Diez razones para considerar a Sevilla una ciudad vulgar
La Caja Negra
La acusación formulada en la prensa extranjera tiene una gran carga de verdad que conviene analizar
Las calles del centro de Sevilla, tomadas por el turismo
¿A cuánto asciende la multa por orinar en la vía pública?
Sevilla/Nos han tachado de vulgares. ¿Sevilla es una ciudad vulgar? El adjetivo duele porque lamentablemente tiene una gran carga de verdad, aumentada en las dos últimas décadas por varias causas: la globalización que despersonaliza las ciudades con sello propio, las leyes antitabaco que generaron la invasión de los espacios públicos, la ley de renta antigua que acabó con muchos negocios singulares, la crisis económica de 2008 y la era de la pos-pandemia que ha disparado el turismo con efectos más que perniciosos. Sí, hemos caído en la vulgaridad. O, mejor dicho, nuestra faceta vulgar se ha acentuado. Si la ciudad fuera un hogar, podríamos afirmar que el salón (la zona noble) se ha empobrecido mientras el trastero no deja de acoger cachivaches. Vulgar significa que “es de lo que más abunda, que no tiene ningún rasgo o característica original o especial”. Sevilla sigue siendo aliada de la belleza en muchos aspectos, pero conviene no negar el proceso de degradación, como ocurre con muchísimas otras capitales. Vulgar también se emplea para definir aquello que se considera “poco refinado, de poca educación o de mal gusto”. Sufrimos ejemplos más que numerosos al respecto, que trataremos de incluir en las diez razones para considerar la ciudad como víctima de un proceso de vulgarización. El tabloide británico Daily Mail define a Sevilla como “muy turística, un poco vulgar y ciertamente no está fuera de lo común”. ¡Aguijonazo al ombligo hispalense! Veamos.
- Sevilla es una ciudad vulgar por dejarse arrastrar por modas, usos y hábitos de culturas de cortísima historia y dudoso gusto, caso de las próximas fiestas de Halloween, pese a que la capital andaluza tiene una historia de siglos y un patrimonio cultural y artístico inmensamente ricos. No se trata de ser excluyentes, que nunca lo hemos sido, sino de tener criterio. Dejarse meter hasta la cocina el horror norteamericano de Halloween es sencillamente revelador de nuestra neo-vulgaridad, por así llamarla, un lastre propio de un pueblo acomplejado o que sencillamente es incapaz de transmitir y enseñar sus muy ricos valores propios.
- Sevilla se vulgariza cuando pliega su mejor hostelería al servicio del turismo depredador. Hay quienes denuncian el peso de los bares en la ciudad. Siempre lo han tenido. Las tabernas son muy importantes en una ciudad que sabe socializar y confraternizar, que incluso ha demostrado siempre saber hacerlo en la calle con orden y mesura. En los bares es donde más nos hemos vulgarizado en los últimos años, sobre todo a raíz de la pandemia. Hemos perdido libertad en espacios que eran precisamente para estar relajados, con nuestro hermoso orden o nuestra forma de entender cómo se debe estar en un bar. Muchos de nuestros restaurantes se parecen cada vez más a un consultorio donde nos preguntan por nuestras intenciones al entrar, nos han reducido las opciones de elegir y hasta nos controlan el tiempo porque hay colas de espera. Lo nunca visto... y que ahora nos hartamos de ver.
- Los negocios del casco histórico se parecen cada vez más a los de cualquier ciudad. Hemos sucumbido descaradamente a la globalización. ¡Quizás no había más remedio! Pero no deja de llamar la atención. Es cierto que también le pasa a Roma, Florencia o Nápoles, pero esta vez han llamado vulgar a Sevilla.
- Somos vulgares porque le damos una importancia supina a espectáculos públicos del nivel de Villaarriba o Villaabajo, léase la feria de la ensaladilla y los picos”, el festival de caracoles y otros eventos similares.
- Sevilla es vulgar por elevar a la categoría de personajes públicos a individuos sin mérito curricular alguno. Somos especialistas en sublimar lo secundario y a secundarios. Y cada vez lo hacemos más. Es la hora de los segundones. Más que nunca y en todos los niveles de la vida pública y de los índices de notoriedad. Tanto monta, monta tanto. Cuesta menos llegar a cotas donde antes para muchos era impensable. Se llama degradación. El organigrama de una ciudad (bien analizado) dice tanto como sus parques, el cementerio o los mercados.
- Sevilla es vulgar por acceder implícitamente a compartir la capitalidad de Andalucía con otras ciudades. ¿Para qué ciertos debates de campanario? ¿Qué gana Sevilla en ese frente? Nada cuando se hace público. Evidencia los complejos de unos y los aires de grandeza de otros. Hay cosas que no se pueden debatir. Es como si Sevilla presumiera de tener mar, del que nos privó por cierto, el granadino Javier de Burgos.
- Tanto presumir de infraestructuras logradas en 1992, pero tenemos un aeropuerto de ciudad menor, para uso casi exclusivo de compañías de bajo coste. Muy vulgar si se compara con el de la Costa del Sol. Vulgarísimos si se tienen en cuenta nuestros atractivos turísticos. La lista de nuestros vuelos internacionales es paupérrima. Y no es posible llegar en tren al aeropuerto.
- Por la asfixiante omnipresencia social del cofradierismo a mayor gloria y protagonismo de personajes que de otra forma no tendrían repercusión. Esta circunstancia, que no es precisamente nueva, se ha disparado en el actual pontificado que prima las procesiones extraordinarias de todo tipo como principal culto exterior en la Archidiócesis. Por el bajonazo de nuestra red de hoteles. Por mucho que haya excepciones, que las hay, hemos estandarizado los establecimientos asumiendo de forma masiva los planteamientos de diseño minimalista en la ciudad barroca; de colores y estancias oscuras en la ciudad de la luz, y de servicios sin esmero en la ciudad que hiperdepende del visitante. El nivel del turismo también ha bajado y, al menos, es menos exigente. Las cinco estrellas de antes no son las de ahora. Hoy se venden hoteles en Sevilla con esa categoría que apenas llegan a la cuarta.
- Una ciudad que lleva más de un año con un problema patente en la limpieza pública es directamente cutre. Tenemos a los dos clubes de fútbol en competiciones de máximo nivel europea, la Agencia Española del Espacio y alta velocidad ferroviaria desde 1992, pero es una evidencia que faltan papeleras, contenedores y un sistema más eficaz en la recogida residuos. Somos muchos para tan pocos servicios y tanta falta de educación.
- Por la sobrerrepresentación institucional en actos que no lo merecen. Somos un pueblo, pero en la peor versión. Y es probable que no queramos dejar de serlo. Pero es que cada día lo somos más. Desde hace años vemos al alcalde en todos los foros, citas y saraos con independencia de su color político. ¿En qué momento se nos jodió el Perú? ¿El alcalde de una capital de casi 700.000 habitantes tiene que hacer gala de tanta proximidad en una apuesta descarada de populismo localista? A Sevilla le encanta sentir próximos al alcalde y al arzobispo, pero llega un momento en que los cargos se autodegradan cuando no hay más criterios que parecer cercanos y sacar pasos a la calle. Y eso no es nuevo, pero ahora es más intenso si cabe.
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