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Política
Sevilla/España perdió en 2000 el miedo a la derecha unida representada por el PP. Zapatero tuvo la irresponsabilidad y la ocurrencia de recuperar años después el guerracivilismo desde un resentimiento casi patológico. Como suele ocurrir, se aprovechan causas justas y nobles (enterrar a los muertos de la guerra, la igualdad, etcétera) para enfrentar y dividir, no para promover la justicia y la concordia. De aquellas acciones salió la reacción con el paso del tiempo: Vox. Siempre ocurre. Recuerden, por ejemplo, que años antes vimos que del Aznar más altivo surgió Carod Rovira. Con ZP perdimos el buen ambiente, por decirlo de forma sencilla. Los cánticos de la noche electoral en Ferraz (¡No pasarán, no pasarán!) son de 1939 y bien podrían ser reflejados en una crónica de Chaves Nogales... en 2023. Un fracaso de todos que en España se siga usando el lenguaje belicista de una etapa vergonzosa, triste, marcada por el dolor y la angustia desgarradora.
España sigue enferma de la Guerra Civil que hasta ZP estaba superada. O digerida gracias a tres presidentes que nunca la usaron: Suárez, Felipe y Aznar. La perspectiva enseña que de aquellos barros de ZP sufrimos los lodos de hoy. El PSOE es el vencedor moral del 23-J. No hay duda. El precio de permanecer en el poder (objetivo de todo partido político) será alto y lo iremos viendo. La Moncloa se cotiza más cara, pero Sánchez ha demostrado que si hay que pagar, se paga. Y no faltarán quienes, incluso entre la derecha, le alaben el mantenimiento de la paz. El simplismo de los análisis de hoy, el cortoplacismo de la política actual y el márquetin imperante soplan a favor de líderes como Sánchez. El voto al PSOE ha sido tremendamente emocional porque hay miles y miles de españoles que, efectivamente, creen que los malos no han pasado. El malo de verdad, avieso de catálogo, fue el que nos hizo involucionar: Zapatero. Su hijo predilecto es Sánchez. Y su trágico logro es que en la noche electoral se entonara la canción que fue la banda sonora de un Madrid humeante, pobre y con olor a muerto.
La derecha ha sido la acomplejada de antaño. La reunificación es la gran asignatura pendiente y debería ser el objetivo preferente. La derecha exige un patrón al estilo de Fraga que supo aunar a liberales, demócratas cristianos, conservadores, franquistas, etcétera. Aquella fue su gran obra, la que puso las bases para la victoria por mayoría simple de Aznar en 1996 y la mayoría absoluta de 2000, fecha en la que algunos consideran cerrada la Transición.
Vox ha comenzado su declive. Los partidos personalistas, por mucho que hayan tenido el éxito de abrir debates y superar los 50 diputados, terminan cayendo a mayor o menor velocidad. Pasó con el CDS, UPyD y Ciudadanos. Y es palmario que ha comenzado a ocurrir con Podemos y Vox. Abascal es el César de un partido sin estructura territorial. Vox es Abascal o no es nada. El PSOE y el PP sobreviven mejor o peor a sus líderes, porque están implantados en casi toda España. En todos los municipios hay una Casa del Pueblo o una sede del PP. Esa estructura de base es fundamental en tiempos de crisis internas. Y, por supuesto, están los barones. Vox ha sido un ariete pero no ha encontrado los argumentarios adecuados para defender sus ideales en la España de 2023, donde la recuperación de ese guerracivilismo promovido por el irresponsable de ZP se ha impuesto en el tiempo.
Sánchez tuvo razón cuando en el debate denunció que a Feijóo le daba vergüenza comparecer junto a Abascal. Sánchez olió siempre el complejo del centro-derecha español, la mejor herencia que le dejó ZP a su discípulo perfecto. ¿Cuándo ha sentido Sánchez vergüenza de meter ministros comunistas en su Gobierno, único Ejecutivo de Europa que los tiene, cuándo de alcanzar acuerdos con la izquierda radical vasca o con el separatismo catalán? Nunca. Muy al contrario, los ha normalizado. Y precisamente esa normalización (e incluso institucionalización) es la asignatura pendiente de Vox. O era, porque el panorama para los de Abascal es cuando menos zaíno. El PP se ha echado tierra sobre su tejado picando en el cebo del marco mental de la izquierda: denostar al que era su aliado natural. Por eso urge la reunificación, porque muy probablemente perderá más y más fuerza a su derecha. Sobre todo si se aprecia la escasa autocrítica que hacen los dirigentes de VOX, que culpan de casi todo a los medios de comunicación. Un balance muy revelador.
No nos engañemos, no nos hagamos trampas al solitario. Las elecciones municipales demostraron que los votantes no castigaron entonces los pactos del PP con Vox. Ni el de investidura en Andalucía, que posibilitó nada menos que el cambio tras 40 años de socialismo, ni el de gobierno en Castilla y León, que fueron previos a la apertura de las urnas el 28 de mayo. Lo que sí se castiga es la desvergüenza y la falta de escrúpulos de personajes como la presidenta del PP extremeño, aconsejada temerariamente y llevada al precipicio por sus asesores, una ambición enfocada puerilmente y unas miras muy cortas. Montó un teatro, hizo el ridículo y dañó a su jefe. En democracia se puede pactar, pero no se puede hacer el ridículo más espantoso y, además, retransmitido al inicio de una campaña electoral. Ahí sí quedaron tocadas las siglas del PP. El regalazo extremeño a Sáchez fue de los que no se olvidan. Sánchez sabe como nadie que la primera lección para mantenerse vivo es no darse uno por muerto. Se trata de resistir, no de tener calidad de vida. La calidad ya se gestiona luego desde el mullido sofá de la Moncloa.
A Feijóo le ha sobrado el ejemplo nocivo de María Guardiola y le han faltado más escaños andaluces. Sólo 25 de los 61 que aporta la comunidad. Es un aumento significativo respecto a las últimas generales, pero insuficiente si se tiene en cuenta el hito de la mayoría absoluta autonómica de hace un año. Alguien en San Telmo haría bien en leer los resultados con humildad, salvo que, ¡ojo!, se haga una interpretación en clave personal de cara a una hipotética carrera de Moreno en política nacional. Hacer un análisis sin arrogancia y con mesura sería el principal favor que le podrían hacer al líder Moreno, que sabe como nadie que la política es una noria en la que las alegrías duran un cuarto de hora. Moreno es quizás el barón del PP con más capacidad de resiliencia, pero ahora su reto es mucho más complejo: gestionar su mayoría absoluta en un contexto nacional dolorosamente adverso.
Sánchez no fue valiente al convocar elecciones, fue clarividente. Mandó al portero a rematar el córner en el tiempo de descuento. A la desesperada, pero con toda determinación. Tiró la casa por la ventana: el ofrecimiento de seis debates, un día sí y otro no en los platós, entrevistas variopintas con jóvenes influencers, el apoyo sin fisuras de Zapatero (¿Les cuadra?) y otras apuestas pintorescas. ¡No tenía nada que perder y sí todo por ganar! Mantenerse, seguir, resistir, pedir la prórroga de la prórroga... Y esperar el fallo del rival. El tipo que padece graves problemas de credibilidad ha sabido jugar sus cartas a la perfección, aprovechar el campo cultivado de ZP a la hora de rescatar a Franco, tener claro el complejo perenne de la derecha española y volcarse en el objetivo como si no hubiera un mañana. El PP ha obtenido una victoria insuficiente y Sánchez una derrota útil.
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