La pata de pulpo

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El garbancito de los trileros de Sierpes de los años ochenta es hoy la pata de pulpo que el mismo distribuidor coloca en tantísimos restaurantes

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Pulpo. / M. G.

No hay pulpos para tantas patas, como no hay tanto atún rojo para tantísimo tataki. Estamos de patas de pulpo hasta la corcha, hay más que procesiones extraordinarias. En ocasiones vemos patas de pulpo como veladores. Todas las cartas tienen sus patas de pulpo, que son las mismas en un restaurante que en otro. El distribuidor de patas de pulpo se debe estar poniendo las botas, como el de la tarta de zanahoria. Aceptamos pulpo marroquí como si fuera gallego. Qué más da. Esto es como el cartel electoral de la viñeta de Mingote de 1971. "Vote a Gundisalvo. ¿A usted qué más le da, hombre?". Aceptamos el pulpo servido de cualquier manera menos sobre patatas asadas como recomienda el escritor y tabernero Enrique Becerra. La cantidad de bares de copas que se han atrevido a poner cartas de cena ha generado una vulgarización de determinados platos que son la metáfora precisa de muchas cosas que ocurren en la ciudad. Qué más da la calidad, lo que importa es el postureo de dejarse ver (maestro Pepe Monforte dixit) y las copas, sobre todo los tragos largos. Ahora es cuando recordamos a aquel personaje que hace años dijo con todo acierto: "Yo pago la cena, tú pagas las copas. Ya verás como salimos a lo mismo cada uno siempre que tomemos dos por cabeza". Clavado.

La pata de pulpo triunfa, los hosteleros le "dan salida", no es nada barata, pero la clave debe ser que cotiza socialmente. En tiempos había que "darle salida" al rape, al pargo y, cómo no, a la lubina. No había alcalde nuevo en los años ochenta que al sentarse a mesa y mantel mirara la carta con cara de despistado para proclamar ante el paciente metre que aguardaba libreta en mano: "Pues yo... ¡lubina mismo!" En Sevilla nos dan pulpo descongelado por plato fresco como nos largan un puente en lugar de los túneles para el trazado de la SE-40 por el río. Nos venden el récord de viajeros en un aeropuerto... donde solo operan compañías de bajo coste. Ay, qué rico el pulpo. Pulpo en los bares de barrio, pulpo en los restaurantes del centro. Pulpo con diferentes salsas a cuál más vistosa, pero el mismo traído... por el mismo. El pulpo de esta década es el garbancito de los trileros de la Sierpes de los años ochenta. Sevilla siempre busca el garbancito y se equivoca de cubilete. ¡Qué éxito de colas de turistas en el Alcázar, monumento que sigue con la misma plantilla que en tiempos de Franco! ¡Ya hemos batido el récord de visitantes en toda la ciudad respecto al año pasado, aunque la mayor caja la hagan los supermercados de multinacionales donde se abastecen los huéspedes de pisos turísticos! ¡Hay más trenes de Alta Velocidad que en otros países más desarrollados, aunque se falle como nunca en puntualidad y en calidad del servicio! Qué más todo, lo importante es el dígito. Lo importante es que salga el pulpo del microondas y sea engullido en un velador.

El pulpo, que no nos falte el pulpo. De donde sea y como sea. La cifra, el récord, la supuesta recaudación, el impacto económico y otras gaitas. Pides pulpo y te lo sacan en tres minutos. Caray con el pulpo veloz. Claro, ya estaba preparado. Todo está preparadito para que los jamemos con docilidad. Nos acusan de ser poco pro-activos, de ser poco reivindicativos y, por supuesto, de ser nada beligerantes como sociedad civil a la hora de exigir las infraestructuras pendientes. Pero sí estamos dispuestos a comernos lo que nos echen sin criterio alguno y, encima, a colocar unas fotos espantosas en las redes sociales de platos cocinados de cualquier manera. Somos como la señora de la limpieza de aquella casa solariega a la que el señor preguntó el lunes por la boda de su ahijada: "Todo muy abundante, señor, muy abundante". La era de los excesos es la de la dictadura del número y, por tanto, de la inmediatez. Algún día alguien se lamentará de no haber construido los túneles de la SE-40, de que la primera línea de Metro nos haya costado cuarenta años, de haber expuesto tantas veces a las imágenes sagradas, de no poner límites a los abusos en la vía pública... Cuando haya ocurrido será, como siempre, tarde. Recurriremos a los ripios para levantar la moral. Trovadores tenemos más que servilleteros de la Cruzcampo. Seremos más que nunca la señorona venida a menos que presume de la gloria pasada. Aquí el caso es tragar. Sólo el fútbol ha sido motivo de grandes manifestaciones en los últimos 30 años. Llega el pulpo a la mesa y se viene a la mente la metáfora perfecta. A comer, qué más da la calidad, la procedencia y el grado de cocción. Siempre hay salsa o ripios que todo lo tapan. El mal pescado con limón se arregla.

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