Hijo de las riadas
Antonio Casado
Este productor audiovisual es de los sevillanos que vive y deja vivir, que disfruta con lo que tiene y no se amarga con otras ambiciones. Defiende la pureza en la receta de la ensaladilla y elabora verdaderos poemas con sus montajes
HAY una generación del 27 que no guarda relación con el Ateneo, ni con Alberti, ni con García Lorca. Es la de miles de sevillanos que usan el 27 de Tussam para alcanzar el centro de la ciudad desde Sevilla Este, esa zona hiperpoblada, extensa y con una amplia oferta de centros comerciales. Allí viven miles de sevillanos que, como los que habitan en el Aljarafe, pernoctan en casa y viven el resto de la jornada en la oficina, quizás a la espera de asentarse algún día en un rincón idealizado de la ciudad.
Antonio Casado Vázquez, productor audiovisual, es un usuario cotidiano de ese 27. De oronda figura, fiel de los colores verdiblancos, activo miembro del Observatorio de la Ensaladilla Rusa (Oder) y, por supuesto, cofrade comprometido. Dicen que es de la quinta de Agustín Hepburn, a la que esta ciudad no rindió el homenaje debido hasta después de su muerte.
Casado es un tipo feliz en su ciudad. Siempre transmite buen humor. Ha rechazado ofertas para irse de Sevilla, a la que declara su amor como productor y montador de imágenes. El proyecto La Caja de la Semana Santa ha sido una de sus grandes iniciativas. Funcionó dos cuaresmas en la planta alta de las Setas. Se implica tanto en los encargos que una vez pidió la ayuda de su abuela en silla de ruedas para grabar un anuncio.
Su sentido del humor le lleva a identificarse como sevillano de los de Córdoba Oeste, que disfruta de jornadas de calor a la vera de la piscina de la comunidad en Sevilla Este. Se crió en el barrio de la Oliva. Dicen que de ahí le vienen tanto su humildad como –por proximidad– una de sus grandes devociones, la del Cautivo del Tiro de Línea, con el que nunca falta a su cita el primer viernes de marzo, ni los Lunes Santos, cuando se coloca tras su paso y se confunde en el mar de devotos que lo acompañan hasta la Campana. Tiene una forma original, como sus trabajos audiovisuales, de explicar su nacimiento, que atribuye a las riadas del Tamarguillo, ya que aquella catástrofe provocó que sus padres se conocieran.
Comenzó a trabajar de adolescente, bajo el mando de una tía materna, dueña de varios bingos. Se trataba de una empresaria a la que no le hicieron falta discursos impostados para armarse de valor, abrirse hueco y salir adelante en tiempos en que cierto tipo de actividades estaban controladas por los hombres.
Ya entonces descubrió su fascinación por el mundo audiovisual. Es de los que se matriculó en Realización Audiovisual, en el Instituto Néstor Almendros de Tomares. Siempre recuerda que, durante su época de formación, acudió al cine en los primeros días del estreno de la película Semana Santa, de Manuel Gutiérrez Aragón y Juan Lebrón con guión de Carlos Colón. Aquella obra, que supuso un antes y después en el lenguaje audiovisual cofradiero, marcó su carrera profesional. Se sintió avalado para el empleo de determinados recursos que hasta entonces parecían vetados a la hora de difundir la religiosidad popular. Sus trabajos no pocas veces han generado críticas de la Sevilla inmovilista por carencia de criterio. Una de las claves más importantes en sus obras es la cuidada selección musical.
Se le nota su pasado como miembro del coro del Maestranza durante unos años en los que participó en varias óperas. Tiene predilección por los conciertos de música clásica y nunca se pierde el de Año Nuevo en Viena, una de sus citas ineludibles. En su cuenta de Twitter comenta con humor tanto este concierto como los festivales de Eurovisión.
Pasión por la ensaladilla
La cocina es otra de sus grandes pasiones. Además de ser presidente del ODER, es un experto en la elaboración de arroces, junto a otros platos de complicada elaboración que ha aprendido de forma autodidacta y también siguiendo los múltiples programas y canales de cocina a los que es adicto. Eso sí, siempre ha sido más de salado que de dulce. Entrecárceles, el Bar Kiko de la Chari o Becerrita son algunos de los clásicos que visita cuando pasea por el centro de Sevilla. Tiene declarada la guerra, con razón, a las pinzas de helado para servir la ensaladilla en bolas. La ensaladilla debe ser servida al desprecio. Ni pinzas, ni moldes. De dos golpes de cuchara sale la tapa. Por supuesto, están fuera de lugar ingredientes extraños y horripilantes como la lechuga, el perejil, el maíz, las pipas peladas, el ketchup, los palitos de cangrejo, los aros de cebolla y otras excentricidades. El ODER tiene hasta un director espiritual: el canónigo Marcelino Manzano, la sonrisa de la Diócesis, el cura a una cartera de mano pegada.
Siempre recuerda que sufrió una importante reacción alérgica el día de su primera comunión y el percance vivido la última Madrugada con pasos en la calle, cuando al llegar a la casa de hermandad del Calvario para acabar de vestirse de nazareno se dio cuenta de que se había confundido de capirote y había cogido de uno más pequeño. Sufrió una auténtica pesadilla cofradiera. Gracias a la gestión del servicio de taxi pudo resolver a tiempo el entuerto.
Cada hermandad a la que pertenece o imagen a la que profesa devoción representa un momento de su vida. El Cautivo de Santa Genoveva, la infancia; el Calvario, la juventud cuando salió de costalero bajo el crucificado de Ocampo; Montserrat, la hermandad de la familia, de siempre, donde llegó a ocupar cargo de prioste; San Benito, su abuela materna y su tía, las riadas que hicieron que sus padres se conocieran; Pasión, el confidente en los años de trabajo en el Salvador; y el Gran Poder, su abuela Pepita, su segunda madre y el consuelo por el gran vacío que aún sufre por su reciente pérdida. Pepita siempre lo esperaba en casa, por muy tarde que llegase. En verano le gusta Chipiona, donde no se priva de la mojama de atún ni de los taquitos de jamón. No suele viajar mucho. Le gusta salir de día, pero a la hora de dormir, siempre en casa.
La vida es...
La vida es sentido del humor como para hacer de Pavarotti en una boda cogiendo como pañuelo el mantel de una mesa. Menos mal que aún no proliferaban los teléfonos móviles con cámaras. La vida son trajes perfectos de Cañete, donde su padre trabajó décadas y dejó un recuerdo imborrable de eficacia y atención exquisita al cliente. La vida es pasión por donde uno está, no donde desea estar. Por eso es feliz explorando Sevilla Este, donde su último hallazgo ha sido una bodega en la que se sirve una cuidada selección de vinos a granel y chicharrones, otro de sus “manjares” favoritos. La vida es la amistad de Diego Geniz, José Luis Martínez, Pepelu el de Arte Sacro y, cómo no, Paco Robles. La vida es saber llevar cada procesión por dentro sin perder el sentido del humor, la acidez y cierta dosis de guasa que son el lubricante para cargar con las losas que de vez en cuando hacen pesada la existencia. El buen humor es algo tan serio que suele ser el recurso de los inteligentes para sencillamente vivir mejor.
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