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Àngels Barceló

La periodista es una gran aficionada a la Cruzcampo. Le encanta Cádiz, pero no entiende el Carnaval. Disfrutó de la pre-Feria de Sevilla cuando no estaba de moda y tiene claro que salir de Madrid es muy saludable

Àngels Barceló / Rosell

Sevilla/Un café con leche sin azúcar a las cuatro de la madrugada de lunes a viernes y, como se suele decir, ¡arriba los corazones! Que ya suena el motor del taxi listo para alcanzar la Gran Vía de Madrid. Àngels Barceló (Barcelona, 1963) es hija de un catalán de Bellmunt del Priorat, y de una madre murciana de Águilas. Lleva especialmente a gala su condición de nieta de andaluces del Poniente almeriense por la vía materna. Quienes la conocen dicen que es mediterránea al cien por cien. Ella prefiere decir en homenaje a los lugares de nacimiento de sus padres que es hija del aceite y el vino, como proclamó en el pregón que dio recientemente en Jaén. Curiosamente hay quienes destacan que ella y Carlos Herrera, criado en Mataró, han sido influidos por el mismo ambiente en sus años de juventud.

Barceló trabajó en la televisión autonómica de Cataluña. De allí pasó a Telecinco. Nunca ha sobrellevado la tiranía de las audiencias, pese a que siempre le han ido bastante bien. Su fichaje por la SER fue discreto y pausado. Primero, en A vivir que son dos días, después en el legendario Hora 25 y actualmente en el Hoy por Hoy donde mantiene la condición de reina de las mañanas.

El perfil de una periodista como Barceló presenta muchas características singulares. Hay una que es evidente: su afición por las gafas. La colección de monturas que luce es muy extensa. Las gafas para Barceló son como el caballo para Marco Aurelio, el pañuelo blanco y grande para Pavarotti o las camisas negras para el inolvidable Eugenio. Nunca la verán con lentillas, siempre luce gafas de diseños originales y alegres. Barceló sin gafas es un metafísico imposible, que diría el ex presidente Calvo Sotelo.

Barceló, en el estudio principal de la Cadena SER en Madrid. / M. G.

En las horas de relajación tiene una bebida preferida: la cerveza... de la marca Cruzcampo. Àngels es una reconocida cruzcampera. En vinos tiene un gusto muy plural: los de Ribeira sacra y los de Mencía del Bierzo. Y, cómo, si hay que trabajar la manzanilla se hace con sumo gusto. Distingue una pasada de una en rama con más facilidad que muchos habitantes de Barrameda. Esta Àngels es una todoterreno que tiene clara la prioridad: “Estoy para hacer radio”. Si hay que asistir a un acto social por necesidades corporativas lo hace siempre que se lo pidan los compañeros.

Su atracción por Andalucía no es ningún secreto. Muchos recuerdan el programa especial que hizo en Almería por la crisis del pepino. Y sobre todo cuando, en la etapa al frente de Hora 25, se fue a Barbate un 24 de diciembre para estar junto a aquellos pescadores que estaban desesperanzados porque Marruecos no firmaba el acuerdo que les permitía salir a faenar. Fueron horas de especial tensión y de máxima emoción al mismo tiempo. Aquella apuesta le valió el Premio Andalucía de Periodismo. Siempre que se puede no se pierde un 28 de febrero en Sevilla, incluido el canapé de los jardines de San Telmo del que todos salimos con los zapatos como si hubiéramos estado en la Feria.

Àngels Barceló. / M. G.

Todos coinciden en que es una mujer muy celosa de su intimidad. Esto es, una persona normal. O de las pocas normales que van quedando en una sociedad donde se retransmite la vida cotidiana hasta extremos absurdos.

Conoce y disfruta la Feria de Sevilla desde hace muchos años. Procura visitar el real al menos dos días. Hasta ha probado el ambiente de la pre-Feria en directo cuando todavía no estaba de moda. Presentó hace muchos años un Hora 25 desde los estudios de Radio Sevilla. Al término, sobre las once y media de la noche, la llevaron a la caseta de Paco Lastra, muy vinculado al mundo de los artistas. Era viernes previo al inicio de una Feria que estaba apagada y sin animación, salvo esa caseta, lo que impresionó mucho a Àngels. Se sucedieron actuaciones de alto nivel artístico. Todo bullía en armonía hasta que al anfitrión le dio un telele y hubo que evacuar la caseta... ¡Como para olvidar su primera incursión en la entonces muy desconocida pre-Feria!

Barceló, en un acto en Córdoba. / M. G.

En Cabrera, cerca del mar, tiene una casa que cumple la función de refugio al que no llegan el fuego de las presiones ni las prisas cotidianas. El mar es una suerte de blindaje para esta periodista. En Menorca siempre hay tiempo veraniego para la compra de la gamba colorada, para cultivar la gastronomía activa y pasiva: guisar y comer. Incluso para probar una ginebra local, Xoriguer, con tónica o en esa versión que allí se conoce como Pomada, que consiste en combinarla con limón. Dicen que una de las claves de su pasión por Andalucía son nuestros kilómetros de costa. De ahí tantísima afición por Cádiz, aunque haya reconocido en público que no entiende el carnaval. Ni falta que le hace para repetir visita una y otra vez. Barceló es una catalana que sabe hacer tortillitas de camarones y fideos con langostinos, de las que se interesa por las recetas de la venta Vargas de San Fernando. Las claves de su cocina son la paciencia y la perseverancia. Y, por cierto, suele indagar si las personas saben o no cocinar. Para ella debe ser un factor clave. ¿No le gusta a Perales saber a qué dedica el tiempo libre alguien que irrumpe en su vida? Pues Barceló tiene claro que meterse en los fogones es crucial, quizás porque hacerlo revela virtudes como la creatividad y la constancia.

Àngels Barceló. / M. G.

A la hora de los bares es más de codo en la barra que de sentarse a la mesa, una afición que cultiva más en Andalucía que en Cataluña, donde la cultura mayoritaria es sedente. En Sevilla le encantan Robles, Moreno, Inchausti... En Madrid es habitual del bar Lambuzo, próximo a la sede de la SER. ¿Cuál es la clave del Lambuzo? Que tiene tirador de Cruzcampo y despacha manzanilla en rama. No es catalana de cava, acaso de una copa de champán. El pan tumaca le gusta siempre que esté elaborado con el tomate adecuado: maduro, brillante, sin arrugas, con peso y, por supuesto, debidamente refregado a mano. Reniega del tomate exprimido que se sirve a cucharadas, no digamos del que en muchos bares se ofrecen en bote con dosificador. El pan tumaca se hace como hay que hacerlo, al igual que la ensaladilla debe estar servida al desprecio o los dry martini hay que agitarlos y combinarlos como en las películas de James Bond. Bromas las precisas.

Memorables han sido sus viajes profesionales a tierras como Gaza, Siria, Ucrania, Egipto... en tiempos no precisamente de feria. Estuvo detenida en El Aaiún cuando fue a hacer un programa sobre el Sahara. Cuentan que en esos desplazamientos es cuando se aprecia su estilo más comprometido y valiente a la hora de ejercer una profesión que, en realidad, entiende como un sacerdocio. Una de sus frases habituales así lo revela: “Hay que salir de Madrid”. Hace tiempo que practica su particular descentralización. La capital engorila. “La obra de la Gran Vía interesa... en Madrid”. Hay quien asegura que no se deja enredar por la selva de la capital. Busca la periferia, casualmente como hace el papa Francisco. Quienes llevan años con ella dicen que comparte con Iñaki Gabilondo esa necesidad de salir de Madrid como zona de supuesto confort profesional.

Su concepto de España es abierto, nada de flirteos con el separatismo. Le encanta que la gente hable con el acento de su lugar de nacimiento. Y, por tanto, censura que un andaluz se esfuerce en pronunciar las eses como si fuera de Valladolid.

Tiene una perspectiva progresista cuando se trata de la política. Habla con todos, aunque con algunos haya frecuentes marejadas. A las altas esferas de este país les gusta lógicamente cambiar impresiones discretamente con quien se dirige cada mañana a tres millones de españoles con capacidad para crear opinión.

La vida es...

La vida es ser exigente con el equipo y cuidarlo al máximo, lo que se aprecia en esos viajes para hacer el programa fuera de Madrid que, en la práctica, son horas de confraternización. La vida es aburrimiento por el periodismo político de declaraciones y la confrontación, quizás por eso tenga especial gusto por la segunda parte del programa, más amena tras el fuerte y extenso arranque de información y análisis. La vida es integrarse con rapidez en ambientes aparentemente adversos, como las fiestas navideñas o cuando los amigos o compañeros le dan una sorpresa, que no le gustan nada, pero a las que se adapta con celeridad. Quizás porque la capacidad de controlar las emociones forma parte de la buena educación.

La vida es una notable afición por el fútbol, con especial atención al Barcelona, el Atlético de Madrid y el Betis. ¡Y seguidora del rugby! La vida es austeridad y seriedad en sus mejores acepciones. Entrar en los sitios sin hacer ruido porque la fama que lleva aparejada el oficio a esos niveles no termina de ser bien digerida. Es aceptar con mesura halagos y piropos, no lucir joyas pero procurar tener siempre flores en casa, no hablar de un libro en su programa sin haberlo leído antes aunque sea a costa de robarle tiempo a las escasas horas de sueño. La vida es un rato de Feria en la caseta de Carlos Herrera, donde se hicieron un selfie seguido de un susurro: “Àngels, en esta foto hay seis millones de oyentes”. La vida es el mar, la mar, el azul que nunca cansa mirar ni en los días de aguas serenas ni en los de escopeta y perro. El mar y la radio. La primera cerveza de los viernes y el calor de la gente joven de su equipo. La radio y la vida. El mar y la paz. El orgullo por la descendencia y la llamada a la inspiración de madrugada para escribir personalmente los editoriales de cada mañana. La vida es el oficio. La vida es eso que pasa cuando no se está en la radio. El café es sin azúcar, o con el azúcar que es la mar.

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