La Caja Negra
Los duendes de la Feria de Sevilla están de luto
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Han pasado 25 años desde que saltaron las alarmas y hubo que tomar decisiones en firme, valientes y sin tener claro que se dispusiera de todo el apoyo económico. Dos pilares del trascoro de la Catedral estaban seriamente agrietados. El problema se intuía desde antaño, pero llegó el momento del desborde, de reorganizar la vida interna del primer monumento de la ciudad por una cuestión de seguridad y de pasar verdaderas cuitas por tiempo indefinido. Hubo un día en que se temió el derrumbe hasta tal punto que el dean se puso a rezar el rosario. El entonces maestro mayor, Alfonso Jiménez –que hoy mantiene el título honorífico como tal– recuerda desde cuándo se advirtió que se podía producir un problema serio: “Creo que ha sido la obra de mayor responsabilidad y peligro potencial acometida en la Catedral en su historia, pues, además de las dificultades propias, ninguna otra obra de ese calibre se ha efectuado sin mediar un accidente grave; además se hizo sin cerrar el edificio al culto ni a las visitas; por lo tanto, teniendo en cuenta que la obra propiamente dicha se hizo a lo largo de quince años (1995-2010), calculo que la padecieron directamente unos siete millones de personas… que pasaban continuamente bajo las bóvedas adyacentes”.
Lógicamente se llevaban años de seguimiento porque se intuía la posibilidad de un riesgo serio:“Las roturas de los fustes de los pilares de la Catedral y de las plementerías de sus bóvedas se han venido observando con mucho recelo desde que, durante la restauración del siglo XIX, se vino abajo uno de los soportes del cimborrio y cuatro medias bóvedas, de manera que la presencia de grietas en los pilares 4C y 5C, situados justo en el trayecto que diariamente recorren los capitulares para acudir al coro, aconsejó en 1987 su monitorización, pues aparecían fisurados y aunque alguien había puesto testigos de yeso, estaban rotos cuando empecé a trabajar en la Giralda en el verano de 1979”.
El Cabildo empezó a dedicar dinero a la causa en 1987. Esto es, con anterioridad a la Exposición Universal, cuando todavía no estaba en marcha el modelo de autofinanciación que es posible gracias a l visita turística puesta en marcha tras la muestra Magna Hispalensis. Aquel año invirtió en exclusiva una partida de 977.444 euros, tanto en las labores previas de investigación como en los zunchados y apeos; desde 2002 los gastos fueron sufragados conjuntamente por el Estado y el Cabildo, que aportaron 1.606.570 y 454.123 euros respectivamente. Las labores previas se centraron en las fotogrametrías y nivelaciones de precisión, las excavaciones en el subsuelo y en las cubiertas afectadas y todo tipo de análisis (entre ellos endoscopias), etapa en la que fue muy importante el asesoramiento del desaparecido profesor Barrios Sevilla, director del legendario Laboratorio Vorsevi, que se convirtió en una gran empresa de prestigio, de presencia habitual en los medios de comunicación para explicar sus muchas labores.
Jiménez recuerda que gracias a esta gran obra se realizó un gran hallazgo: “También se montó en esta etapa el complejo y ágil sistema de auscultación, constituido por un centenar de sensores de cinco clases diferentes que mandaban información a un ordenador cada cinco minutos, tiempo que empezó siendo menor, pero el exceso de datos era un obstáculo en vez de una ayuda y por eso se amplió; desde el ordenador los datos se enviaban por internet a media docena de personas. El sistema, denominado Merlín y diseñado por Kinesia Data, que aún se puede ver en internet, fue utilísimo y proporcionó datos inesperados, como que las bóvedas suben y bajan a diario, en función de la oscilación térmica, entre 2 y 3 centímetros”.
La comunicación entre los profesionales en un proyecto tan delicado resultó fundamental. Y, sobre todo, con los dirigentes del Cabildo Catedral que debían avalar y amparar las decisiones. “Los trabajos contaron desde el comienzo con la sabiduría constructiva y la pasmosa tranquilidad del arquitecto técnico Barón Cano. Fueron realizados por la empresa Joaquín Pérez Díaz. Durante esos años cuatro miembros del Cabildo, los deanes Domínguez Valverde y Ortiz Gómez, el secretario Garrido Mesa y el delegado ejecutivo Navarro Ruiz, desempeñaron papeles activos que fueron mucho más allá de la gestión económica, pues dieron la cara por nosotros cuantas veces fueron necesarias. Y fueron muchas. No debemos olvidar el constante asesoramiento estructural de los ingenieros Manzanares Japón y Molina Ortiz, de Ayesa”.
Los primeros trabajos, esencialmente estudios, tomas de datos, análisis y recopilación de documentación histórica empezaron en 1987, como se ha referido. En 1999 comenzaron las obras de verdad con la exhumación de la cimentación. Todo concluyó oficialmente el 3 de marzo de 2010. “El principal problema, a priori, era el desconocimiento del origen de las grietas y la composición, real y detallada, de los cimientos, los soportes y las bóvedas, lagunas que impedía cálculos rigurosos y previsiones medianamente fiables”.
¿Cómo afectaron las grietas a la organización del templo metropolitano? “Las grietas, que son consustanciales a las obras antiguas, fueron solamente un problema estético en nuestro caso, pues afortunadamente no llegaron a las catástrofes del 28 de diciembre del 1511 o del 1 de agosto de 1888. La mayor afectación fue el cambio en el trayecto de las cofradías por el interior del edificio en Semana Santa, además del ruido, el polvo y las corrientes de aire que se padecieron durante años”.
Durante mucho tiempo se sopesó cómo arreglar los pilares. Se llegó a la conclusión de que la piedra del Puerto de Santa María era ya un material inútil. “Empezamos en 1999 por el reconocimiento de la cimentación mediante una excavación arqueológica, tras retirar la solería actual, colocada a fines del siglo XVIII, se exhumaron estructuras y restos de tumbas medievales y modernas, el suelo y pilares de la mezquita y las estructuras, solerías e incluso la decoración de casas almorávides derribadas para construir el oratorio almohade, confirmando en extensión los datos de los sondeos geotécnicos, y descartando la cimentación como origen de los problemas. La reiterada y sistemática nivelación de precisión demostró la horizontalidad y estabilidad de la solería –explica Jiménez– junto a la restitución fotogramétrica de todas las bóvedas y pilares, verificaron la ausencia de deformaciones significativas de la estructura. La excavación de las cubiertas permitió conocer la composición y peso de las alcatifas y solerías, y terminó de descartar que hubiese algún desequilibrio significativo. Finalmente se concluyó que el problema consistía en que la piedra de las canteras de la sierra de San Cristóbal, del Puerto de Santa María, estaba cerca del agotamiento, pues nunca fue demasiado resistente. Por lo tanto, la cuestión era sustituir la piedra”.
En junio de 1999 se obtuvo licencia municipal para el proyecto. La financiación tardaría cinco años en llegar por los habituales retrasos de la burocracia de los ministerios. “No desperdiciamos el tiempo pues el Cabildo continuó sufragando gastos en análisis y pruebas, sobre todo buscando la piedra adecuada, pues las canteras portuenses, abandonadas y convertidas en basureros, ni se explotaban ni garantizaban la uniformidad ni la resistencia exigida a los más de 600 sillares que se preveían necesarios”.
Cuando han pasado 25 años se valoran aún más los datos sobre la Catedral que se pudieron conocer por primera vez. “Fueron incontables, desde el hallazgo de toscas cuñas de madera del siglo XV, que calzaban algunos sillares, a las inyecciones de cemento con las que se jeringaron todos los pilares de la Catedral para consolidarlos entre 1890 y 1893, a pesar de la negativa expresa de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y la oposición de los eruditos locales, empezando por Gestoso, que aún no habían asimilado la catástrofe de 1888. En lo que concierne al problema que nos ocupaba lo esencial fue verificar que el relleno interior de los pilares es un enripiado muy sólido, un auténtico hormigón de cal con verdugadas de ladrillo, es decir, el núcleo resistente de cada soporte, por lo que decidimos tocarlo lo menos posible, pues los sillares, en esencia, eran sólo un forro, bastante grueso, pero sin mucha participación en el esfuerzo de resistencia”.
No faltó el día en que se temió un derrumbe inminente. Hoy se recuerda como una anécdota, pero el miedo se sintió en los cuerpos. “Al comienzo fue un problema la hipersensibilidad del sistema de auscultación que detectaba movimientos inesperados e inexplicables de la estructura que, por falta de experiencia, nos alarmaron innecesariamente: recuerdo el día de Santiago de 2007, cuando las deformaciones, según Merlín, se dispararon sobre las 11:30, así es que el deán, tan alarmado como nosotros, se sentó en una silla con el rosario en la mano al pie del pilar que se estaba moviendo mientras nosotros, entre acompañarlo, subir y bajar por el andamio y vigilar el ordenador, pasamos las horas esperando lo peor, hasta que a las 21:40 las gráficas se estabilizaron. Volvieron a las andadas a la mañana siguiente y así todo el resto del verano, pero ya sabíamos qué pasaba, que la Catedral inhala y expira una vez al día. La gran ventaja fue que nadie nos metió prisa ni nadie intentó vampirizar los trabajos, quizás porque carecieron del relumbrón mediático de otros temas de restauración, pues fueron problemas de albañiles que resolvieron albañiles y canteros. La obra fue el mestizaje de tecnología de obras públicas del siglo XXI con conceptos y precauciones propias de época gótica, con clinómetros y ordenadores al servicio del equipo técnico, al lado de escodas y plantillas idénticas a las que manejaron los canteros del siglo XV a las órdenes del maestro Carlín”.
La gran duda. ¿Está la Catedral libre de sufrir este problema en otros pilares? Por supuesto que no. “Está claro que hay bastantes grietas en los pilares, y no digamos en las bóvedas, y en muchas paredes, aunque nunca tan exageradas como las que alarmaron en los años ochenta, pero ahora entendemos que pueden ser fenómenos muy localizados y, en general, antiguos y casi siempre estacionales. Lo importante es tenerlos vigilados, como se hizo desde junio de 2011 a septiembre de 2013”.
El legado estético de aquel gran proyecto de restauración fue una tonalidad muy clara en la piedra de los dos pilares nuevos, cosa que no debería extrañar, según Jiménez. “Tan clara como fue toda la catedral desde sus comienzos al siglo XVII, pues así describió la piedra del edificio Espinosa de los Monteros, que recalcó su color blanco y uniformidad; dos siglos después, cuando Joaquín de la Concha reconstruyó los basamentos de todos los soportes le pareció conveniente emplear una piedra muchísimo más oscura para entonar; al empezar la obra de los dos pilares del Trascoro ya sabíamos esto e incluso habíamos limpiado grandes paños del interior, pues el color oscuro no era pátina sino mugre, contando para ello con la plataforma elevadora propiedad de la Catedral y aspiradoras potentes que, sin más, dejaban la piedra limpia, o sea blanca, como se puede ver entre las capillas de las Doncellas y los Evangelistas, donde los pilares muestran una especie de calcetines inevitablemente oscuros, resultado de la reconstrucción de 1925”.
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