El perfil de Alberto Núñez Feijóo
Un adulto para tiempos convulsos
Carlos Amigo Vallejo
Aquel mediodía del 25 de noviembre de 2009 el guardia de seguridad del palacio abrió la verja para que saliera por última vez el coche de carrocería metalizada que por seguridad tenía asignado monseñor Amigo (Medina de Ríoseco, Valladolid, 1934-Guadalajara, 2022) desde hacía años, desde los tiempos en que los encapuchados de la serpiente, escocidos por su valiente homilía en el funeral de Jiménez Becerril en 1998, le dejaron en el buzón una amenaza con los gráficos de sus recorridos habituales.
Al volante iba el fiel y eficaz secretario personal, Pablo Noguera, que tiró por la calle Mateos Gago para salir del casco antiguo y tomar la salida hacia Madrid. Al dejar la circunvalación de Écija, el cardenal mandó parar el vehículo. Una breve pausa sirvió para telefonear a un amigo personal, el canónigo Ángel Gómez Guillén, de los escogidos que participaban en el almuerzo privado de cada festividad de San Carlos Borromeo: “Sólo para anunciarte que en este justo momento salimos del término de la diócesis de Sevilla”.
El cardenal se fue demasiado pronto. Una cosa es que todos los prelados están obligados a presentar su renuncia al Papa al cumplir los 75 años, y otra muy distinta es que se le acepte en menos tiempo que se hace un café expreso. La Iglesia de España estaba hipercontrolada entonces por un personaje que despierta escasas simpatías hasta entre muchos católicos: el cardenal Rouco Varela.
El cardenal Amigo siempre ha sido un verso libre (nunca desleal) en sus casi 30 años de titular de la archidiócesis hispalense. No se alineó nunca con sectores específicos de la Conferencia Episcopal, menos aún con la línea dura que combatió contra Zapatero alternando las pancartas contra sus leyes sobre el matrimonio homosexual y el aborto, con las tazas de caldito en la Nunciatura para limar asperezas. Baste un detalle: Don Carlos no fue a concelebrar una misa por la familia convocada en Madrid como acto masivo contra las políticas del gobierno socialista en los años de las cejas. Tampoco acudieron destacados sacerdotes de la diócesis, que incluso no ocultaron sus opiniones críticas con el proceder de Rouco.
Tan libre se ha sentido que siendo obispo de Tánger, el gobierno de Franco le indicó que no era conveniente que recibiera con mucho boato a Don Juan de Borbón. No hizo caso de la directriz. Muchos años después, dicen quienes saben que Don Juan le advirtió a su hijo, el ya Rey Don Juan Carlos, que no debía quedar en el olvido el trato afectuoso que Don Carlos Amigo siempre dio a la “familia” en tiempos de turbulencias. La Casa Real fue clave para un ascenso insólito: de Tánger a Sevilla.
Esa libertad de acción –que le llevó a “comprender” las huelgas generales y a solicitar leyes justas para los transexuales– pasó factura a este fraile que llegó a Sevilla procedente de Tánger recién terminado el Mundial de Naranjito. Su primer secretario fue el citado Gómez Guillén, en cuyo Seat 127 de color amarillo sin aire acondicionado se recorrió aquel verano los pueblos de la diócesis. Hasta quiso conocer in situ la Feria de Abril, por la que paseó una mañana.
Tan libre se ha sentido siempre que en Tánger presidió el funeral por Francisco Franco y en su primera etapa en Sevilla quiso ir a conocer personalmente al cura Diamantino, líder jornalero, fundador del SOC y encasillado en las antípodas de la ortodoxia católica. Monseñor Amigo y Diamantino entablaron amistad, cultivada en almuerzos preparados por la madre del conocido como “cura de los pobres”. Diamantino murió con 51 años. Don Carlos presidió un funeral masivo en la Parroquia del Cerro, con los bancos repletos de jornaleros de Martín de La Jara y Los Corrales, dirigentes y militantes de Izquierda Unida y del PSOE, y con Soledad Becerril entre ellos. En la homilía defendió su forma de entender el ejercicio de su ministerio pastoral: “Las opciones de Diamantino permanecerán vivas como opciones a imitar”.
Nunca dejó de ser fraile en sus años en Sevilla. Se levantaba a las 05:30 y acudía al comedor entonando oraciones que recreaban el ambiente de un refectorio monacal en un palacio barroco.
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Mandar ha mandado mucho. Con energía, genio y temperamento. Cuando se enojaba, siempre se le pasaba rápido y se refería con humor a que tenía una “tarde vallisoletana” en contraposición al carácter “trianero” del interlocutor con el que hubiera tenido la discusión. Con el poder socialista se entendió siempre con armonía, hasta el punto de provocar ceños fruncidos en la Sevilla más conservadora. Otra muestra de su libertad de criterio fue sentarse a negociar la venta del Palacio de San Telmo, una operación que se bautizó como cesión institucional del Palacio a la Junta de Andalucía, pero que destacados expertos en Derecho siguen considerando que se trató de un negocio de “difícil calificación jurídica”, pues, entre otras singularidades, hubo que saltarse la voluntad de la Infanta María Luisa de Orleans –expresada en su testamento– que cedió San Telmo a la Iglesia de Sevilla en 1896 siempre y cuando sirviera como centro de formación para los futuros sacerdotes. La Junta y el Arzobispado protagonizaron unas negociaciones complejas. A un lado de la mesa, Javier Torres Vela, por la Administración autonómica. Al otro, el canónigo Manuel Benigno García Vázquez, miembro del tridente rojo de la Diócesis (junto a los inolvidables Juan Garrido y Francisco Navarro).
El Vaticano tardó en emitir un dictamen favorable a la enajenación del palacio. El Cabildo Catedral, para colmo, se pronunció en contra de la venta (19 votos en contra, siete a favor y uno en blanco, más un precioso voto particular de Gil Delgado , un texto considerado como una joya de la fundamentación jurídica). El clero local sufrió su particular cisma. Quizás ha sido la última vez que el Cabildo –históricamente celoso de su autonomía– se ha opuesto a los planes de un arzobispo. El presidente andaluz, José Rodríguez de la Borbolla, comenzó a impacientarse. La negociación se atascaba. Cada día aparecía una piedra nueva en la travesía. Cogió el coche oficial y se plantó en el Palacio Arzobispal. Don Carlos lo recibió con toda amabilidad y le dijo que sí, que la cosa iría hacia adelante, que ya se irían moviendo los papeles. Pero Pepote no se reprimió:
–Verá usted, Don Carlos. Ocurre que usted gobierna para la eternidad y yo para cuatro años. Y ocurre que detrás de usted vendrá otro como usted que los domingos seguirá leyendo las mismas circulares que usted. Pero detrás de mí no sé yo quién vendrá ni lo que leerá o dirá, así que o cerramos nosotros la operación, o…
Y en 1989, un año antes de que Pepote dejara la Presidencia, se firmó una venta maquillada como cesión. La Sevilla Eterna se echó las manos a la cabeza. ¡Un arzobispo entregando el Palacio de San Telmo a los rojos! Entre las contraprestaciones hubo mil millones de pesetas como dotación inicial de la Fundación Infanta María Luisa. Los patronos de esta entidad eclesiástica pusieron a rentar el dinero en un fondo de inversión de alta volatilidad gestionado por el BBVA privanza. Una pequeña parte de los fondos se fueron a cierta isla conocida por ventajas fiscales de las que conducen a otro tipo de paraíso. Cuando trascendió la información, monseñor Amigo, lejos de enojarse, aludió a la parábola de los talentos. La verdad es que pocas veces se ha molestado con la prensa por delicadas que fueras las informaciones. Siempre tuvo buena prensa y supo siempre hacer uso del tremendo eco que generaba haber sido titular de la Sede de San Isidoro. Ese dinero sigue hoy rentando, pero en otros bancos (Sabadell y Santander) y permitiendo la formación de nuevos sacerdotes.
Con los años, por cierto, el cardenal se ofreció a presidir la boda de Pepote con Gracia ante el Cristo del Calvario, en la intimidad de una Magdalena a solas, sin invitados ajenos a la familia. “Así deberían ser todas las bodas”, le dijo al ex presidente.
En las vitrinas de su largo pontificado hay imágenes de dos estancias del Papa en su casa (1982 y 1993), una boda real (1995), la venta de otros bienes inmuebles como la Escuela Francesa, una designación como cardenal (2003) en la que fue acompañado a Roma por las principales autoridades españolas, andaluzas y sevillanas, una homilía en al altar mayor de la Catedral, con el Ejecutivo de Aznar en primera fila, que por su contundencia dejó en evidencia al entonces ambiguo y pusilánime clero vasco; la participación nada menos que en dos cónclaves en la Sixtina; un puñado de libros, decenas de premios, reconocimientos y coronaciones…
La vida fue mantener a toda costa la hiperactividad que es marca de la casa. Por la mañana, confirmando jóvenes en una parroquia de barrio, a mediodía en un almuerzo en una casa particular y por la tarde saliendo a la provincia a presidir una función principal. Cuando se fue de Sevilla, se llevó el especial cariño de dos colectivos: los presos a los que visitaba con frecuencia, y el reconocimiento público de colectivos de gays y lesbianas que le concedieron el premio Arco Iris en 2006. Hasta Carla Antonelli, que no es precisamente de altar y coro, lo despidió agradeciendo públicamente sus opiniones favorables a un trato serio –“sin frivolidades”– hacia las personas de distinta condición sexual.
Si el Papa Francisco se hubiera revestido con sotana blanca unos años antes, muy probablemente no se hubiera producido un relevo exprés como el que se vivió en la diócesis de Sevilla, pues todo cardenal disfruta de tres, cinco y hasta siete años de prórroga al frente de la diócesis.
Un día le preguntaron en la intimidad de un despacho qué pasaría si al cerrar para siempre los ojos resulta que no sólo no aparece Dios, sino que no hay nada.
–Pues que me quiten lo bailado. ¡Y menudo baile es vivir con el gozo de la fe!
Carlos Amigo Vallejo cerró los ojos este miércoles en el Hospital Universitario de Guadalajara, donde en sus últimos días fue atendido por los hermanos franciscanos de la Cruz Blanca. En el recuerdo siempre quedará su enseñanza sobre el valor supremo de la persona con independencia del credo, la lucha por los más desfavorecidos, sus continuas visitas a la cárcel, hospitales y centros de acogida. No rehuyó pronunciarse sobre asuntos de actualidad por delicados que parecieran. Le gustaba “meterse en los charcos”, como él mismo reconocía. Y siempre recordaba que cuando llegó a Sevilla en 1982 le robaron la radio del coche, el hurto trascendió y al día siguiente se encontró decenas de radios de regalo en la consejería del Palacio Arzobispal.
Recién recogida la birreta de cardenal en Roma murió su hermana, que precisamente le había acompañado en el viaje. Entró en Sevilla con la noticia ya conocida. No quiso que se suspendieran ni redujeran los actos previstos en la Catedral de Sevilla. La procesión debía ir por dentro. “La gente tiene derecho a verme sonreír”. Yasí fue.
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