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Sevilla/La expresión de la actual Sevilla es el vacío. Así podría concluirse al pasear tantas veces por esas calles y plazas donde colamos el ojo por la valla de una obra y vemos que no hay nada, absolutamente nada. El enojo transitorio convoca a los demonios. El centro es una pura fachada en muchos casos gracias a la inservible normativa urbanística, a la falta de inspectores y a que sale más barato derribar y, llegado el caso, pagar la multa. Ignoramos hasta qué punto el fachadismo es la corriente que impera. Somos los ojos que no ven, salvo los casos escandalosos que trascienden.
Hay vaciados que son absolutamente legales, como el que se puede contemplar junto al templo del Cachorro. Se aprecia un solar donde solo queda en pie lo de siempre: la fachada. ¿Ilegalidad? En este caso ninguna. Se trata de un proyecto de construcción de once viviendas nuevas con un aparcamiento subterráneo. La antigua edificación no tenía asignada más que la mínima protección según el vigente PGOU, la que solo obliga a mantener justo lo que se ha conservado. La foto es de tal impacto que sirve para ilustrar una práctica habitual en el conjunto histórico declarado de la ciudad (Centro, Triana y San Bernardo) en casos que muchas veces sí son el ejemplo claro de una piqueta desconsiderada, especuladora y arrasadora.
Hoy recordamos la barbaridad de fincas vacías que acogieron casas catalogadas. ¿Y qué pasó? Absolutamente nada. Delinquir contra el patrimonio histórico es baratísimo. Se vienen a la memoria los inmuebles echados abajo en la calle Monsalves, en los barrios de San Lorenzo o San Bernardo, en el entorno de la Catedral... No hemos terminado de articular herramientas eficaces para proteger el patrimonio histórico-artístico de una ciudad que tiene su sello en una arquitectura de siglos cuando la amenaza se ha multiplicado con un turismo depredador. El debate no es ya tanto proteger casas sino las mismas calles, las costumbres, los usos, el estilo de vida en suma. Es la prueba de que hay que ser más ambiciosos en las medidas que deben defender nuestro sello particular. No se trata de excluir o rechazar el turismo, sino de regular y proteger. De lo contrario seguiremos sumando solares vacíos, fomentando una ciudad de fachada y pastiche, de decorado y trampantojo porque nada será lo que parece. Ni los apartamentos turísticos están en casas históricas ni al turista medio le interesa conocer de verdad nuestra historia ni nuestra forma de vida. Podemos ignorar la realidad, pero siempre estará ahí, esperando cada amanecida. En el fondo da igual lo que dejemos que sea destrozado, porque el modelo de turismo actual no necesita de una ciudad original, le basta con un concepto de centro histórico cada vez más asimilable al de parque temático. No es un mal de ahora, pero se ha intensificado hasta con desvergüenza, caso de la destrucción de la Palmera, amparado en la normativa, nunca se olvide. El derribo de casas palacio viene de muy atrás, como las atrocidades cometidas bajo los mandatos de alcaldes franquistas y que han continuado con los de la democracia.
Pasan los años, pasa la vida, y no crece la conciencia por el cuidado del patrimonio histórico. El fachadismo ha sido la gran seña de identidad de las políticas urbanísticas en el centro de la ciudad en los últimos treinta años. Hay casos absolutamente ridículos, como el de la casa natal de Bécquer en la clle Conde de Barajas. El interior no tiene nada que ver con cuanto puede contemplar el viandante si tuviera la oportunidad de acceder al inmueble de viviendas. Y así hay cientos de casos. El solar junto a la iglesia del Cachorro es toda una metáfora de la ciudad de 2024. El vacío, la fachada, el conjunto histórico declarado que se transforma cada día sin que nadie (o muy pocos) alcen la voz. El de la defensa del patrimonio es un género lacrimógeno. Aquí solo parece importar que la ciudad sea la sede de muchos acontecimientos, hitos, espectáculos y eventos, todo aquello que concite masas, incluidas por supuesto las grandes manifestaciones de religiosidad popular. Gente, mucha gente. Grandes concentraciones, tracas, plazas a reventar que quedan alfombradas en cochambre, monumentos tratados con desdoro, un sinfín de autobuses descargando viajeros sin criterio y hoteles de cinco estrellas convertidos en realidad en establecimientos de tres porque no queda nadie con criterio para demandar los servicios de la máxima categoría. Un solar vacío, una fachada. Dos emblemas de un concepto de ciudad que sigue ganando terreno. Hoy igual que ayer. Pero con miles de turistas. La Sevilla del Aperol Spritz. Pronto lo tendremos en tirador. ¿Con cava o vino blanco? Con cañita y los pies en lo alto de una silla donde luego, si puede, se sentará el incauto sevillano. ¡Y en los años noventa arremetieron contra el Cabildo Catedral por plantear una cafetería en una terraza del templo metropolitano!
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