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En Andalucía se ha acabado definitivamente un ciclo. La mayoría absoluta del PP, con victorias incluidas en feudos socialistas como Dos Hermanas, abre paso a un tiempo nuevo que iremos conociendo poco a poco. Nacerá una nueva Andalucía que habrá que saber apreciar. De entrada hay toda una era que, ahora sí, ha quedado sepultada, una Andalucía que ya deja de existir porque los personajes que la hicieron posible están fuera de la primera línea. Para siempre. Y porque fundamentalmente ha irrumpido un partido en sustitución del otro. Y lo ha hecho además desde el ejercicio de un poder ejercido con ayuda dos muletas:un socio en el gobierno y otro en el Parlamento. Esto es, lo ha hecho poco a poco.
El PSOE no es ya el partido de la tierra porque los andaluces han perdido el miedo a la derecha. La Andalucía de Felipe y Guerra ha dado paso a la de Moreno y Bendodo. De los puños en alto a los pulgares hacia arriba. Tanto personajes de todos los niveles y ámbitos como modelos de concebir la gestión política han quedado definitivamente jubilados, amortizados y casi… inservibles. Resultó casi lacrimógeno contemplar la reivindicación del pasado socialista que hizo el ex presidente Zapatero en el final de la pasada campaña. Un canto de cisne evitable. El PSOE no supo reaccionar a la modificación sustancial del statu quo del Sur de España. ¿La razón? Una evidente fatiga de materiales y la necesidad de organizar su propio traspaso de poderes: de Susana Díaz a Juan Espadas.
Detrás de los 58 diputados del PP está el cierre de la Andalucía que han conocido varias generaciones, que parecía eterna y sin fecha de caducidad. Quizás haya quienes no sean conscientes de que ahora sí, necesariamente, se producirá el cambio.
La comunidad autónoma de 2022 no es la de 1982, cuando se produjeron las primeras mayorías absolutas del PSOE en Andalucía (66 diputados) y en España (202). Felipe logró que no nos quedáramos descolgados gracias al AVE, en el que los andaluces nos montamos quince años antes que los catalanes. Y ahora Moreno no quiere, nuevamente, que el Sur se quede descolgado, pero en este caso de Madrid, la comunidad con la que debemos competir en bajadas de impuestos. La autonomía dirigida por los socialistas ha generado indudables beneficios, pero a todas luces insuficientes. El considerado partido de la tierra durante cuarenta años mejoró las carreteras entre cientos de pueblos; dignificó los colegios y centros escolares, fundó la RTVA, hizo posible que distintas ciudades acogieran grandes acontecimientos antes inimaginables... Ahora tenemos la A-49 y la A-92, la población activa femenina se disparó en los más de cuarenta años de autonomía. Sí, tenemos más infraestructuras y servicios públicos, pero dependemos en exceso del turismo… y de la economía sumergida.
La historia de las últimas cuatro décadas nos demuestra que España tiene que crecer y mejorar muchísimo, poner el motor al máximo de revoluciones para que el de Andalucía pueda al menos arrancar. No nos hemos librado de la convicción de que a los andaluces nos cuesta todo el triple de esfuerzo.
Este es el reto del primer gobierno de centro-derecha con mayoría absoluta, porque se trata de la principal demanda de la Andalucía de 2022. ¿Por qué nos cuesta más que a nadie captar empresas de economía productiva? ¿Por qué no tenemos mano de obra de la que verdaderamente necesitan las nuevas empresas? ¿Por qué se nos cae delante de nuestras narices una multinacional como Abengoa que es uno de nuestros escasos estandartes industriales? ¿Por qué tenemos más universidades que nunca pero nos supone un mundo reducir las cifras del desempleo y sufrimos una constante fuga de talentos?
El gobierno que nacerá este julio se desenvolverá en un contexto muy distinto al de 1982, cuando la sociedad tenía otras prioridades, necesidades e inquietudes. Entonces, por ejemplo, no se hablaba de ideología de genero, sino de terrorismo. Y en aquella España se necesitaban los 800.000 empleos que prometió FG con el célebre lema: “El cambio consiste en que España funcione”. Los andaluces, aunque le revalidaron la confianza en varias ocasiones, no tardaron en gritar en las manifestaciones aquello de “¡Felipe, Guerra, el cambio es una mierda!”.
El tiempo nuevo andaluz no sólo provocará una sustitución de agentes y modos, una forma de entender el ejercicio del poder y una propaganda adaptada a la comunicación política de hoy. Se ha acabado un ciclo porque la sociedad ha dejado de estar ideologizada y el PP de Moreno y Bendodo ha sabido advertir esa evolución y fabricar un producto perfectamente adaptado a la coyuntura que, además, ha salido sin un rasguño de la mayor crisis sanitaria sufrida en siglos. El cambio de Moreno y Bendodo ha consistido en buena medida en que no se note el cambio, un proceso de tres años y medio en el que convenía no remover demasiados cimientos, la pandemia era la gran coartada para no hacerlo y Ciudadanos el colaborador necesario.
Asistiremos a un lento pero intenso cambio de alfiles, peones y caballos. Ahora la referencia es Madrid, donde está Bendodo de número tres del PP nacional. Moreno tiene que definir su estilo de gobierno con mayoría absoluta. He aquí la clave de mayor interés. Y, por cierto y casi como curiosidad, tendrá que buscar aliados en Vox o en el PSOE para algunas decisiones que requieren de los tres quintos de apoyo de la Cámara. Bendodo tiene que adaptarse a la política orgánica pura y dura por primera vez en su carrera, pues siempre, desde su estreno como concejal en el Ayuntamiento malagueño, ha detentado competencias de gobierno. El momento nacional es apasionante con un Gobierno de coalición en crisis, un presidente especialista en resiliencia y unas elecciones generales próximas.
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