¡Por fin el retorno al plato individual!
Hay que estar agradecidos a Juan Marín por suprimir los platos para compartir en los restaurantes, un verdadero asco porque hay mucho personal aficionado a meter de nuevo el tenedor usado. Algún efecto positivo había de tener la cacareada nueva normalidad
Sevilla/Por fin este Gobierno del Cambio merece ser denominado como tal. No habrá bajada masiva de impuestos y en Canal Sur seguirá notándose la sombra de Susana, (¡Por allí resopla, Mellado!) pero por fin alguien emprende una reforma importante, fundamental para la higiene en nuestras relaciones sociales. Los vicepresidentes nunca han servido para nada. Ni en la Junta de Andalucía, ni en los clubes de fútbol, ni en los consejos de hermandades. Chaves gobernó sin vicepresidentes. Amigo mandó sin obispos auxiliares. Pero el pacto de gobierno y las vanidades obligaban a crear una vicepresidencia. ¡Cómo no! Y se la dieron a Juan Marín. Y por fin ha hecho algo de provecho que nunca le agradeceremos suficientemente. La reapertura de los bares conllevará la obligación de no compartir plato. Los de centro acaban con el asco de los platos al centro. Que sí, que son un icono de la fraternidad, simbolizan el hermanamiento, cumplen con el dicho popular de comer del mismo plato y todas esas cosas. Pero son una cochinada.
Los mayores atentados contra la higiene se han visto en estos absurdos platos al centro para quitarle miedo al personal con eso de comer dos platos, como se ha hecho toda la vida. “¿Les pongo unos platos al centro y después un plato único para cada uno?” Y ya te han expuesto a los virus. Porque el personal no usa los cubiertos de servir. Incluso grandes restaurantes de Sevilla han dejado de ponerlos y hay que pedirlos. Y aunque los pidas y te los traigan siempre hay un guarro que mete su tenedor usado en la ensaladilla y después te pregunta por qué no comes más. “¡Con lo que te gusta la ensaladilla no me lo puedo creer!”.
Los tipos más peligrosos son esos que dejan el tenedor colgando como un rejoneador antes de citar al toro. Es que no falla. Los ves con el codo en la mesa, la mano bien elevada y el tenedor caído como un ahorcado y ya sabes que esos individuos clavarán el cubierto usado en el plato común. ¿Cubiertos para servir? Eso debe ser propio del señorito Iván. “Milana, bonita...”. ¿Y el asco de comer todos en el mismo plato de tomates aliñados? Esos tipos no clavan a la primera el tomate y van probando en otros como si fueran a descabellar. Van dejando el tenedor chupado en todos los tomates y en sus correspondientes rehiletes de melva. No les cuento nada si es de espárragos con mayonesa, donde los hay que meten hasta sus dedos gordos como morcones.
Yo le estoy muy agradecido al señor Marín por suprimir los platos al centro, ejemplos del mal gusto y focos de infecciones donde los haya. Se acabó el tipo que se ofrece a aliñar la ensalada y la remueve con el tenedor con el que la probó minutos antes: “Le falta sal, ¿no?”. Échese a temblar. Mejor cada uno con su plato y la Junta en el de todos. No tenemos que aguantar ni piorreas ni halitosis ajenas. Qué asco. Siempre funcionó el orden: primer plato, segundo y un yoplait de postre.
Que las reservas sean de un máximo de cuatro es otro placer. Jamás se come bien por encima de esa cantidad. Una mesa de cinco ya es bulla. Las mesas pobladas son propias de panes mordidos encima de la mesa, platos sucios sin recoger (sin levantar, según el argot hostelero), servilletas caídas y chaquetas sobre el respaldo.
No hace mucho vimos como Enrique Moreno de la Cova, muy discretamente, mandó que la chaqueta de un señor que reposaba sobre el respaldo de otra mesa fuera colgada en el guardarropa con su correspondiente percha. Por cierto, Moreno de la Cova mandó un mensaje fraternal a todos los socios del Aero, no exento de la tan necesaria moral de victoria, la noche del alumbrao para recordar el ambiente, la categoría y el señorío de la caseta.
Magnífica también la directriz de tener las mesas de los restaurantes bien separadas. Se acabó ese horror de estar centrado en tu conversación mientras te enteras de todo lo que se habla en la mesa de al lado, que está pegada a la tuya, algo muy propio de los negocios franquiciados, sobre todo los de pasta. Pides una mesa discreta y resulta que todas están más pegadas unas a otras que las rebanadas del Bimbo.
La directriz de desayunar en 30 minutos está muy bien, salvo para algunos colaboradores del Tito Fernando, que así llama Susana al presidente de la Diputación, señor Rodríguez Villalobos. Media hora es poco para muchos de ellos que rondan los bares de la Puerta de la Carne, donde los tostadores deben ser lentísimos a juzgar por lo que tardan en volver al tajo.
Marín en cambio nos ha dejado muy preocupados con las normas sobre el aforo de los bares. ¿Qué será de la taberna de Peregil? Donde en el servicio luce la primera lección de la guasa: “Prohibido correr por los pasillos”. Entrar en la taberna de Mateos Gago será más difícil que conseguir mesa en el Lucas Carton de París. El espacio de baldosa para libar el vino de naranja en Peregil se cotizará a precio de platino. Y el Cateca no es que tenga precisamente los espaciosos y diáfanos salones de San Telmo, los mismos que Vázquez Consuegra dejó con menos luz que la entrada de la Mortaja. Hay una ristra de bares buenos en los que sólo caben el tío de la barra y dos más. El resto son clientes a lo Fraga: “La calle es mía”. Con el aforamiento tendrán menos clientes que espectadores una cofradía del final de la Semana Santa que yo me sé y que no diré.
El anuncio que nos temíamos se cumple: nada será igual. Aunque en algunos aspectos será mejor. Si el coronavirus nos hace más limpios y discretos en los restaurantes, algo positivo habremos sacado en la calidad de nuestras relaciones sociales. Porque resultaba un asco ver esos almuerzos de trabajo con comensales perfectamente trajeados con sus corbatas carísimas y removiendo el plato especial de huevos con patatas: “¿Lo cogemos directamente del plato que es más cómodo y hay confianza, ¿no?”. Lo que hay es muy poca educación, so cochino. Toca recuperar la bendita distancia. Ay, si hubiéramos guardado las distancias. Son siempre la seguridad, no sólo en el tráfico. Retorno al plato individual.
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