Una mujer de flamenca por el real de la Feria.
/ Belén Vargas
La Feria es la gran fiesta de las relaciones sociales, pero eso no quiere decir que no se pueda vivir en clave malaje o en versión fina y fría, que cada cuál elija la expresión que le resulte más oportuna. No tiene por qué hartarse de dar barzones ni de regalar abrazos. No es necesario sobreactuar. Ni siquiera es obligatorio beber o bailar. Hay muchas formas de vivir la Feria que no son jaraneras, lo que ocurre es que pasan desapercibidas. En definitiva, hay muchas ferias posibles dentro de una única Feria. Es una fiesta muy regulada, muy acotada en un espacio, y al mismo tiempo ofrece un amplio margen de libertad. No hay orden del día, no hay programa de actuaciones. Solo el verbo estar debidamente conjugado con el de aparentar.
El arte de la ausencia también se ejerce. No acudir a la Feria es otra forma de vivirla. De la Feria no se puede pasar aunque no se vaya porque la ciudad baja el ritmo de todo. Se quiera o no, la Feria se nota de una u otra forma. Las calles del centro son una delicia estos días, con la particularidad del ambiente taurino concentrado en las calles del Arenal. Los comercios y templos siguen abiertos. Y, por supuesto, salir de Sevilla es una opción muy valorada a partir del miércoles, cuando los colegios ya cierran y muchos sevillanos han disfrutado (o no) de la cena del alumbrado y de tres jornadas de fiesta en el real.
Enviar a los amigos, conocidos o allegados la dirección de la caseta no es invitar. Notificar la calle y el número por un mensaje de WhatsApp no sirve realmente para nada, a no ser que usted tenga menos vergüenza que un gato en una matanza y se presente en la susodicha caseta sin más. O está el socio para recibir al invitado o estamos ante una invitación marcada por la ojana. Eso del “pásate” es un verdadero camelo. El anfitrión de verdad se preocupa de dejar claro el día y la hora en que recibe en su caseta, término que procede de casa. Presentarse en una caseta sin avisar o, mucho peor, sin haber sido invitado es, cuando menos, una ocurrencia. Tomar asiento y permanecer en la zona noble sin estar el socio es una suerte de allanamiento que puede acabar mal si otros socios se dan cuenta de que a usted le falta cobertura... Tenga siempre presente que hay socios que tienen perfectamente contadas las mesas y sillas de la caseta y que hacen su particular triaje cuando accede personal desconocido. En un plisplás descubren quién viene invitado por quién.
Mucha precaución con quienes viven la Feria pendientes de los demás. Es un perfil de feriante que asiste al real y enfoca todo en función de lo que hace el prójimo: cómo se visten los otros, cuánto gastan los otros, cuántos días acuden a la Feria los otros, con quiénes bailan los otros... Dentro de este tipo de feriante que se envenena el vientre hay una subespecie mediática que lleva la cuenta de las veces que otros salen en las fotos. En realidad quieren salir ellos en las imágenes, cosa que no admiten nunca, pero no lo consiguen por diferentes motivos que se barajan entre la absoluta falta de relevancia social y cuestiones de estética. Recuerde que hay quienes dicen eso de ser más feo que la trasera de una caseta. No todo es belleza en la Feria. El feriante pendiente de terceros es absolutamente nocivo. En el fondo sufre muchísimo. Es un pájaro que necesita del alpiste diario que consiste en llevarle la vida al de al lado a través de las redes sociales y fotografías del estado de WhatsApp. Este feriante debe ser detectado y evitado con urgencia. Es una especie de Grinch que odia la Navidad, pero en versión Feria de Abril. En vez de rebujito parece estar tomando vinagre. Y se les acentúa la cara de trasera de caseta.
No se mosquee con el camarero, porque están ya como los fontaneros: encontrar uno es un verdadero reto. Si dicen que los cuadros de mando adquirieron una posición de fuerza con la crisis de 2008, los camareros la tienen toda en la Feria de 2023. Así que cuídelos, porque, como siempre defiende Rafael Carretero, hay que tener claro quiénes hacen la Feria. Sin camareros no hay paraíso en la ciudad de lonas y farolillos. Y eso incluye a cocineros y a todos los que trabajan en el real. Este año es el de los que hacen que la caseta funcione en la práctica.
No se meta en debates sobre la mudanza de la Feria. No hay bolsillo ni cuerpo que aguante una celebración de sábado a sábado con mil casetas. ¿Cómo los habría si se duplicara el real? A partir del viernes viviremos una suerte de Feria vaciada que algunos se niegan a reconocer. Seamos realistas. El debate sería en todo caso el de recuperar el comienzo la noche del lunes, volver a la Feria de martes a domingo. El denominado formato largo fue una concesión al turismo entonces emergente y ya absolutamente invasor y depredador. Por cierto, ¿cómo se las apañarán en la Feria los turistas que hace colas en los restaurantes del centro para comer o cenar?
Vigile la cuenta de gasto en la caseta. Pague al retirar las consumiciones. El verbo apuntar es muy peligroso estos días. No diga nunca la frase maldita: “Me lo apunta a la cuenta”. No hace falta ejercer de socio interventor, pero sí tomar una medidas mínimas de control. Cuando usted paga todo lo apuntado durante el día –no digamos si se trata del último día de la Feria– no recuerda el peso del marisco servido, ni las botellas exactas bebidas, ni se acuerda de los platos de jamón que pidió el amigo de su cuñado. Se tiene que creer lo que le cuenta el encargado como los Dogmas de la Iglesia. Recuerde la enseñanza del maestro al pequeño karateka. Dar cera, pulir cera. Pues pedir y pagar, pedir y pagar, pedir... y pagar.
Los buenos feriantes no suelen reconocer que lo son. El amor a la Feria no se suele pregonar. La Semana Santa se lleva todas las pasiones públicas, pero el sevillano es cicatero a la hora de proclamar su entusiasmo por esta fiesta. Por eso usted debe fijarse bien en quiénes ejercen de feriantes empedernidos. Los hay a manojos. Ninguno dice la gran verdad que tienen clara desde la noche del alumbrado: “Iré todos los días a la Feria”. Con la Feria ocurre como con el dinero ganado en la lotería. Se oculta. No se canta. Ni mucho menos se exalta.
Las trastiendas son verdaderas saunas en las ferias de calor. Tenga cuidado porque las predicciones apuntan a mediodías insoportables. Y la gente se cree eso de los desodorantes que duran 48 horas. Y hasta 72. Todo el mundo busca la corriente de aire de la refrigeración (casetas de postín) o del ventilador (casetas de tiesos). Del calor se sale, pero es más complejo hacerlo de una gastroenteritis. Evite alimentos de riesgo o acabará llamando a Facua. Cuidado con las mariscos, que siempre se deben evitar por la suciedad que generan en la mesa, aunque hay gente capaz de estar horas y horas delante de una montaña de cáscaras y bigotes. Se necesita un buen servicio de camareros y toallas higiénicas para comer marisco sin dar el espectáculo. Al quitarle la cabeza a la gamba o el langostino tenga cuidado de no proyectarle líquido al que está enfrente perfectamente trajeado y encorbatado. La Feria es un sitio fotogénico, pero polvoriento y con tendencia a la suciedad, al que se acude emperifollado. Las contradicciones de la ciudad... Beba mucha agua y no se haga el duro a base de renegar del rebujito y tomar solo vino.
Las recepciones son un horror porque te encuentras con gente que pega codazos al mezclar el ocio con el negocio y se sufre a individuos interesados en construir su propia mentira a base de fotos que difunden una presunta complicidad con gente supuestamente influyente. Si tiene ocasión y ganas de vivir esa Feria oficial, hágalo. ¡Viva la libertad... y la oportunidad! La Feria es una suma de mentiras de las que, por supuesto, se puede y hasta se debe disfrutar. ¡Adelante! La gran verdad de la Feria son sus mentiras casi piadosas. La Feria es la atracción del gusano que sube y baja la lona para dejar ver o tapar, son los trajes que crean talles imposibles o señoríos de pastiche y son tiesos en coche de caballos prestados. Tal vez la Feria sea el placebo que necesita la ciudad para sobrevivir a sus males endémicos. Si de pronto tiene la suerte de verse en una buena tertulia en una caseta, disfrútela al máximo. Esos son los mejores momentos.
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