¿Ha vendido Sevilla su alma al turismo?
La Caja Negra
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El protagonista de la novela Grand Hotel Europa, obra de Ilja Pfeijffer, es un escritor que sufre numerosas tribulaciones mientras se documenta para escribir un libro sobre el turismo de masas. En un momento concreto de la trama realiza la siguiente reflexión: "Como italiano adoptivo y habitante de Venecia soy muy sensible a las consecuencias del turismo para el lugar que lo sufre. Aunque el turismo es un modelo de negocio, o al menos se considera como tal, y para muchos destinos turísticos no hay modelos de negocio alternativos, lo cierto es que es una fuente de molestias, causa daños de todo tipo y constituye un fenómeno muy problemático para la población local. Cuando una ciudad se pliega a las exigencias del turismo lo que hace es vender su alma. Los turistas buscan por encima de todo experiencias auténticas, pero su mera presencia supone una degradación de la autenticidad que tanto anhelan. Lo que hace la industria del turismo entonces es crear para ellos una autenticidad de cartón piedra. El turismo destruye por definición aquello que lo genera, un fenómeno que, con todo lo trágico que es, no deja de fascinarnos".
Sevilla en la mañana de ayer era una ciudad con el alma vendida al turismo. Un largo, larguísimo paseo por las zonas sensibles, desde el entorno de la Catedral hasta la Plaza de España, demostraba que los visitantes tenían invadido absolutamente todos los espacios que conforman la imagen icónica de la ciudad, la que capta los viajeros, la que hace atractiva la ciudad para los operadores que saben que sus potenciales clientes tampoco son muy exigentes y se conforman con el selfie. Hacían cola para tomar el brunch (que sería un buen ejemplo de esa autenticidad de cartón piedra que hemos creado y de ese plegarnos con tal de hacer caja), pasear en barca por la ría de la Plaza de España o coger sitio en la balconada de las galerías del monumento por excelencia de Aníbal González. Un coche de caballos daba vueltas por el salón de la plaza contratado por las participantes en una estruendosa despedida de soltera. Los únicos sevillanos eran los dos policías locales, el paseante observador y un pedigüeño que aguantaba a duras penas. Todo estaba tomado. En la Avenida de la Constitución un matrimonio asiático se asustaba ante el ruido de otra despedida, esta vez de un soltero, que invadía el carril bici. La masa generará recursos económicos, no hay duda, pero tampoco la hay de que todo lo atrofia. El turismo de masas es el gran fenómeno del siglo XXI que solo se detuvo los meses de restricciones por la pandemia. La ciudad es otra. Es una realidad palmaria que los sevillanos han huido. Se han replegado a los barrios. Dejan el centro para los visitantes. El modelo de centro histórico promovido en los tres mandatos del alcalde Monteseirín (1999-2011) estaba preparando a la ciudad para lo que habría de venir: un casco histórico cómodo para el turista y de dificil acceso para los sevillanos de las barriadas, una gran planta hotelera y una apuesta por el sector terciario con peatonalizaciones estratégicas. Basta recordar aquella declaración que levantó tanta polémica sobre la necesidad de que los sevillanos dejaran los días finales de Feria para los visitantes. ¿Queda alguna duda? Monteseirín tuvo un modelo (muy discutible para muchos) que se adelantó a los tiempos.
Sí. Sevilla ha vendido el alma al turismo. El sevillano no se encuentra cómodo en el centro. Es imposible. Acaso tenemos nuestros refigios de lunes a jueves. El siguiente paso será no reconocerse en las calles que conforman la identidad de la ciudad. Afirmar que este fenómeno afecta a todas las ciudades es abonarse al mal de muchos que ya sabemos que conduce al consuelo del tonto. ¿Qué nos quedará si adaptamos todo al turismo? Desde los horarios y los menús, la configuración de los bares, los comercios... La ciudad en la mañana de ayer, como tantísimas veces ocurre los mediodías de los sábados, era un caos ambiental donde no es posible hallarse cómodo. Hemos abandonado el corazón de la ciudad porque nos sentimos expulsados.
Vamos a reconocerlo: el turismo de masas nos ha arrollado, no tenemos ni pajolera idea de regularlo, nos da miedo tomar medidas porque a buen seguro serán ineficaces y no podemos decir que la ciudad está como los enfermos más graves: sometida a cuidados paliativos. El que pueda que se marche a otros destinos los fines de semana, como hacen muchos vecinos de calles céntricas. Y el que pueda que venda su casa bien situada al diablo de los AT. Pero nunca se nos olvide que el turismo de masas no solo provoca la indeseable gentrificación, sino que ahuyenta a miles de sevillanos que prefieren no acudir al centro porque saben que es difícil llegar y es insufrible permanecer. La pérdida de autenticidad, la venta del alma al turismo y la adaptación excesiva a un fenómeno de masas provoca un evidente divorcio entre el vecino y su ciudad. Cuando se vende el alma solo queda la resignación. Y a esperar a que cambie la dirección del viento. Muchos negarán la realidad porque hacen caja. Son parte interesada. Ignoran que la gallina de los huevos de oro necesita equilibrios para ser permanente. Alguien debería proponer ya la organización del Pregón del Turista. Se me ocurren varios exaltadores. Al menos salvaríamos algo de nuestro sello, ¿no? Porque recuperar el alma vendida es un reto para el que se necesita una gran cantidad de esperanza. Nos están tomando el pelo con el cuento de la recaudación y la fuente de riqueza. Quieren estigmatizar cualquier voz crítica con un fenómeno que se les ha ido de las manos y ha alcanzado unos niveles con efectos depredadores. Y quizás lo más grave sea que es cierto que no tenemos modelo alternativo. Estamos cogidos por... la samsonite.
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