¡Todos quietos en Sevilla!

La Caja Negra

La indolencia genera una élite parasitaria que se conforma con entrar y permanecer

Más cervezas y menos museos

Los pesados de Sevilla

Primer plano del rostro del Giraldillo antes de la restauración.
Primer plano del rostro del Giraldillo antes de la restauración. / M. G.

Sevilla/Se lo oí a un ex alcalde, pues la mayoría de ellos hablan con una claridad y soltura que los convierte en estupendos tertulianos. El político deja el cargo y vuelve a ser persona, el objetivo por el que se ha desvivido los cuatro años antes, pero sin éxito. “En Sevilla sale rentable quedarse quieto en demasiadas ocasiones. Tú haz lo mismo en lo tuyo. No te metas en nada“. No hacer nada es una inversión de muy baja volatilidad y que puede generar rentabilidad... en Sevilla. No asumir compromisos es una modalidad de buenismo productivo. Y quedarse en silencio es parecer un hombre conciliador y de fácil convivencia. ¿Es de lo que se trata, no? De parecer. De engañar. ¿Para cuándo una cátedra del estatismo hispalense en una de esas múltiples universidades privadas? Un ejemplo. Se trata de tener un título de listo oficial, no de que el título se corresponda con una trayectoria académica, científica o empresarial de verdadero mérito. ¿Quién se preocupa de verdad de contrastar que el hábito hace al monje? Nadie. El mundo de la universidad está tan reventado y desgraciadamente devaluado que son los profesores los que cada vez saltan más a una política degradada y desprestigiada. Cosas veredes, Sancho. Y los politiquillos que en un arranque de orgullo se deciden por la empresa privada terminan por volver corriendo como gamos al puesto de confianza con nómina en cuanto tienen una oportunidad. ¡No se muevan, todos quietos! Que la calle es muy dura y cuesta mucho levantar dos o tres mil euros al mes.

–¿Cuánto ha dicho?

En Sevilla es mejor pasar desapercibido y meterse solamente en los debates realmente importantes: el precio de la cerveza, el calor mayor o menor que el año pasado, la duración de la Feria, la dualidad entre pestiño o la torrija, si hay que decir flamencas o gitanas sin olvidar a qué altura de la cabeza debe estar la flor. Ustedes no se metan en más jaleos. Sean felices en el estatismo, en la quietud, en la parsimonia. Hagan como el espantapájaros. Siempre en el mismo sitio, siempre inalterado y siempre generando cierto respeto a la empobrecida avifauna local. Hagan, por cierto, como las palomas del parque, que solo toman tierra cuando hay arvejones. A falta de comida, ¡a volar y a perderse entre el mar de pináculos de la cómoda mediocridad! No opine de nada, evite las aguas embravecidas, opte acaso por la lámina tranquila de la ría de la Plaza de España, pida que le enfríen previamente el vaso de la cerveza, muévase en los grises que dan acceso a los saraos de todos los colores, donde siempre son los mismos, tío vivo de corceles en el hipódromo de la Sevilla plúmbea, nombres y apellidos que forman el mailing improductivo y dócil de los actos de las ocho de la tarde; sonría mucho por delante, repita mantras como la falta de impulso de la sociedad civil y use el argumentario plano, lanar y de carril que permite decir que José Luis Sanz es un alcalde serio en el mejor sentido y que Antonio Muñoz es muy simpático y trabajador. Quede bien con todos. ¿Qué más da si es verdad o no? La verdad no importa. ¿La verdad? Já, já, já. Aquí el máster consiste en aprender a quedarse quieto. No hacer nada, vivir del cuento a la mínima en que uno se lo pueda permitir, claro. No, ya no deja salir en la foto el que se mueve, porque ahora todos estamos igualados por abajo en las galerías de las redes sociales. El que se mueve es ahora tachado de peligroso, porque los que no se mueven ni se quieren mover aspiran solamente a repetir moldes del pasado, ven amenazas por todos los frentes. En Sevilla más que en ninguna ciudad cuesta mucho moverse. Será porque estamos en una perenne depresión... del Guadalquivir.

El caso es no mojarse ni en el río ni en el lago para no dejar de estar, la clave es siempre estar, el fracaso es dejar de estar. Ocurre como con la mayoría de clubes del fútbol: se trata de ganar la permanencia. ¿Para qué aspirar a más? ¿Para qué arriesgar y quedarse con menos? La particular zona de confort del sevillano hace muchos años que ya se inventó. A vivir que son dos días y a correr que he visto un velador libre. “¿Qué boda tenemos hoy?” “¿A qué hora hay flamenquito?” “¿Te has enterado de que Menganito manda al niño al extranjero?” “Yo no veo tan serio al alcalde, me recuerda a Manolito del Valle, y además este año nos ha puesto los toldos antes que nunca”. “¿Hay caracoles en el bar de abajo? Tráete una tarrina”. Somos la quietud. Hay que varearse lo justo para entrar sin molestar y... quedarse. Eso es Sevilla. Trinca los altramuces sin que se note que te los comes todos. Pasea por el Parque sin espantar a las palomas. Cruza la bulla sin crispar a nadie. Hazte hueco en el Tussam sin exclamar que al fondo hay sitio y la gente se ha quedado en la parte delantera. No te hagas notar, pasa desapercibido, camina veloz como un nazareno de ruan. Tápate, tápate en el burladero de la mediocridad. “No te metas en ná”. ¿Para qué? Somos la ciudad en la que vivimos. Y al tío que se le ocurrió decir que la cerveza es muy barata –que lo es– lo desbancaron de la carrera por la presidencia de la patronal. Sevilla pura y cruel, valiente en el rebaño, cobarde en la soledad. Apliquen esa mentalidad a todos los órdenes. Sevilla es esa ciudad donde te dicen “a ver si escribes de lo que hay que escribir” cuando los demás pueden hacerlo en sus redes sociales, pero no se atreven.

Tan bella como suavona. Señorona altiva que solo te respeta cuando le recuerdas que su glorioso pasado únicamente da para recibir tres millones de turistas, pero no para ser tenida en cuenta en los presupuestos públicos. Porque nadie da la cara por ella a la hora de la verdad. ¿Para qué? ¡Si es rentable quedarse quieto! ¿A quién le importa si los toros embisten? El caso es estar en la plaza. Y que otros no estén, claro. Cerveza para todos, vanidad solamente para los caballitos del tío vivo. La indolencia genera una élite parasitaria que se conforma con entrar y permanecer. Porque en el fondo no es élite. No nos metamos en jaleos si ya lo tenemos todo. ¿Cuánto cuesta ir a Roma a ver los pasos en 2025? Ese es el debate. Habrá que estar. Habrá que moverse un poco para seguir quietos, para continuar con los cuatro zancos en tierra, para seguir siendo la ciudad que vive del pasado, sin criterio, que se deja chulear, sorprender e invadir y que se queda en un silencio de comodones.

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