Un adulto para tiempos convulsos
El perfil de Alberto Núñez Feijóo
El ganador de las elecciones es sobrio, toma muchas cautelas antes de otorgar su confianza y jamás pierde de vista el teléfono móvil
Victoria 0'0 en el domingo de resurrección sanchista
Sobrio, abstemio, de trato agradable, atento quizás en exceso al teléfono móvil, tecnócrata antes que político, obsesionado por la discreción, nada amigo de polémicas ni refriegas y muy cauteloso a la hora de otorgar el preciado valor de la confianza. Alberto Núñez Feijóo (Orense 1961) desembarcó y creció en el mundo de la política sin padrinos y por una vía muy singular: la de la gestión. Su perfil es el de un eminente gobernante que se sentiría extraño en la oposición. En su estilo evoca más a Aznar que a su paisano Rajoy, aunque tiene todas las características de ese adulto que Rajoy considera imprescindible en la política española desde que irrumpieron los populismos y otras novelerías.
Feijóo ha aprendido de la política mientras ejercía cargos de gestión, lo que le ha permitido conocer los problemas reales y el funcionamiento de la Administración para la búsqueda de soluciones también reales. Tardó en afiliarse al Partido Popular. Ha reconocido que fue de los millones de españoles que votaron a Felipe González en los años ochenta. Se afilió al PP cuando fue presidente del Insalud. Posteriormente lo fue de Correos, donde hizo amigos en los sindicatos a los que invitó al congreso extraordinario de Sevilla donde alcanzó la presidencia nacional del partido.
En esa etapa en puestos de gestión es cuando comienza a tener dos padrinos: Romay Beccaría, ministro de Sanidad con Aznar, y Francisco Álvarez Cascos, secretario general del partido, vicepresidente del Gobierno y ministro de Fomento también con Aznar. Con los dos ha cuidado su relación personal siempre, aunque con Álvarez Cascos (que se dio de baja del PP un primero de enero de 2011) la vinculación haya perdido toda la intensidad.
En clave andaluza es importante la participación de Feijóo en las conocidas cumbres celebradas en Madrid en los años de presidencia de Aznar. El varias veces ministro Javier Arenas organizaba aquellos años unas reuniones mensuales en el pabellón de Nuevos Ministerios a las que acudían los cargos institucionales andaluces y de forma excepcional dos políticos que no son de la región: Alberto Núñez Feijóo y Rafael Catalá. ¿Por qué estaba el gallego? Porque se promovió con éxito una relación fluida entre el Ministerio de Trabajo, dadas sus competencias en asuntos sociales, y el Insalud que entonces dirigía Feijóo.
Feijóo es un orgulloso gallego de aldea que conoció con precisión el PP de su tierra cuando estaba en manos de auténticos líderes provinciales: Romay Beccaría en La Coruña, Mariano Rajoy en Pontevedra, José Luis Baltar en Orense y Francisco Cacharro en Lugo. Precisamente esta suerte de organigrama es el que rompe Feijóo cuando en 2006 se presenta a un congreso y vence ante dos compañeros de partido como José Manuel Barreiro y José Cuiña. Hay quien afirma que Feijóo acabó entonces con el régimen de los 'caciques' del PP gallego. Se puede imaginar con facilidad la de tensiones que tuvo que generar aquella ruptura...
En cuanto a la militancia, el PP gallego siempre se había dividido en dos: la casta de la birreta, formada por dirigentes con puestos laborales ganados por oposición, como el abogado del Estado Romay Beccaría o el registrador de la Propiedad Mariano Rajoy, y el colectivo formado por la decena de dirigentes de los pueblos. Feijóo representó desde el principio una tercera vía, un señor que aprobó sus oposiciones a funcionario de la Xunta, tras renunciar a realizar las de juez por la muerte prematura de su padre, y que desde el principio ejerció una suerte de galleguismo constitucional como la mejor forma de acabar con el nacionalismo.
Una vez ganado el congreso y roto el tradicional statu quo, el gran patrón de la derecha española y factótum del PP gallego, don Manuel Fraga, apoyó ya a Feijóo sin ninguna duda. Conviene dejar claro que Feijóo nunca fue de la cantera de Fraga. Se hizo a sí mismo, sin padrinos, con su destreza y habilidades propias.
Alberto es un orgulloso gallego criado en una aldea. ¿Quién le iba a decir que un día viviría en el Palacio de Monte Pío, residencia oficial del presidente de la Xunta de Galicia, situada en una atalaya geográfica desde la que se admira la preciosa Plaza del Obradoiro? Pero no la usó todos sus mandatos, solo un tiempo. Llegó a renunciar a ella para irse a su casa de La Coruña. Las residencias oficiales siempre tienen mucha frialdad, carecen de la calidad del hogar y mejor usarlas acaso para encuentros institucionales.
Un día le advirtieron que no dijera que sería el primer presidente del Gobierno nacido en un pueblo, pues Adolfo Suárez nació en Cebreros (Ávila), pero que sí podría ser el primero que nació en una aldea: Os Peares. A ella ha acudido simbólicamente en la reciente campaña electoral.
Por sus cuarenta años de vinculación a la Administración Pública hay una serie de realidades que tiene muy claras, principalmente que la sanidad requiere de un gran pacto de Estado porque cada vez se aprecia más que es insostenible.
Una fecha clave en la trayectoria política de Feijóo es el primero de junio de 2018, día de la moción de censura que sorpresivamente desaloja a Rajoy de la Moncloa después de que el PNV vendiera caros sus apoyos a Sánchez. El PP al completo miró a Feijóo como el relevo natural. Cuentan que los dos gallegos se reunieron: Rajoy y Feijóo. Nadie sabe qué pasó realmente. Hay dos versiones. Unos dicen que Rajoy no le apretó lo suficiente para que diera el paso al frente con el objetivo de que la elegida fuera Soraya Sáenz de Santamaría. Otros que Feijóo no fue claro en sus intenciones, no se postuló y tuvo un exceso de cautela por las supuestas investigaciones efectuadas por el CNI de Soraya sobre Feijóo, unas maniobras que nadie jamás ha podido probar y que nunca han pasado de chascarrillos. Incluso hay quienes aseguran que pudo ocurrir tanto lo uno como lo otro.
El caso es que Feijóo se quedó en Gacilia y el PP se metió en un congreso que dejó al partido herido y abocado a una etapa, el casadismo, de aciagas consecuencias. La tarde en que Alberto comparece para hace público que no afrontará el reto de presidir el partido hubo quienes vieron a un político apesadumbrado y también conocieron al Feijóo que no es nada aficionado a las guerras, ni al ruido, ni a destacar en ningún pleito. Rehuye los frentes todo lo que sea posible y busca siempre la parihuela que lo eleve sin necesidad de refriegas. No faltan quienes enmarcan en esta característica su renuncia a acudir al segundo debate de esta campaña.
Feijóo apoyó a Casado para evitar a toda costa que ganara Soraya. Ironías del destino, el equipo del gallego está hoy formado por muchos de los sorayistas (Cuca Gamarra, Elías Bendodo, Carmen Fúnez, Borja Sémper...). La ex ministra onubense Fátima Báñez, amiga personal de Soraya, estuvo a punto de ser vicesecretaria general en la primera ejecutiva (su lugar lo ocupó Juan Bravo) y hasta podido figurar en las listas del 23-J.
Solo cuando Casado cae de forma traumática tras su enfrentamiento con Ayuso, se abre ya de verdad el pontificado de Feijóo con los avales del andaluz Moreno y de la presidenta madrileña, entonces los dos cargos del PP con mayor poder territorial e institucional. Ninguno de los dos fueron rivales. El primero no debía dar el salto a la política nacional sin consolidar la mayoría en Andalucía (al poco tiempo logró la absoluta) y la segunda es joven y puede esperar.
Rara vez se puede ver a Feijóo tomar un sorbito de algún vino blanco gallego. Sí es muy habitual verle absorbido por el teléfono móvil. Es un empantallado durante muchas reuniones. La fotografía de su WhatsApp es un inconfundible paisaje marítimo de su tierra. Una de sus pasiones es su perra. Otra es hablar en gallego, idioma dominado por la inmensa mayoría de sus paisanos. Pocos son los gallegos que no lo hablan, como Rajoy y el cardenal Rouco.
Feijóo no es simpático ni ocurrente, pero sí agradable y educado. Siente un respeto extraordinario por las personas mayores, lo que dice mucho y bueno de su condición como persona. Se ha fabricado su propio Castelgandolfo para el tiempo de descanso familiar: una casita en Moaña (Pontevedra). Es persona sobria en todos los sentidos, aficionado a las corbatas azules y verdes. Su sentido del humor no es punzante, acaso inteligente por comentarios que dejan interrogantes en el aire. Humor gallego se llama. Es un obsesionado por la discreción. Tal vez por esta característica es extremadamente cauto antes de depositar la confianza en alguien. Incluso hay quienes lo tildan directamente de desconfiado. El caso es que su guardia pretoriana es duradera y reducida, prueba de cuantísimo valora la confianza y que ésta solo se otorga con ese valor tan denostado en la política: el tiempo. Feijóo eleva la discreción a categoría de dogma. Cuentan que mejor que no pille a alguien en una imprudencia. Al presidente se le cambia la cara y al sorprendido se le puede dar por muerto.
Su apuesta por sus colaboradores más leales se aprecia en que ha incluido a algunos en puestos relevantes en las listas electorales. Marta Varela, inseparable de Feijóo, de perfil serio y recio con todas las características de una futura jefa de gabinete, es la número cinco en la candidatura por Madrid. Y su principal asesora de prensa, Mar Sánchez, va de diez también por la capital de España.
El gran reto ahora es gestionar una victoria a todas luces insuficiente en función de la mayoría de los sondeos. El reto es gestionar... la realidad.
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