¡Que se nos pasa el arroz en Sevilla!

La Caja Negra

Llevamos diez años alejados de la cifra de 700.000 habitantes y conformados hasta con alegría por mantener la cuarta plaza en peso poblacional

El eurito del alcalde, una iniciativa ejemplar

Los calentitos son economía productiva en Sevilla

El alcalde, el presidente de la Cámara de Comercio y el chef Daniel García, en una imagen reciente
El alcalde, el presidente de la Cámara de Comercio y el chef Daniel García, en una imagen reciente / M. G.

Zaragoza ha estado a punto de sobrepasarnos en número de habitantes. Ahora somos 687.488 empadronados en la capital. Uno recuerda las campañas del alcalde Rojas-Marcos para que Sevilla estuviera siempre por encima de los 700.000, antes de que el personal saliera huyendo al Aljarafe a la búsqueda del modelo de vida americano: chalé con porche, piscina y un jardín por el que pasear la cortadora de césped los domingos. En chándal, por supuesto. Y con la barbacoa cerquita.

La ciudad retrocedió en 2014 a los índices de población del año 1996. Desde entonces no hemos remontado por muchop que haya habido pequeños repuntes. Como 2015 fue un año de elecciones municipales, la Corporación municipal quedó reducida a 31 concejales. Perdimos dos ediles por efecto directo de la reducción en el padrón. Así lo estipula el artículo 179 de la Ley Orgánica del Régimen Electoral General, que dicta que se asignarán 25 concejales por hasta 100.000 habitantes y uno más por cada otros 100.000 o fracción, añadiendo uno más cuando el resultado final fuese par con el objetivo de garantizar la gobernabilidad de los municipios. La última vez que superamos la cifra de 700.000 habitantes fue con fecha de 1 de enero de 2014 cuando quedó fijada en 700.169. En diez años no sólo no hemos sido capaces de crecer en población, sino que Zaragoza nos pisa los talones. Los candidatos a la Alcaldía prometen campañas especiales para lograr el objetivo, pero todo queda en nada, como suele ocurrir. La tendencia es clara: poco a poco se marchan los vecinos por efecto de varias causas: el referido modelo de vida que después agria los caracteres porque provoca una hiperdependencia del coche, los precios de los tributos más económicos en muchos ayuntamientos de pueblos, el encarecimiento descarado de la vivienda en cada vez más zonas de la capital, el efecto del turismo que expulsa a los residentes no solo del centro, sino que ya se empieza a sufrir en varios barrios...

El del padrón es una más de las asignaturas pendientes de Sevilla. Súmenla a la lista interminable de objetivos de la ciudad que nunca terminamos de cumplir por uno u otro motivo. Hacemos como nadie los grandes acontecimientos, pero no somos capaces de atraer a nuevos vecinos en gran número. Hemos recuperado la confianza en los grandes acontecimientos cofradieros, como el inédito del pasado domingo; nos gastamos una ingente cantidad de dinero público en rentabilizar el estadio de la Cartuja, captamos finales de fútbol, conciertos y, sobre todo y por encima de todo, turistas, muchos turistas. Superaremos los tres millones de visitantes a final de año. Pero en una década no hacemos más que alejarnos poco a poco del listón de la población de las grandes capitales. Se nos pasa el arroz otra vez. Tal vez nuestros gobernantes están demasiado distraídos en la gestión de lo efímero, esas grandes citas que nos generan mucha repercusión, y olvidan los objetivos de ciudad. Alguien debería reactivar aquellos planes estratégicos que obligaban a pensar en la ciudad de los próximos diez o quince años. Pero, claro, son puestos que se utilizan para orillar a profesionales o dar patadas hacia arriba o hacia el lado, lo que ya ofrece una idea de la consideración que se tiene del diseño de la Sevilla del futuro. Hay parcelas en el gobierno de la ciudad que son como las asignaturas marías del colegio. Una ciudad que monta las luces de Navidad y tiene que desmontarlas en una calle concreta para facilitar el paso de una cofradía que se sabía hace un año que cruzaría por esa vía urbana está diciéndolo todo sobre su capacidad de coordinar los servicios municipales y anticiparse al futuro.

Hemos aceptado con toda naturalidad el bajonazo en el padrón que se mantiene. Somos maravillosos porque celebramos que mantenemos la cuarta plaza. Nuestra indolencia nos protege. Fuimos tan hábiles que a la diáspora de sevillanos a la provincia la llamamos la Gran Sevilla. Olé. Somos finos ingenieros a la hora de tapar nuestras carencias con un nombrecito nuevo sacado cual conejo de una chistera. Después somos maestros en decir que Zaragoza no pierde habitantes porque no tiene una conurbación como Sevilla. Como si la capital mañana no tuviera pueblos próximos a la capital... Como si no tuviera turistas para parar un tren con la enorme atracción del Pilar. Como si no hubiera tenido una exposición internacional en 2008 dedicada al agua... Como si no hubiera sido capaz de poner en marcha un tranvía limpio y rápido por las principales avenidas...

Vamos a centrarnos en la paella porque hay arroces que ya se nos pasaron. Con 31 concejales la mayoría absoluta está en 16, más asequible que con los antiguos 17. No sabemos cómo frenar la pérdida de vecinos o ganar en número para meternos de nuevo el club de las ciudades con al menos 700.000, ni sabemos calcular los visitantes a un gran acontecimiento como el celebrado el pasado domingo, lo que no quita que destaquemos (otra vez) que fue un éxito de organización. Los sevillanos parece que se van poco a poco no solo del centro, sino de los barrios. Como en una huida silenciosa, poco a poco y que no cesa a lo largo de una década. En el fondo las cosas importantes de esta ciudad ocurren con silenciador. Hasta hay gente que triunfa y no sale en los papeles. Los chuflas hacen demasiado ruido. ¿Y a quién le interesa el padrón? Los tanques a la calle, las luces encendidas, los balances de la Magna y pronto habrá que elegir al pregonero del caracol. Echa más arroz al plato. Que el del chef Dani García es de los buenos, como pudieron probar en la promoción de los mercados de abasto. 

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