El Loco de la Colina vive

Jesús Quintero

Nadie puede discutir que fue el creador de una forma de hacer entrevistas, tres décadas de máximo protagonismo. Su final, antes de los días en una residencia, fue un exilio voluntario bajo el cielo de su tierra onubense

Jesús Quintero, El Loco de la Colina / Rosell

Sevilla/Se lamentaba el poeta Manuel Garrido unos años antes de morir que ya no le sonaba el teléfono como antes. El escritor de letras celebérrimas –que el pueblo canta sin conocer a su autor– se encogía de hombros y afirmaba: “Creerán que me he muerto”. Hay gente de la que sabemos que están vivos porque de repente se mueren. Se dice mucho que el olvido es la segunda muerte, pero es que hay gente que se muere en el imaginario colectivo mucho antes de hacerlo a efectos del Registro Civil. Hace poco oí una pregunta terrible acerca de uno de los escasos periodistas que han creado un estilo en el género de la entrevista:“¿Pero El Loco está vivo?”. De Jesús Quintero (1940-2022) se dejó de hablar un buen día. Ocurrió como si una losa se hubiera desplomado sobre su ingente trayectoria y todo quedara a la espera de su muerte para la llegada de los homenajes, títulos honoríficos y esos tuits amables que los asesores redactan en nombre de ministros, alcaldes y consejeros.

Jesús Quintero vivía hasta ayer a las cinco y media de la tarde. Residió en su tierra onubense hasta hace muy poco, cuando ya fue acogido en una residencia de Ubrique. Hasta hace pocos meses hablaba de su futuro, de sus cosas y de sus planes como si estuviéramos en la España de hace treinta años, cuando el periodista ya estaba en lo más alto. A esta tierra le ha pasado con Quintero, El Loco de la Colina, como le ha sucedido con tantos de sus hijos preclaros. Se les van de este mundo sin darles el sitio. El Loco era un onubense de Sevilla y un sevillano nacido en Huelva. Un día hizo la entrevista sonada a Rocío Jurado, otro sentó en el plató a un mendigo y al siguiente a una señora embarazada a la que terminaba de conocer en la cola del banco. Están los personajes que todo el mundo conoce y los que ha creado Quintero. Factoría propia se dice.

Considerado un filósofo de la vida, un genio, un bohemio de los auténticos. Por todo eso quizás ha sido siempre un mal administrador de sus propios negocios. Ha contado con los mejores asesores jurídicos y contables, pero ninguno ha conseguido que siguiera más órdenes que las dictadas por el instinto propio. Sobrado de personalidad hasta el punto de desentenderse de la etiqueta exigida para un acto de relumbrón. Una vez caminaba en dirección a la cena de entrega de los premios Cavia en Madrid. Cruzaba un paso de cebra cuando un taxi estuvo a punto de atropellarlo. En el vehículo viajaban de riguroso esmoquin El Cid y su abogado Moeckel. Fue el torero quien le gritó al taxista: “¡Pare, pare, que nos llevamos por delante al mendigo!”. Y el mendigo era Quintero con su habitual desaliño de abrigo grandes y bufanda extraña.

Uno de sus peores momentos no está relacionado precisamente con la ruina económica o con el fracaso de un negocio. Jesús grabó una entrevista con José María García. El periodista le hizo declaraciones tan explosivas que aseguran que uno de los principales afectados, Florentino Pérez, movió los hilos para que no se emitiera el programa. Fue su salida de TVE. Hasta hoy.

Ha tenido un archivo impresionante, dicen que de más de seis millones de horas de televisión, en el que faltan las dos entrevistas que nunca pudo realizar: las de la Pasionaria y Fidel Castro. Se quedó sin hacerles esas entrevistas de autor, tan suyas, donde todo asunto podía ser tratado por delicado que fuera por medio de esas preguntas quinterianas. “¿Has conocido varón?”, le preguntaba a un hombre en la España de los años 80 y aguardaba la respuesta con una honda calada al cigarro. “¿El amor es amistad con momentos de sexo?”, cuestionaba a una famosa promiscua mientras dejaba el cuello alzado para esperar su respuesta desde la atalaya de su mirada. Y siempre, siempre, cuidando personalmente la colocación de las luces en el plató, un aspecto tal vez poco valorado en su carrera. El humo del tabaco y los focos han sido dos características de su forma de entender la televisión. Ha tenido predilección tanto por los ambientes lúgubres como por los personajes marginales. Nunca ha hecho dos entrevistas iguales ni ha pronunciado sus célebres monólogos con discursos preparados. Una de las entrevistas a las que puso más cariño fue la realizada a Antonio Gala. Quintero tenía devoción por el escritor.

Algunas veces le han criticado cierta mofa de Andalucía al darle pábulo a personas como El Risitas. La verdad es que Quintero no se ha burlado nunca de Andalucía, ha dado a conocer personajes singulares, imitados en la vida cotidiana por miles de personas, pero jamás ha hecho mofa de su propia tierra ni ha explotado clichés facilones.

La vida era...

La vida era referir que su padre se llamaba José y su madre María. El hijo no podía recibir otro nombre que el de Jesús. La vida era contemplar con cierto pesar que hoy triunfan programas de entrevistas amables que no entran en las profundidades de los personajes. La vida era, ay, creer que hay supuestos americanos interesados en un nuevo programa, vivir como si el mito siguiera en pleno apogeo, esperar quizás a que la RTVA tuviera un minuto de sensibilidad y acierto. La vida eran días de calma bajo el azul de los cielos de El Rompido. La vida era una estética desaliñada de botas de palo abiertas, chalequillos de pana marrón o tonalidad mostaza, bajos del pantalón sin recoger, cuellos altos y pañuelos estridentes. Una imagen que procuraba mantener hasta en los días de calor. Toda su vida le ha importado muy poco el qué dirán, principio fundamental de la libertad. La vida era ser un rojo que respeta y opina bien de la Iglesia.

Es cierto que cuando salía lo seguían parando por la calle, como en la última corrida goyesca a la que asistió antes de la pandemia. Años después de aparecer por última vez en la pequeña pantalla, el personaje continuaba presente en la memoria, aunque los políticos no se acuerden a la hora de repartir honores oficiales.

Se le atribuyen tres frases entre quienes bien lo conocen.“El mundo se ha ido al carajo desde que las segundas quieren ser primeras”. “No me fío del que nunca ha fumado porros ni se ha emborrachado”. Y una tercera pronunciada un día en el plató:“A veces tengo miedo porque creo que hablo demasiado”. Y tanto que hablaba por mucho que usara los silencios. Siempre asumió el papel de la estrella de la entrevista. Una cosa era ser entrevistado y otra muy distinta tener enfrente a este Loco, un tipo que siempre tenía claro que no se podía pasar por la vida como un mero espectador y que vivía en la cresta de una ola de inquietudes. Tan artista y bohemio que estuvo al borde de profundos desánimos en muchos momentos. Hombre de ideas, sí. Y de ejecuciones rápidas gracias a las que también se aprecia con celeridad el éxito o el fracaso. Quintero abrió las cafeterías más elegantes que ha visto Sevilla en los últimos treinta años, pero ya no existe ninguna. Y abrió un teatro que acabó en ruina después de ser reconvertido a cafetería. Su trayectoria demuestra que es un genio de la entrevista y un gestor muy deficiente.

Una vez le preguntaron si era consciente de la complejidad de algunas de sus preguntas. Muchas de sus entrevistas, de hecho, eran una suma de reflexiones del entrevistador en las que el entrevistado pareciera ser simplemente la percha necesaria. Se quedó en silencio unos instantes y respondió: “Un día frente al mar me haré todas las preguntas que he hecho a los demás. Muchas no las sabré responder”.

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