de las principales capitales del mundo. Dicen que este Ybarra rubio y de ojos claros, hijo de don Ramón (1936-2006), es de una gran sencillez personal. Es difícil oírle hablar de sus éxitos. Es un relaciones públicas. Cuentan que, en el fondo, lo lleva en la sangre. Su padre lo era. Enrique quizás ha logrado barnizar esa condición heredada de animal social con una notable discreción. Está en muchos sitios, pero nunca lo parece. Hace vida social pero con silenciador. No hace ruido, ni pregona su éxito mundial como emprendedor en una ciudad con vocación parásita. Quizás porque es su condición natural, o tal vez también porque conoce sobradamente las miserias de su tierra.

Como reciente rey Melchor de la Cabalgata del Ateneo no se hizo flanquear por dos amistades de postín, sino por dos trabajadores de la compañía. Su padre, por cierto, siempre cultivó la tarde de la Cabalgata como una de las más familiares del año. Siempre acudían todos juntos a presenciar el cortejo de la ilusión.

Su madre, Mayda Valdenebro Halcón, siempre ha recibido el día de Reyes en la finca familiar de Carmona, la que tiene un nombre precioso: La Buzona. El día más importante de las pascuas navideñas siempre ha sido la tarde de Reyes, con misa previa y una merienda selecta. En su día se ha visto por allí a Óscar de la Renta (1932-2014), Valentino, Morante de la Puebla, Manzanares... Este año no hubo convivencia en La Buzona al estar todo condicionado por el papel de Enrique como rey Melchor. En la carroza, por cierto, figuraban sus hermanos, el duque de Feria y el omnipresente cura Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp.

Casado con una italiana que no es precisamente amante de los toros, Enrique y sus hermanos siguen siendo muy devotos de la Virgen de la Candelaria, de cuya hermandad su padre fue hermano mayor, benefactor y todo lo que hizo falta, que hicieron falta muchos esfuerzos. Cuentan que los nazarenos blancos más próximos al paso de Virgen son todos Ybarra Valdenebro.

Enrique es un tipo piadoso. Un rey mago que pidió ser bendecido en la carroza y que dejó flores a los pies de las vírgenes que son veneradas en los templos por donde pasó la cabalgata. Como el cortejo no pasa por San Nicolás, se preocupó de que a su Candelaria no le faltaran las rosas blancas. Es tan piadoso que tiene dos perros a los que lleva a ser bendecidos en la festividad de San Antón. Unos canes que, por cierto, son paseados con frecuencia por la Plaza Nueva.

Si algo caracteriza a este sevillano, arriesgado en los negocios y que aparenta menos edad de la que tiene, es su habla pausada, parsimoniosa, siempre sin prisas. Tiene una expresión recurrente que caracteriza su discurso y que revela su carácter positivo. “Es maravilloso, qué maravilla”. Todo es maravilloso para este Ybarra optimista y de lágrima fácil.

La vida es...

La vida son recuerdos de las aulas del colegio Alminar en su sede de Heliópolis y de los veranos en la casa familiar de Vistahermosa. La vida es ser más de la Candelaria en particular que de la Semana Santa en general. Es vivir la Feria en la caseta del Aero, club del que es socio pero que no frecuenta. La vida es entender la familia como una piña, por lo que nadie deja de ser ayudado si lo necesita. La vida es recordar al padre con verdadera devoción, nombrarlo a la mínima oportunidad, rendir memoria a todo un personaje que fue de la sociedad sevillana. Su padre está presente en la mayoría de sus conversaciones.

Don Ramón tenía esa elegancia y ese señorío de quienes nunca hablan mal de nadie y saben disfrutar de los buenos momentos con generosidad. Enrique es tal vez más retraído, pero tiene también ese don de gentes. La vida es ser el primer rey mago que ha reunido a su hueste completa de beduinos antes de la cabalgata para una jornada de convivencia. Cuentan que hubo copa, arenga y un pequeño obsequio para cada uno. La vida son amigos como Michi Primo de Rivera, Álvaro Gayán Pacheco, Rafael y Luis Medina, etcétera. La vida es pronunciar un discurso de cerca de cuarenta minutos en la cena de honor de los reyes magos para contar minuto a minuto una experiencia que ha marcado su vida.

Siempre ha jugado muy bien al fútbol. Tanto que obtuvo una beca para practicarlo en Estados Unidos y estudiar a la vez. Sus amigos lo tienen como un currante nato, un emprendedor con todas las letras y una persona muy sensible para con los más necesitados. De hecho, en el Ateneo han comprobado en directo su compromiso social cuando ha participado activamente en los repartos de alimentos y juguetes.

Hasta llegar al imperio de los autobuses para turistas y otras actividades que diversifican y fortalecen el negocio, Enrique tuvo que sufrir cómo lo rechazaban para trabajar en una empresa. La multinacional química Dow le comunicó por carta en 1992 que no atendía su solicitud de trabajo porque carecía de un puesto adecuado a su perfil profesional. Apostó entonces por trabajar duro en la Exposición Universal junto a tres socios con aquellos hermosos tranvías turísticos (“Carmen” y “El barbero de Sevilla”) que fueron la base de la que sería la mayor red de autobuses turísticos del mundo.

No hay emprendedor de éxito que no haya fracasado alguna vez. En España eso avergüenza, pero en Estados Unidos se considera una medalla. Y nunca se olvide que este sevillano se formó en San Francisco. Con la depresión tras la Expo, buscó nuevas vías de negocio, como la revista de ocio Welcome&Olé. Pero no dejó nunca de repensar el negocio de los autobuses. En 1998 se alió con el británico Peter Newman, propietario de la compañía londinense London Pride, para relanzar el negocio con un nuevo esquema de gestión. Llegaron entonces los autobuses de dos plantas desprovistos del techo. Aquello funcionó, por lo que decidieron adoptar el modelo de franquicia para buscar socios en todas las grandes plazas y crear una gran marca internacional. “Qué maravilla”, pensaría Ybarra al comprobar el éxito de la apuesta. Y hoy recordará aquellos inicios mientras pasea a los perros por la Plaza Nueva en una Sevilla que ignora la identidad de sus escasos emprendedores. Ybarra, el de los autobuses, es ya también el Ybarra... de la cabalgata.

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